Por Daniel Rademacher
Roma
Agencia/dpa

Actor, jurista, empresario, nadador olímpico, productor musical, inventor… Bud Spencer era mucho más que el coloso que repartía puñetazos de muchas películas de culto. Ayer por la tarde, la estrella italiana falleció a los 86 años. Según su hijo, su última palabra fue «gracias».

Criado en el seno de una acomodada familia de Nápoles, Carlo Pedersoli -como reza su nombre de pila- se dio a conocer en los años 50 como nadador profesional. Fue campeón de Italia en los 100 metros libres en siete ocasiones y participó en dos Olimpiadas: las de Helsinki, en 1952, y las de Melbourne, en 1966.

En realidad, Bud Spencer quería ser químico, pero se vio obligado a abandonar sus estudios porque su familia emigró a Sudamérica. Tras trabajar como bibliotecario en Buenos Aires y Montevideo, y después de un breve regreso a Roma para estudiar algunos semestres de Derecho, volvió a cruzar el Atlántico. Se instaló en Caracas, empleado en un concesionario de automóviles.

Ya de nuevo en Italia, su suegro, que era productor, le introdujo en el negocio audiovisual. Pedersoli se casó en 1960 con Maria Amato, con quien vivió hasta el final. Eran los tiempos en los que comenzaba a despuntar el «spaghetti western», un campo de cultivo perfecto para que naciera una estrella: Bud Spencer.

¿Y por qué precisamente Bud Spencer? Como explicó el propio actor en una ocasión, Spencer viene de Spencer Tracy, su actor favorito. «Y Bud, sí, como la cerveza Budweiser». Su éxito estuvo ligado al de su pareja cinematográfica Terence Hill, ese actor guapo, delgado y de intensos ojos azules que interpretaba al inteligente, pero no menos fuerte de la pareja, mientras que Spencer daba vida al forzudo bonachón y cabezota.

«Dio perdona… Io no!», «I quattro dell’ave Maria», Lo chiamavano Trinità…» o «Chi trova un amico, trova un tesoro». El público las recibía con entusiasmo y sus cada vez más largas escenas de puños se volvieron de culto a medida que Spencer iba ganando peso. «En algún momento llegué a pesar 160 kilos. Mi caballo se alzaba confuso hacia atrás cada vez que me veía aparecer», contó el coloso en una ocasión.

Bud Spencer era el «gigante bueno», como lo definía el «Corriere della Sera». Los jóvenes de todo el mundo lo admiraban porque solucionaba sus asuntos a puñetazos, pero nunca llegaba a correr la sangre. A lo largo de su extensa carrera, el actor logró «entretener a generaciones enteras», afirmó por su parte el ministro italiano de Cultura, Dario Franceschini. En 2010, el Festival de Venecia le rindió homenaje junto con Hill entregándoles el David de Donatello a su trayectoria artística.

«No soy actor, soy un personaje», dijo durante la presentación de su biografía oficial, «Altrimenti mi arrabbio: la mia vita». «Aquí sólo figura un cuarto de mi vida». Y es que además del cine y la natación, entre sus muchas pasiones figuran volar -llegó a fundar incluso una pequeña compañía aérea, Mistral Air- y la música. Entre otros, compuso algunas canciones para su película «Lo chiamavano Bulldozer».

En los últimos tiempos, Bud Spencer había sumado una pasión más: las redes sociales. Le gustaba hablar cariñosamente de «Facebud», y en su perfil de Facebook se leía desde ayer por la tarde: «Lamentamos profundamente contarles que Bud está volando hacia su próximo viaje».

No soy actor, soy un personaje
Bud Spencer

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