Por Lester Oliveros

El evento estaba programado para los últimos días de mayo. Los organizadores del encuentro son Erwin Ixmucané y Giovanni Coxolcá Tohom, hermanos y héroes de esta nota. Ellos se levantaron antes de las cuatro de la mañana y viajaron aproximadamente 117 kilómetros de madrugada para estar esperándonos en el Peri-Roosevelt a las seis de la mañana el día en que nos reunimos.

Allí estaban, reanimados y entusiastas, Erwin viendo el reloj a cada quince minutos mientras nos juntábamos todos, ya que debíamos estar a las nueve en punto en el salón de eventos de Instituto Indígena Nuestra Señora del Socorro. Salimos al fin en tres carros.

Ya había ido antes a allí, invitado a última hora por Giovanni Coxolcá, compañero de la Facultad de Humanidades de la USAC. El lugar era un internado Bethlemita donde le dan clases de magisterio a un grupo grande de jóvenes maestras. En esa ocasión recuerdo que hablamos sobre escritores nacionales y fue una accidentada conferencia en donde lo rescatable fueron las brillantes preguntas de las estudiantes, ya que fueron interrogantes apasionadas, en donde no buscaban impresionar a nadie sino más bien quitarse las dudas de una vez por todas. “Hubiera estado bueno para que uno no supiera”, le digo en broma a un compañero que va, esta vez, con nosotros en el carro.

Semetabaj quiere decir “piedra de obsidiana.” Todas sus casitas parecen nuevas y la carretera por donde vamos se llama Las Trampas. ¿Por qué las trampas? Recuerdo que la señora a la par mía, en el bus, me responde que antes asaltaban en esa carretera. El clima es excepcional luego de llegar de la ciudad de Guatemala donde se han sentido unos calores que para mí no parecen normales. Todas las casas parecen nuevas porque el pueblo parece un retoño de Sololá, un lugar donde todo va renaciendo tan naturalmente, que uno siente la falsa sensación de que aún no ha llegado el mal.

Los expositores somos 9 y tenemos una hora para desarrollar nuestra charla. En mi caso trataré sobre arte y desarrollo, pero mi preocupación fundamental es la lectura y el enganche a esta por las buenas. También nos acompañan: Mario Roberto Morales, Carlos Rosales, Carlos René García Escobar, Pablo Javier Salvatierra Lemus, Daniel Alarcón Osorio, Carlos Gonzales Orellana, Carlos Enrique Rivera y Héctor Herrera.

Al llegar nos recibe la directora del plantel y ya en el salón se respira una bocanada de expectativa. Yo soy el primero y, como cosa rara, no estoy nervioso. Ellos celebran sus 20 años de recorrido desde 1996. El internado es un terreno con coníferas y unas instalaciones amplias y bien construidas. No hay adornos, pero las flores logran colarse entre la grama.

El organizador, el entusiasta por la educación y generoso anfitrión, Erwin Coxolcá inaugura el evento y ¡vamos para arriba! La hora se vuelve corta y luego de las preguntas y respuestas concluimos que se debe lograr un tiempo de arte, un espacio de expresión, porque si bien es cierto que el municipio está en crecimiento económico también debe desarrollarse culturalmente.

La dinámica de la pedagogía la manejan muy bien Héctor Herrera y Carlos Rosales, ambos muy entusiastas y certeros, saben su rol y proyectan la teoría de una forma sencilla, que es algo que se logra cuando ya se ha leído y puesto en práctica todo lo aprendido.

Para la creatividad educativa nadie como Mario Roberto Morales que llegó a entretenernos con una conferencia amena; dejando varias ideas y tareas para la mente. Su ponencia se llamó Intelicidio: la muerte de la inteligencia. Nos contaba sobre todo el proceso histórico ligado a procesos económicos y de consumo suicida en su mayoría, sobre la plataforma publicitaria, la muerte del lenguaje, el nacimiento de la mímica gestual, el retorno a lo cavernícola. Era para reírse cuando dijo “les cuento que hubo un tiempo en que de verdad, de verdad, la gente leía con gusto… aunque no me lo crean”. Él le llegó a subir tres rayitas al evento. Yo no lo conocía en persona. Me contó que acababa de regresar de México y que se había traído dos libros de Cioran, que era al escritor que leía. Antes me entusiasmaban los exguerrilleros, luego me dieron mucha desconfianza, pero este muchacho alto y formado, me pareció lucido y buena persona. Otro que me pareció en busca de la novedad ilustrativa fue Daniel Alarcón Osorio que además escribe libros de poesía cada año. Él y Carlos Enrique Rivera están al nivel de creativos textuales, junto con Pablo Javier Salvatierra Lemus.

Entre todos, el más abstracto y curiosamente seguidor de los algoritmos mentales y al mismo tiempo muy sensitivo en su exposición fue Carlos Gonzales Orellana. Yo le digo El Chino, González Orellana habló sobre la dinámica del luto asociando esto con la fábula del conflicto armado interno. La paz y los procesos de sanación, que es la gran empresa nunca emprendida, de recordar olvidando. Una de las maestras participantes hizo una pregunta: “¿Hasta cuándo se va dejar de hablar de los desaparecidos, o no se han dado cuenta que ya es hora de abordar temas sobre el futuro y construir algo diferente en base a eso pero sin evocarlo tan dramáticamente?”. Todo queda en suspenso y la respuesta no llega, no abarca toda la tristeza y pesadumbre que contradictoriamente flota sobre Guatemala.

El evento duró dos días. El primero cenamos un gran churrasco en casa de los Coxolcá, familia maya kakchiquel. Empática y alegre. Vimos la biblioteca que tienen y que abarca dos paredes con su sala de lectura. La casa está muy bien diseñada y a la par hay un huerto de crisantemos que de vez en vez nos avientan un aroma esotérico. También hay cultivo de haba.

Lo que hay que resaltar es que Erwin Ixmucané y Giovanni Coxolcá Tohom han organizado todo esto por el discreto amor al arte. Nadie les patrocinó nada, ni el establecimiento educativo que a lo mucho convidó los almuerzos, ni ningún agrupación política, ni ningún mecenas. Por una parte esto les da libertad de acción, pero por la otra podría ir disminuyendo el entusiasmo. Ellos tienen la visión de un municipio que en lugar de ser un margen, sea un centro. Para las estudiantes, maestras futuramente, es un regalo.

Esos dos días fueron fundamentales también para los organizadores que aprendieron de logística, estructuras educativas y de lo contrario de la soledad: la solidaridad con su propio pueblo.

Semetabaj quiere decir piedra de obsidiana. Todas sus casitas parecen nuevas y la carretera por donde vamos se llama Las Trampas. ¿Por qué Las Trampas?

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