Por Juan Pablo Muñoz y TG

Cuando dos o tres deciden juntarse para ir por un par de tapis, pocas veces calculan la hora en que van a terminar. «Un parín», se dice, «solo un parín y nos vamos». Pero ese par, se convierte en un buen par… pero de cajas, acompañadas de las debidas pláticas y cómo no, hasta de los infaltables clavos de la muchachada. Es por eso que la autoridad decidió ponerle límite a la hora de la fiesta: a las 01:00 horas de la mañana, todos para sus casas. Sin embargo, mientras para unos es un disuasivo, otros se disponen a transgredirla «hasta que el cuerpo aguante». Y hay cuerpos que cómo aguantan…

Este tipo de medidas empezaron por la década de 1920 en Estados Unidos, con el pretexto de reducir la violencia asociada al alcohol; se prohibió no solo la venta sino hasta el consumo mismo. Al parecer, la violencia se redujo, pero apenas durante los primeros años. Sin embargo, los norteamericanos siguieron bebiendo y muy pronto el crimen organizado tomó el control de la fabricación de las bebidas alcohólicas, primero, y posteriormente de la distribución y venta de las mismas.

Fue durante esos años que emergieron nombres como Al Capone y sus secuaces, quienes monopolizaron en la ciudad de Chicago la venta de licores; y para no ser detenidos compraron a las autoridades policiales, fiscales y finalmente judiciales. Estos poderosos hombres controlaron ciudadelas enteras de bares y clubes nocturnos y el comercio ilegal empezó a cobrar niveles inimaginables de muertes y corrupción para mantenerse. Hacia 1933, la medida fue totalmente derogada: la ley seca había sido un rotundo fracaso. Y a pesar de ello, los gobiernos latinoamericanos la han acogido una y otra vez, en distintas épocas y en modalidades parciales.

En Guatemala, medidas militares y procesos eleccionarios aparte, este tipo de prohibiciones empezó durante el gobierno de Serrano Elías, y fue posteriormente modificada por Arzú Irigoyen, Portillo Cabrera y Berger Perdomo. El Acuerdo Gubernativo 221-2004, vigente en la actualidad, prohíbe la venta, distribución y consumo de bebidas alcohólicas entre las 01:00 y las 6:00 horas. Pero, ¿es efectiva? ¿Se cumple?

En cuanto a la primera pregunta, la respuesta es muy simple: a saber, que los estudiosos de la fenomenología de la violencia y de la salud pública lo digan. Por las causas que sean, la gente bebe como campeona y la cantidad de accidentes de tránsito y muertes no es poca, sobre todo en fines de semana y demás «fiestas de guardar»… pero de guardar unos centavos para el atascarse de tapis… o para el poli si cacha a más de alguno en el proceso.

Quizás si lo que se busca es reducir el alcoholismo como mal social, las medidas deban pasar por empezar a controlar los monopolios de la cerveza y del licor y por establecer medidas y políticas más integrales de tratamiento del problema. De estos temas, ya habrá oportunidad de hablar en otros números de este espacio. Centrémonos, por ahora, en la segunda pregunta: ¿se cumple?

Que tu prohibición ni qué nada… No se cumple. Hay mil formas de violar la Ley Seca y todas y todos las conocemos. En otras palabras, es una de esas prohibiciones de fachada, propia de sociedades conservadoras que se somatan el pecho indicando que se respeta la moralidad pública y que se respeta la vida, cuando en el fondo es aceptado que se transgreda. Pero dejémos ya el tono serio de esta entrega y pasemos al peculiar acento anecdótico que nos caracteriza.

Tras un profundo análisis (recuento de vivencias, pues), podemos decir que existen 7 formas de saltarle las trancas a esta anémica ley, tal vez por eso le dicen «Seca», y en las cuales, en todas, hay solapamiento de la «autoridad». La primera y menos peligrosa está dada por las after parties privadas. «Muchá, sigámosla en mi casa», se atreve a decir el más picado del grupo. Una reunión más íntima o a veces un ejército de comensales, se terminan reuniendo en una casa allá por la colonia tal: se guarda al chucho, se improvisan mesa y pista de baile; se presumen los aparatos de sonido y la colección de música que se tiene, o bien el internet que se paga; se vacía la refrigeradora para ofrecer las famosas bocas y así. Allí van saliendo de la casa los comensales, uno a uno, como pueden, a deshoras de la madrugada, porque pocos son los que además de deleitación reciben posada. Y salvo que los clavos sean muy escandalosos, la autoridad ni puede ni podría intervenir en el jolgorio.

Pero también está la modalidad de cerrar el negocio a la 01:00 am, respetando la mentada ley, pero dejando a los consumidores continuar con la platicada… y zandungueada (eso sí, con algo más bajo el volumen). Lo que creemos, porque nos han contado, es que el buen cantinero entra en contacto con el jefe policial de la zona para pasarle los billetíos que le hagan hacerse de la vista gorda.

Y no sólo negocios «especializados» en el tapis siguen vendiendo. Todas y todos conocemos las tienditas de por la casa en donde se toca la puerta o ventana en clave… y se es atendido. «Deme un par de six de taconudas… para llevar», es la solicitud al amable tendero. Nuevamente, la policía pasará rondando a ver a quien pilla, aunque incomprensiblemente el lugar siga en las mismas. Es claro que al «jefe» no le interesa el cierre, sino la discreción… y su tajadita.

¿Y qué decir de las gasolineras? Faltando quince minutos para la 01:00 AM, la cadena con candado ya está puesta. Ah… pero solo para apantallar. «Sí le vendo, pero le cuesta tanto», dice el despachador de gasolina… literal y eufemísticamente hablando. Cierto es que ya muchas se cuidan y no dejan seguir a la gente consumiendo en el parqueo, pero de que venden… venden. ¿Cómo hacer la prueba? Baste preguntarle a un taxista nocturno y seguro llevará al pasajero a la gasolinera/fuente de soda más idónea, sólo que algo más cara… «por el riesgo de hacerle al cliente el favor».

Unos negocios que están construidos específicamente para terminar ya algo tardecito son las discotecas. ¡Qué aburrido sería parar el cumbión a la 01:00 AM! Generalmente, a dicha hora ya no es posible entrar, pero es más que probable permanecer. A puertas cerradas y algo más caro el producto, pero se permanece… ¡Que siga la fiesta!

Cabe señalar que de vez en vez, se asoma la patrulla, se apaga la música un ratito, se prenden las luces, se corta la rolona de perreo que va a medias, se avisa que se va a cerrar y se espera… porque los atentos oficiales dan alguna vuelta por allí, saborean con la mirada a las patojas y finalmente se retiran porque «confían» en la palabra del administrador de que ya se va a cerrar. No se ve, pero se imagina, que el jefe de la expedición recibe algún sobrecito y da la orden de retirada, esperando que ante todo prevalezca el respeto a la ley. Ya afuera, a una cuadra, habrá tiempo de ajusticiar a los criminales infractores que no hicieron caso.

Las zonas rosas también empiezan a agarrar ambiente… después de las 01:00 hasta las 3:00 AM entre semana y hasta las 05:00 o 06:00 el fin de semana, estos locales no se andan con cuentos y ni las luces neón apagan. Allí están afuera las radiopatrullas: «vigilando». Estos son otros lugares que cuentan con la venia de la comisaría, estación o subestación más cercana… «Esto no se acaba… hasta que el cliente lo diga», gritan los amenizadores…

Finalmente, hay algunos locales que si de plano nunca cierran. O más bien que tal vez cierran… pero de día… Se pasa allí para rematar la noche y por qué no… para comer un poco: deliciosas sopas, tortillitas con carne y otras viandas que alivien el bajón, acompañadas del respectivo lirio. Se juntan allí todos los que son expulsados de cualesquiera de las anteriores opciones. Hay cuidadores de carros o taxistas del lugar, todos dispuestos a servir al cliente.

¿Y qué tienen en común todos estos lugares? Pues además de la alegría y la magia que provocan los tapis, también otros dos elementos importantes: las drogas de todo tipo y la anuencia policial. Al fin de cuentas, si ya se está transgrediendo la ley -y el señor agente lo sabe-, pues que se transgreda bien, es la lógica que en una sociedad ridículamente doble moral impera. Al fin de cuentas, lo importante es que se sepa, pero que no se diga que se sabe.

Prohibir y de todas formas dejar hacer, pero en silencio, es el camino que acompaña al tapis durante la famosa Ley Seca, producto de los más encarnizados discursos de los políticos amantes del orden público y de las buenas costumbres.

Más valdría no prohibir nada pero elevar los controles administrativos, ¿no?

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