Por Juan Calles
Barrancópolis
Hay un tipo en la cocina de su casa; con el último fósforo enciende la hornilla en la estufa, una llama azul besa el culo de una olla vieja y torcida; el agua dentro de la olla intenta convertirse en café. El tipo usa chancletas de hule, muestra uñas largas y sucias en los pies, no usa camisa y solo una pantaloneta de un equipo de futbol cubre su cuerpo flaco y enfermo. Mientras espera por el café abre un libro de poesía; entonces, solo entonces su tristeza cobra sentido. ¿Tiene sentido la tristeza?
El libro de poesía titula El espacio que recorre un grito, mira la portada, mientras lee el título imagina ese espacio, imagina el sonido del grito, imagina a un hombre con pelo largo y anteojos de hipster gritando de dolor, gritando para no desaparecer, imagina la calle sucia en donde ese grito sucede, imagina todo el dolor encerrado en ese título. Desea con todas sus fuerzas que los poemas no sean malos. Inicia la lectura.
El papel amarillento y los adornos de las páginas le parecen lúgubres, acaricia el papel, siente deseos de oler el libro pero se reprime y se obliga a iniciar la lectura, se encuentra con un epígrafe de Monteforte Toledo, quien siempre le pareció aburrido y engreído. El epígrafe cuelga de la página, apenas sosteniéndose, parece querer caerse, parece forzado a estar allí. Hay un segundo epígrafe pero lo salta sin leer, teme que lo obligue a desistir de la lectura.
El primer poema lo golpea, un golpe blando en la boca del estómago, lo deja sin aire y con la boca amarga; es un poema lleno de olores, el autor le sirvió un buffet de olores, un bello poema que le seduce y le obliga a activar el sentido del olfato, recordando, haciendo trabajar el cerebro. Es un poema bello y triste a la vez. «Una buena forma de empezar», piensa y voltea a ver la olla en el fuego de la estufa, aún no combustiona.
Regresa a la lectura, no puede, no desea detenerse, se encuentra de frente a una ventana surrealista, la página titula «Almas combustibles» y no puede dejar de ver a través de esa ventana, un bolígrafo azul, un poeta pequeño y sagaz, luchando y dando la batalla contra las palabras y los espejos. Lo mira salir bien librado de esa batalla. Lo imagina escribiendo este poema y lo reconoce un escritor.
Interrumpe la lectura para acercarse a la estufa y dejar caer el café molido sobre el agua que grita la palabra «hirviendo». El olor de la infusión inunda la casa; apaga la estufa y espera a que el agua se transforme en la bebida que tanto le gusta. Tiene los dedos manchados con polvo de café, mancha las páginas del libro al abrirlo, no puede contenerse y lame las manchas que sus dedos hicieron en las hojas del libro, siente el sabor del libro y el café mezclados, es un sabor cítrico y oscuro. Lame una vez más, cierra los ojos y busca otro poema para leer.
Soñar que matás, pensó el lector medio desnudo, bajo la influencia de la lectura; no pudo imaginar al autor en una situación de violencia, ni en defensa propia. Encontró poemas que desde una vitrina demasiado cómoda y lujosa miran pasar el hambre y la violencia de un país demasiado acostumbrado a la muerte y la indiferencia. Mencionar la sangre, mencionar la muerte, mencionar la injusticia no te hace vivirlas, no te hace cercano a la realidad, mencionarlas desde tu vitrina en un poema te cosifica. Pensó mientras sorbía café caliente, «el mejor café del mundo» masculló mientras imaginaba los pies descalzos y agrietados de una mujer indígena en el corte de café.
El libro de poemas es breve y ágil, los textos tienen una belleza áspera, tienen una tristeza afilada que corta el silencio tenso de la lectura y la imaginación. Es fácil imaginar al autor abriéndose el tórax con los dedos de ambas manos, vaciar su interior, comerlo y volverlo a sacar, son textos honestos, son textos contundentes, son los autorretratos de un kamikaze antes de percutir. Antes de finalizar la primera parte el lector ya se ha servido café por segunda ocasión, llena la taza mientras evalúa su lectura.
Al iniciar la segunda parte se encuentra una página desolada que titula «Sueños breves» al dar vuelta a la página el lector medio desnudo siente que abrió la vieja puerta de un tobogán gigante, las letras pasan frente a su cabeza con velocidad trepidante, moscardones feroces que buscan con locura chocar contra la pared del cerebro y desaparecer. Sexo, recuerdos, muerte, amigos, mujeres, hambre, miedo, soledad, la noche, inventarios, olvidos, oscuridad, XXIV aguijones que se olvidan demasiado pronto. La lenta y agradable lectura de la primera parte termina en una eyaculación precoz adolescente. El silencio de una página azul es demasiado, te muerde las ganas de seguir leyendo.
El lector medio desnudo aturdido e insatisfecho regresa al primer poema, lo lee de nuevo para olvidar esa última parte y quedarse con esos textos de piedra y filo que lo amarraron a la lectura y al café. En la portada descubre una fea mariposa que se posa sobre una guillotina, espera a la muerte, una muerte que debe ser más bella que la mariposa, el lector piensa que la mariposa es la primera parte del libro y que la guillotina es esa segunda parte trepidante y demasiado breve. El condenado es el autor que feliz espera el filo sobre su cuello.
El lector se atreve a hablar solo y mientras deja caer la taza de café que se hace añicos en el piso le habla al espejo: «Vos lector medio desnudo sos quien detiene la cuerda que amarra la hoja filosa. Abrí el libro, atrevéte a ser juez y parte de esta poesía que grita, que gira, que te convierte en humano. Atrevéte a lidiar con los textos de El espacio que recorre un grito.
Gracias a Magna Terra editores disponemos de unos ejemplares de El espacio que recorre un grito de Elmer Telón. Escriba un correo a jsalazar@lahora.com.gt si desea obtener uno. No olvide adjuntar un número de teléfono para comunicarnos de vuelta con usted.
La lenta y agradable lectura de la primera parte termina en una eyaculación precoz adolescente. El silencio de una página azul es demasiado, te muerde las ganas de seguir leyendo.