Por Juan Calles

Antes de salir de la casa me vi al espejo, ya no era yo, bajo el brazo un libro de pastas llenas de líneas azules, amarillas y rojas me hacía ver como un niño de cuatro años, gordo y cachetón, las rodillas del pantalón sucias y gastadas, la playera de rayas rojas y blancas lucía alegres manchas de helado y chocolate. Saqué el libro de debajo del brazo, titulaba “La Sagrada Familia” me vi al espejo y otra vez encontré la cara barbada y cansada de un tipo con ojos gastados. Reí de buena gana, la imaginación me jugaba, otra vez, sus acostumbradas bromas.

_Cul2_1BConfirmé que llevara entre la bolsa las llaves, el celular y monedas para el Transmetro. Salí a prisa, debía llegar a tiempo para entrevistar a Gloria Hernández, autora del libro que desde hace días llevaba a cuestas, me intrigaba conocer a esa poeta que había logrado hacerme enojar, reír y arrugar el rostro una y otra vez; una poeta que había propuesto un cuadrilátero para fajarme con sus letras. Coloqué el libro bajo el brazo para acomodarme los anteojos que me permiten leer y me vi al espejo, otra vez era un niño de cuatro años, gordo y cachetón. Salí al encuentro con la poeta.

La encontré sentada en un jardín, tenía flores en el pelo, una blusa blanca y olía a dulces de sandía; (eso lo supe después porque corrí a su encuentro y me senté en su regazo) Ella me hizo reír y me cantó coplas extrañas y divertidas. Sacándome el libro de debajo de la camiseta le pregunté ¿Qué es esto? Y, mientras me llenaba la boca con puñados del algodón de azúcar que ella había sacado de no sé dónde, me respondió: A la orilla de un señor/está sentada una niña/hilvana absurdos y sueños/para Juan, el trovador… Para cuando ella finalizó de explicar, mi lengua, mi boca, mis manos, mis mejillas y todo yo habían quedado matizados para siempre con el azul de los sueños.

Patojo goloso y feliz, me regodeaba entre las páginas y la grama, la voz de la poeta era una voz de sueño, tubular y gaseosa, ¿Con qué hiciste todo esto? Volví a preguntar pasando las páginas lentamente, como buscando algo entre los renglones, ella vio hacía un árbol de níspero que estaba a unos metros sobre su izquierda y como tratando de recordar, me respondió:

La poesía que intento es un serio juego en el que no hay más reglas que mi propia cadencia interior concertada con mi búsqueda en las palabras, los símbolos, la belleza y la intuición.

Busqué más golosinas entre las anchas bolsas de su falda, encontré flores disecadas, versos, asombro, un par de ojos de poeta, menta, canela, tristeza y nostalgia. Con las manos chorreadas de todo eso las levanté a la altura de sus ojos y pregunté: ¿sentiste nostalgia cuando escribiste este libro?

Más bien desarraigo, para pensar mis raíces y continuar mi camino, para fortalecer mi conciencia de ser en soledad. Si hay nostalgia, se debe a la evocación de lo que viene después de estos poemas, el por-venir.

Seguí jugando con el libro, por días, por semanas, no sé cuánto tiempo pasó, el libro se me convertía en un extraño objeto, lleno de extrañas esquinas y calles, en otro país, en paisajes de Praga y Guatemala, mis pequeñas manos de niño únicamente podían aferrarse a la lectura para tratar de descifrar que era aquello que tenía entre las manos ¿Con qué construiste esto? Pregunté blandiendo el libro, ella me miró compadeciéndose de mi falta de visión, pero respondió lenta y tranquila:

No construí esta poesía, Juan. La pinté con mis colores personales: el azul de los sueños, el rojo de la impotencia, el verde de los encuentros, el naranja de las casualidades, el púrpura de los deseos y el amarillo de la posibilidad.

Recordé que leí en tu libro algunos poemas que escribiste en un país frío y lejano, te imaginé con un abrigo largo que entallaba tu cuerpo, te imaginé y te leí, como un turista fatuo, esos poemas no me gustaron tanto, ¿Son notas de turista? Pregunté y esperé un zape por mi impertinencia.

Estos poemas fueron escritos casi todos de diferentes formas y en distintas épocas, una y otra vez. Muchos años antes de llegar a Praga. Los escribo, los quemo, los hago pedazos y los olvido. Hasta que vuelven a atacarme. Esas callejuelas de Praga por las que anduve vagabundeando con mucho sosiego fueron las culpables de que estos poemas me alcanzaran de nuevo. Si leíste bien, NO entré a la casa de Kafka, ni al Cementerio Judío, ni a las tiendas de suvenires. Intento desviarme de la ruta de la excursión. A casi ningún lugar voy de turista: yo deambulo por los paisajes nuevos.

Me paré, caminé a su alrededor, busqué un buen ángulo para poder ver su expresión cuando hiciera la siguiente pregunta, no por que estuviera buscando una vía de escape, más bien porque sabía que la pregunta abriría una puerta de ella como persona, no como autora de un libro. Antes de preguntar saqué una botoneta de la bolsa del pantalón, se la coloqué en el párpado izquierdo, era amarilla, la lamí para que se quedara pegada, le coloqué una verde en el párpado derecho, y volví a la carga; En tus poemas La Cebolla y La Verdad se denota un aferrarse al pasado para sobrevivir a un futuro incierto y caótico ¿Es mi interpretación exagerada? O ¿Es sólo una forma de Gloria Hernández para abjurar el dolor de vivir?

Vivir duele, es cierto. Pero la vida también es gozo, alegría pura. Y la escritura para mí es la vida, con sus luces y sus tinieblas. Tu interpretación es exagerada y un poco literal. El ejercicio de la escritura me permite hacerle una fotografía en sepia a la institución familiar, a través de mi lente. Esta no es “mi Sagrada Familia”. Esta es “la Sagrada Familia”. El devenir de tantas personas y de tantos hogares en una sociedad caótica como la nuestra, combinado con algunas experiencias de vida da como resultado esta visión, aquí sí, incierta, casi anárquica de la familia en esta época.

Quise verla a los ojos cuando terminó de responder, pero aún tenía las botonetas pegadas a los párpados, Así veo mejor, me dijo, yo aproveché para meterme a la boca el resto de las botonetas; así con la boca llena de los chocolates de colores me atreví a preguntar una vez más ¿La Sagrada Familia se escribió en un tiempo que aún no ha sucedido? ¿Es una poesía que nace del caos por venir y no en el presente en donde se escribe y se vive?

Tu intuición es la mía. No comprendo el tiempo de manera lineal. Ni entiendo la vida como una secuencia cronológica. Quizá de ahí se deriva mi desencuentro con el mundo y con la vida cotidiana. Lo mío es el caos, el contrapunto; a veces, los vasos comunicantes y el tiempo circular.

Me quedé con esa imagen en la mente, tiempo circular, tiempo circular, tiempo circular, me hizo regresar al momento exacto en el que inicié la lectura de La sagrada Familia; entonces encontré un poema al padre y al mismo tiempo recordé que el libro finaliza con “Reloj” otro poema sobre su padre; le quité las botonetas de los párpados y le pregunte a boca de jarro ¿Es la sagrada familia una forma de homenaje a tu padre; quizá a la “paternidad” literaria que le adjudicás a Kafka? ¿A los hombres de tu vida? (“Los Hijos” otro texto que llamó mucho mi atención porque colabora para entender tu libro como un homenaje a los hombres de tu vida)

Es, en primer lugar, un homenaje a la familia: al padre, a la madre, a los hijos. A mi familia y a la de todos. Es una oda y un reparo a ese espacio que nos forma y nos deforma a su sabor y antojo; con sus vicios, sus acasos, sus vacíos y sus excesos, pero también con sus epifanías, sus hallazgos, sus satisfacciones y sus alegrías (de ahí los demás poemas).

Sin terminar de hablar, se levantó, se sacudió y alisó la falda, se acomodó el cabello, el aire obtuvo un olor herbal, ya no me vio; giró sobre sus talones y se alejó mientras hablaba sobre Kafka. Me quedé con el libro abierto sobre mi pecho, (no sé cómo terminé acostado sobre la grama) escuchaba su voz que se alejaba, levanté el libro sobre mi cabeza y vi que habían dos botonetas derretidas sobre las páginas. Salí de allí a buscar la parada del Transmetro, esperando que no hubiera colas y que nadie notara las manchas de colores que llevaba en los ojos, al cruzar el umbral de aquel jardín aún pude escuchar su voz que se alejaba diciendo:

Kafka me enseñó con su manera, en apariencia reconocible y cotidiana, que mi manera de sentir no era locura. Que la angustia y la incertidumbre cohabitan con el deseo y la esperanza, igual que la pesadilla y el sueño más feliz.

“La Sagrada Familia”

Autor: Gloria Hernández
Editorial: Magna Terra Editores (2016). 61 páginas. Colección Pregón
Disponible en las principales librerías del país.

Magna Terra Editores y la sección cultural de La Hora obsequiarán un ejemplar del libro a quién escriba un correo electrónico a jsalazar@lahora.com.gt solicitándolo. No olvide colocar su número telefónico.

“Esta no es “mi Sagrada Familia”.  Esta es “la Sagrada Familia”. El devenir de tantas personas y de tantos hogares en una sociedad caótica como la nuestra…”

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