Por Leonel Juracán

Resulta un poco más que sospechoso que “El surgimiento y caída del tercer Reich” siga siendo un tema recurrente en documentales, películas y la mal llamada “televisión educativa”. Sería bueno que ese interés fuese motivado por una verdadera intención de comprender las causas históricas y psicológicas que posibilitaron la existencia del partido nazi, ya que esto nos ayudaría a comprender el proceso que conduce un concepto de Estado desde la dominación al totalitarismo. Pero todo se viene abajo, cuando descubrimos que junto a los discursos que deploran el holocausto judío, están los que justifican la ocupación de Israel, y bajo el disfraz del germanófilo se esconde muchas veces un admirador de Hitler.

Es morbo y no otra cosa, porque nadie explica cuáles fueron los otros dos Reich, el significado de Alemania antes de la Primera Guerra Mundial, o las graves consecuencias que esta guerra tuvo no sólo para judíos, polacos y húngaros, sino también para los mismos alemanes.

Claro que un conflicto de tal magnitud no se prepara de una generación a otra, ni un proyecto de reforma supranacional tan ambicioso como tiránico es posible sin ciertos componentes que analizaremos a continuación:

a) El resentimiento Histórico

Algo que debió considerarse alarmante y muy grave síntoma de la orientación que tomaría el nacionalsocialismo alemán contra otros países fue precisamente autoproclamarse “Reich”, es decir, imperio. En los pueblos germanos anteriores a la invasión romana, la organización política evitaba la centralización del poder a través de un sistema de elecciones que se efectuaba entre los principados que se consideraban germanos. Sin embargo, Carlo Magno, sometió por la fuerza a lombardos, sajones, bávaros, galos y daneses, hizo la guerra a los pueblos eslavos, trató de ganarse el favor de la iglesia regalándole territorios al papado y finalmente presionó a León III para que lo coronase como rey de los francos y emperador de los romanos.

Encontramos así, tanto en la cristianización como en la imposición del orden feudal, el origen de una afrenta intolerable que ha sido motivo de muchísimas obras literarias germanas: desde el cantar de Roldán, hasta el Hiperión de Hölderlin. Los pueblos sometidos al “Sacro Imperio”, fueron culturalmente desarraigados, quedando en su lugar una confusa sensación de molestia contra occidente, pero que no podía manifestarse sino apelando a orígenes que tampoco reconocían como propios: Roma y Grecia.

b) Utopía

Recordemos que Carlos V, de Habsburgo, fue tanto rey de Alemania como de España, y bajo su reinado ocurrió el despojo de las tierras americanas. No obstante, las guerras de religión, así como los desacuerdos comerciales con Inglaterra, dejaron a España en quiebra y el oro sustraído por Cortés y Pizarro a los nativos, fue a parar hasta los palacios del Sacro Imperio.

Esa imagen que hoy en día tenemos de cortes opulentas, cultas y licenciosas, con camareros y bailarines llevando pelucas empolvadas no corresponde tanto a las cortes de Francia prerrevolucionaria, sino más bien a las de Austria. Es la época en que los reyes del ahora “Imperio de Austria-Hungría” pretenden crear una identidad artificial, edulcorando la música tradicional de los diferentes pueblos y etnias que aglutinaban. Desde Mozart, hasta los hermanos Strauss, pasando por Beethoven, los músicos rinden homenaje a los Príncipes electores, reyes y marqueses en ocasión de celebrar victorias militares, por medio de Valses, Mazurcas, Polonesas, y Sinfonías, que pretenden darle una cohesión al menos estética al imperio.

En este clima creado por la quiebra económica de España y la caída de la monarquía francesa se convoca al “congreso de Viena”, entre 1814 y 1815. Un año entero en que la nobleza de Europa central, acompañada de toda su corte y ministros se dedica a planificar el nuevo orden. No como fríos estrategas, sino con fastuosos conciertos, paradas militares y funciones de ópera, que se celebraban casi todos los días. Es esa gran cantidad de dinero dispensado lo que dejó ésa imagen grabada en el imaginario colectivo, de una ciudad alegre, galante y culta, en la que “solo faltaba que el vino saliera a borbotones de las fuentes públicas en los parques”.

Pero no todo era diversión, la guerra contra Napoleón continuaba en el norte, los pueblos eslavos continuaban siendo “ciudadanos de segunda clase”, y Polonia sufría el continuo ataque del imperio otomano.

c) Cultura militar

Tal como ocurrió con el Cáucaso en Rusia, o como el oriente guatemalteco durante la federación centroamericana, el imperio germánico utilizó siempre a los prusianos para formar las fuerzas élites de su ejército.

Después de ocho o más generaciones de que todos los miembros varones de una etnia son utilizados para conformar las fuerzas estatales, el orden militar llega a permear hasta las relaciones intrafamiliares.

Así lo expone Claudio Magrís, en su libro “El mito habsbúrgico en la literatura austríaca moderna”. Un padre en Moravia que exige que sus hijos “se cuadren” antes de poder abrazarlos, o la escena de “Tarás Bulba” donde un padre cosaco después de muchos años de no ver a su hijo empieza por liarse a puñetazos con él, para comprobar si ha recibido un buen entrenamiento.

Por supuesto, los prusianos se consideraban en derecho a proclamar su independencia, pues muchas veces habían defendido al imperio, peleando y muriendo por causas que en el fondo, les eran ajenas, Por eso Otto Von Bismarck proclama el “segundo Reich”, lo cual no impidió que los alemanes pelearan otra vez, en nombre de Austria contra Inglaterra durante la Primera Guerra Mundial.

A manera de conclusión

Según nos señalan numerosos autores, posteriores y contemporáneos a la Segunda Guerra Mundial (Ernst Bloch, Hanna Arendt, Eric Voegelín, Albert Camus). La creencia en una sociedad perfecta y armónica es lo que blinda a los totalitarismos contra los resabios de la moral. En aras de esa sociedad idealizada se justifica cualquier método de acción, sin importar lo injusto, irracional o sangriento que parezca. La idealización de un pasado mítico, la visión romántica de una época histórica, o la simple promesa de un paraíso terrenal deben ser tomados con recelo: Si vamos a construir una sociedad perfecta ¿Exige esto la destrucción de la sociedad presente?; luchamos por algo “que aún no ha llegado a ser”, ¿Y debemos estar dispuestos a morir para conseguirlo?; queremos recuperar el paraíso perdido ¿Proclamándonos como defensores de la pureza?

La singularización del genocidio efectuado contra el pueblo judío, es una forma de no querer ver otros genocidios, ocurridos desde otros Estados totalitarios, como el asesinato, saqueo y evangelización de los pueblos americanos, justificado como una forma de “Humanismo” y “Derecho de Gentes”, que tenía como trasfondo utópico tanto “La ciudad de Dios” de San Agustín, como el libro de Tomás Moro; el asesinato de ciudadanos kurdos, albaneses, como forma de “construir el islam” o “cimentar el socialismo”.

Expuesto así el imaginario, no es de extrañarse que aquéllos que nombran a Guatemala “La ciudad ilustrada”, sean los mismos que niegan el genocidio, los que dicen “Esperar el renio de Dios”, los mismos que piden la pena de muerte, o quienes se proclaman “promotores de desarrollo” sean precisamente los saqueadores contemporáneos.

“Encontramos así, tanto en la cristianización como en la imposición del orden feudal, el origen de una afrenta intolerable que ha sido motivo de muchísimas obras literarias germanas…”

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