Por Rodrigo Arenas Carter

Lo que más me llama la atención del cortometraje producido en Chile y, como bien ya lo saben muchos, ganador de un Oscar, «Historia de un Oso» no es la impecable técnica de animación ni la inteligente narración de las desventuras de un oso que es alejado de su esposa e hijo para ser esclavizado en un circo. Lo que realmente se me queda en la cabeza es la escena final, en la que se vislumbra una ciudad de un tiempo quizás remoto y en la cual dicho oso puede trabajar tranquilo en la calle, un detalle del que poco y nada se ha escrito.

Pero vamos por partes.

Sin duda alguna este trabajo brilla por su técnica. La perfección en el uso de la luz, de los colores y de las texturas ante el desafío de transformar pixeles en figuras de latón es impresionante. Más aún, los personajes logran adquirir personalidad, cosa difícil de alcanzar en poco más de diez minutos de metraje. Además, los efectos de sonido y la pegajosa música del dúo Denver contribuyen enormemente a emocionar al espectador.

Segundo, mucho se ha escrito y hablado sobre el trasfondo narrativo de «Historia de un Oso», en especial en la prensa chilena. Para los amigos guatemaltecos que no lo sepan, es una metáfora respecto a la experiencia del exilio del abuelo del realizador Gabriel Osorio. Leopoldo Osorio, fiel partidario de Salvador Allende, quien estuvo dos años en la cárcel y luego partió fuera del país como muchos compatriotas debido a la dictadura de Pinochet. «Mi circo fue la cárcel pública», declaró a los medios chilenos. En la historia de Leopoldo se representan mil historias de prisión y exilio, como la de mis primos, o como la de muchos otros latinoamericanos que debieron enfrentar lo peor sólo por el hecho de pensar distinto.

Sin embargo, y tal como lo adelantaba, lo que más me da vueltas por la mente es la toma que cierra el relato. La cámara se aleja, y vislumbramos la panorámica de una ciudad que pareciera ser Valparaíso, con sus construcciones patrimoniales descuidadas, su ambiente cálido y las calles adoquinadas, un paisaje romántico pero lejano a gran parte del Chile de hoy, atestado de malls, de carreteras por las cuáles no se puede circular sin pagar, y de niños que no conciben la vida sin Playstation. Pero, el detalle que más me angustia es ver la tranquilidad con la que ese oso puede ganarse el pan honestamente en la calle, tan honestamente que lo hace relatando parte de su vida. Porque mientras el gobierno llena de elogios a los realizadores de este corto, muchísimos artistas callejeros son multados y arrestados por la policía chilena (carabineros) como si fueran el mayor peligro público, humillándolos innecesariamente y ante la impotencia de los ciudadanos que han dejado testimonio de esos maltratos en las redes sociales. Ese oso me recuerda a los organilleros que recorrían las calles de Chile llevando alegría a nuestra infancia por medio de un remolino de papel, al tiempo que se ganaban la vida sencilla y honestamente, en una postal de un pasado que no era necesariamente mejor, pero en el cual estaba claro que ser malabarista callejero distaba mucho de ser un criminal.

https://www.youtube.com/watch?v=QcuufOr_F68


Rodrigo Arenas Carter (1976) Escritor chileno, vive en Guatemala desde hace un año. Tiene una Maestría en Literatura y además se dedica al arte de la performance. Amante de las redes sociales, por eso te damos su blog: rodsands.wordpress.com

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