Por Juan Pablo Muñoz Elías y TG

Una cafetería china es un comedor y una cantina popular. Te sirven abundante comida y, si vas con sed, te venden unos buenos tapis… o las dos cosas. Generalmente, están en los lugares más populosos de la c iudad, aunque habrá una que otra en áreas más “exclusivas”… es decir, para “caqueros”. Así es, en las áreas de tránsito, desde antes de la hora de almuerzo, hasta la una de la madrugada, abren sus puertas, sus cocinas y sus refrigeradoras para que hambrientos y -sobre todo- sedientos se les incorporen.

Sí, en sus afueras hay movimiento todo el día, buses del transporte colectivo, humo y gritos de ayudantes hasta como a las nueve o diez de la noche y una retahíla de taxis blancos hasta la madrugada, con su grito de batalla: “taxi joven, ¿a dónde lo llevo?”… pero ese es otro tema. Las cafeterías chinas están en diferentes partes de la ciudad: a lo largo de la San Juan, en La Bolívar, en El Trébol, en varios puntos de la zona 1 (incluyendo a los de la 6ta. calle, que son más familiares que de tapis), llegando a El Muñecón, sobre la Calle Martí, por La Parroquia y en otras partes más, en cualquier lado vas a encontrar más de alguno de estos sitios.

Identificados con nombres de la milenaria cultura china, trazados en la pared o en un rótulo iluminado, pintados generalmente de rojo y blanco, patrocinadas por alguna marca cervecera o de gaseosas, ya traducidos al castellano o no, la mayoría de veces hacen alusión a algún animal o espacio ecológico combinado con la palabra “dorado”… Si vas por la banqueta, el fuerte volumen de la rockola o el griterío de los clientes se encargarán de que al pasar la voltees a ver y puede ser esto una insinuación a quitarte la sed o a empezar una ardua jornada…

Pues siendo el caso que te dirigís a ella, te parás frente al negocio y verás hacia dentro una serie bien alineada de mesas de metal y melanina, con sus respectivas bancas y sillas -casi siempre rojas-, espejos, adornos y cuadros de paisajes asiáticos -bordados o pintados-, una iluminación blanquísima, un espacio que sirve de caja y de despacho, carteles de algunas marcas de bebidas que forran algún espacio del negocio, refrigeradoras marcando algo cercano al 0 grado de temperatura interior, cajas de envases de cerveza amontonadas al fondo o en alguna esquina, una rockola con música variada y al menos dos puertas: una que te conduce al baño, con el suelo casi siempre mojado, al parecer porque lo lavan… y otra, hacia la cocina, esa especie de mundo paralelo del cual -como comensal, afortunadamente- nunca sabrás nada… Andá, hacé la prueba y verás… aunque si te echás los tapis, no te garantizamos que al salir la sigás viendo igual…

Toreando las motos que comúnmente hay en la entrada, por fin entrás. “Se buscan señoritas”, puede que diga un cartel en la puerta, pues en las cafeterías chinas siempre te atenderá -no necesariamente con amabilidad- una muchacha, uniformada con minifalda y delantal. “Aquí está la carta”, te dirá y pondrá en tus manos un menú emplasticado, en donde aparecen decenas de platos y bebidas numerados del uno al que lleguen… sin embargo, las pasarás de largo y te dirijirás directamente a la parte posterior del mismo: a las bebidas… Y si los precios no te parecen, preguntarás: “…. ¿ofertas de qué tiene?”. Y ella dirá: “dos litros de tal cerveza a tanto” o “a tanto la media de ron con tal platillo de bocas”. Y esa primera conversación terminará con un: “tráiganos una de esas, pues”, seguida de una idea no siempre exteriorizada: “para empezar”.

Ya con tu tapis en mano, después del respectivo salud, corresponde la inspección de rigor al ambiente: los bulliciosos de la mesa de la esquina (que se nota que ya llevan su par de horas en el negocio), probablemente porque llegaron a ver su partido de futbol… o porque vienen de jugar uno; el par de bolos que ya ni se entienden entre sí y que más que verse… miran hacia el suelo; los que se están alegando; el doncito con su doñita en pleno romance, esperando que con los tapis se consume en algún lugar dicho sentimiento; el que ya te mira feo y que si te descuidás tarde o temprano te ofrecerá pelea; el bolo amigable, vaya solitario o no, que hará hasta lo imposible por oír de qué hablás con tal de caer bien y en el mejor de los casos de encontrar con quién chupar (y hasta opina en tu conversación con el respectivo “disculpe que me meta en su conversación…); el grupo de chavas que salieron “solas” con el mejor amigo de todas, y que al paso de los tapis ya empiezan a invitar los que salieron “solos” -con la leve esperanza de resultar bailando y algo más-; los que llegan en pick-ups 4×4 con cierto aire de ostentosidad y joyería -gruesa, de oro o plata-, botas y sombrero, intimidando a más de alguno de los comensales.

No faltarán por la puerta los que salen a cada rato para fumar un su cigarro. Y, por supuesto, el muchacho que se las lleva de pose y que con una mueca incomprensible mira lascivamente a la chava de alguna mesa porque cree que ya le salió algo…

En cuanto a vos y tus amigos, lo más seguro es que te acercaste porque con tu tapis, esperás un platón de comida que ojalá rindiera para 3 o 4 y porque se localiza en un punto intermedio entre el trabajo y tu casa. Te aparecés una tarde-noche cualquiera o un sábado desde el mediodía, sobre todo cuando es quincena o fin de mes… a echar un tapis… O con los hermanos de tapis de tu trabajo, que llegan hasta con el uniforme del almacén o de la empresa en que laboran. O con tus compañeros de estudios de la universidad, cuando de la jornada nocturna salen -si es que a clases entraron-. O con cualquier otra combinación de adictos al sagrado elixir.

Lo que fijo va a pasar es que al segundo o tercer tapis, se levantará el primer notable de tu grupo… a echar la respectiva ficha a la rockola. A ver qué tienen o por aquélla que te recuerda no sé qué… o a no sé quién. Y más de alguien en la mesa gritará: “también ponéte aquélla otra…”, cuando ya vas en camino. Más adelante hasta el que no llevaba pisto encontrará un su billetito doblado para cambiarlo por monedas… Pero bueno, no nos detengamos en esta cajita de música, porque ya será objeto de análisis en otra entrega de El Tapis.

Lo que sí es seguro, es que en el transcurso de la noche podrás ver algunas situaciones quijotescas… algún bolo de babas blancas en las comisuras en los labios, llevado en brazos por otro que anda igual o peor que él; el ingreso de las damas de la noche, que llegan a tomarse algo, sucediendo que más de algún cliente las invita pensando que ya la hizo… y lo más probable es que se quede doblado en la mesa y sin pisto, mientras la bebé -satisfecha de su sed- se cambia de mesa; el sexoservidor, que es recibido con chiflidos y piropos -a manera de bulling, dirían-, pero que al final terminará siendo invitado a un trago o a un baile por más de algún reprimido silbador…

Por último, está el que por obra divina del sagrado tapis no quiere pagar, y que para del aire alegándole a sus mismos cuates -o a alguno imaginario-, y que resulta quebrando envases e incomodando a la clientela en el momento en que lo sacan del negocio: con la camisa desabotonada, con el pantalón tal vez mojado porque con los mocasines se resbaló en el típico charquito de “agua” que hace que te deslices fuera del baño. Cuando pasa ese tipo de situaciones, dicen que hasta sentís que la rockola se calló.

Si de algo podés estar seguro es que tendrás local y servicio hasta la una de la madrugada… salvo por tres circunstancias: porque, como ya dijimos, al calor de los tapis te pusiste peleonero y el policía de la entrada -si es que hay- te fue a sacar: “sálgase, joven, o a la patrulla voy a llamar”; porque te pusiste necio y no quisiste esperar a los demás: “dejálo, vos, que se vaya, siempre hace lo mismo el ce….”, dirán los demás; o porque sos buen cliente y cuando todos salgan, persiana a medio cerrar, te darán un tiempo extra: “sólo me termino esto”, será la excusa.

Tus wantán o las papitas fritas a mitad de la mesa serán las bocas más comunes en la noche de tragos, que va a medias o que allí termina. Una canastita de rejilla de plástico con servilletas o pan sándwich bien tieso, un salerito, limón y hielo -si corresponde- y los clásicos botes verde y rojo de chile y tomate adornarán tu mesa, si es que venían en la oferta o si algún solidario bebedor las invitó. Lo que sí seguro habrá será tu respectivo tapis, por lo que “salud” se cantará a coro, mientras la cristalería que te sirve de recipiente choca.

Ya pasadas las tres horas de estar en el local, cuando sentís que te está burbujeando la cabeza por los cigarros que te platicaste en las afueras del negocio o por atorarte los tapis, la pregunta más importante de la noche pueda que la haga alguno de tus compañeros: “¿y a todo esto, muchá, son chinos los dueños de esta vaina?, ¿y los que cocinan?”. Pues les diremos, queridos lectores, que la humilde experiencia de estos redactores es que este tipo de ventas son administradas comúnmente por familias chinas… sin embargo, las y los cocineros no lo son. De allí que la receta sea asiática pero no deje de haber un cierto toque chapín. Además, sabemos de más de alguien que habiendo sido empleado de una de estas cafeterías, agarró el modo y se decidió a montar su propia cafetería.

A la mañana siguiente… si es que todavía te queda algún cuate soltero que viva por tu casa:

– ¿A dónde vamos a echarnos el tapis, vos?

– Al chino de allá de tal lado…

– ¿Y por qué allí?

– ¡Porque en la nueva rockola digital tienen las mejores rolas de Marisela… y tienen video!

– Uff, va, órale… y así aprovecho a comer alguito porque la “doña” me hizo trompas hoy en la mañana y ya no aguanto la goma.

– Démosle, pues.

– Vos… ¿te acordás de las fotos de ayer…?

“Te aparecés una tarde-noche cualquiera o un sábado desde el mediodía, sobre todo cuando es quincena o fin de mes… a echar un tapis… con los hermanos de tapis de tu trabajo, que llegan hasta con el uniforme de la empresa. O con tus compañeros de estudios de la universidad, cuando de la jornada nocturna salen -si es que a clases entraron-. O con cualquier otra combinación de adictos al sagrado elixir.”

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