Por Gustavo Illescas/CMI Guatemala

Se acercaba el día del cariño y no trabajaba, de vueltos y guardados se hizo el regalo. Además de estar adoleciendo la imposición de género, adolecía de dinero y para ese entonces, ya estaban devaluados los detalles hechos a mano en el “mercado del cariño”. Daba vergüenza que te señalaran de cursi, infantilista o que el precio del regalo no costara el valor de la persona.

En la escuela los amenazantes buzones para que la amiga o amigo “secreto” depositara sus cartas. ¿Y qué si no llegaba correspondencia y tú alrededor se llenaba de murmullos, mientras otros, más otras, se llenaban de cartas y chocolates? El día del cariño también es ansiedad, que si me alcanza, que si no le gusta, que si el mentado bullying se aparece para recordarte que nadie te escribió.

Algo se rescata de la tradición que dio origen al intercambio de cartas de “San Valentín”. En el siglo III, cuando el imperio romano tambaleaba ante las múltiples disidencias, tomó como medida para fortalecer a su ejército, prohibir el matrimonio. Sí, porque los hombres casados con frecuencia se resistían a dejar su familia para ir a la guerra.

Valentino, un cristiano perseguido por el oscurantismo, decidió oficiar matrimonios en secreto. “El amigo de los enamorados” fue arrestado y estando bajo prisión comenzó a intercambiar tarjetas para hablar del amor y cristianismo. Siglos más tarde la naciente burguesía que destronó a la monarquía, retomará esa práctica para celebrar, mediante el intercambio de cartas “el día del amor”, “el día de los enamorados” o “el día del cariño”.

Pero a estas alturas del partido, lo menos que se habla es del Dios cristiano en el Día del Cariño, aunque en el fondo los mensajes lleven el sello de esa moral, por ejemplo, cuando las tarjetas refuerzan en sus menajes el orden de la fidelidad monógama heterosexual. ¿Cuántas tarjetas de “Libre te quiero pero no mía”, “La mujer que amo es poesía, sinceramente tuya…” se regalaran algún día?

En el presente aunque se reniegue la economía política, las palabras de Coral Herrera hacen eco, cuando afirma que existe un amor capitalista, aquel que ama “con el ansia voraz de poseer al objeto de amor, con el ansia brutal del que colecciona piezas de caza”.

No nos hagamos tarugos, seguramente habrá quienes en el Día del Cariño regalen algo como chantaje afectivo para obtener sexo, o viceversa, que tengan sexo para obtener afecto el día de los enamorados. Sentencio que habrá quienes regalen una “dote”, un símbolo para garantizar que las púberes de otro clan sean intercambiadas para el goce del macho alfa y su linaje masculino.

Y sin duda, si el sexo se practica con amor (principal invitado del Día del Cariño) es un festín de latidos, un momento de emancipación que le da esperanza a una humanidad plagada de odio, de guerras bélicas y operaciones psicológicas. El sexo y el amor también pueden ser subversivos, quizá por eso la metáfora del amor como resistencia a enlistarse al ejército en la historia que le dio origen a “San Valentín”.

Pero también la subversión radica en un amor libre, que rompa los estereotipos y construya relaciones donde el cariño y el cuidado sean el sentido de su existencia y no la posesiva monogamia obligatoria. También un sexo libre, que deje de pensar en el “qué dirán”, que explore los placeres sin temor a desbaratar el género.

El día del Cariño es un día de intercambio, de regalos, amor y sexo. Incluso para aquellas personas que por opción de vida y no por mandato divino, deciden emparejarse, tarde o temprano el sexo pasa a un segundo plano, porque la relación no se fundamenta en eso. En ese sentido son más sinceras las relaciones abiertas, porque la fidelidad no radica en acostarse con otras personas, sino en respetar los acuerdos mutuos y no negarnos a la experiencia de sentir nuevamente la erupción de encontrarnos con cuerpos hasta entonces desconocidos.

Este no es el manifiesto del “grinch” del día del cariño, solo unas punzadas a la idea individualista y romantizada del amor, a la satanización del sexo y el contubernio del mercado. No cuestiono los abrazos sinceros que retumban los pechos o los códigos clandestinos del amor: “bichito”, “pechinita”, “cututuyo”, “cosita”, “terrón”… Solo me niego a que el ronroneo de nuestros cuerpos sea reducido a un día, a una fecha especial, que encima, sólo forma parte del calendario gregoriano de consumo.

En enero fueron los útiles escolares; marzo y abril se la quedan los cucuruchos y las cervecerías con la Semana Santa; mayo, con menos rating, dedicado a la madre; y así, hasta llegar a la cuenta regresiva de diciembre, “el mes más bonito del año”.

Para todo hay un día y si no se inventa. Algunos, más frívolos que otros, solo nos recuerdan que pasamos olvidando 365 días -cuando el año no es bisiesto-. Sin embargo, hay otras fechas que son resignificadas, como el 30 de junio, dedicada a las heroínas y héroes que perdieron su vida durante la guerra.

Entonces, ¿el día del cariño también puede ser resignificado? Y si disponemos que el amor se demostrara públicamente todos los días con besos y abrazos de distinto género, el 14 de febrero sería la celebración del amor colectivo y la Plaza Central sería el epicentro para reproducir la última escena de la novela “El Perfume” de Patrick Süskind, solo que sin los atavíos de la culpa y el silencio.

“…me niego a que el ronroneo de nuestros cuerpos sea reducido a un día, a una fecha especial, que encima, sólo forma parte del calendario gregoriano de consumo.”

Artículo anteriorAtrapados en el día a día
Artículo siguienteLos necro turistas del amor