Por Salazar Ochoa

Decidimos con mi amiga de pelo morado visitar el cementerio de Xela. El sol caía despacio y el párpado oscuro de la noche amenazaba con cerrarse sobre nosotros. No obstante la imprudencia fue nuestro mejor combustible y decidimos cruzar la puerta de aquel espacio en donde la mara que cuelga los tenis en occidente es enterrada, pese a que unos lugareños nos advirtieron que pronto iban a cerrar el cementerio.

Aunque vivo cerca de un cementerio nunca he sido un apasionado de los mismos. Tampoco es que me desagraden, es más, me parecen buenos lugares para despertar la curiosidad, dejar volar la imaginación leyendo las lápidas y crear historias con aquellos nombres tan simpáticos.

¿Qué sería de mí, si mis viejos me hubieran trabado un nombre calibre principios del siglo XX? ¿Sinforoso? ¿Rufino? ¿Manfredo? No cabe duda de que me hubiera llevado la gran diabla en el colegio. Por suerte la influencia del cine gringo ya permeaba potente en los ochenta y heme aquí escribiendo esta historia y firmándola con mis apellidos.

El frío de la tarde estaba rico, soportable digamos y mientras íbamos caminando entre los mausoleos hablando sobre situaciones improbables y cuestionamientos existenciales, mi compañera de tour hizo que nos acercáramos a una de las más peculiares criptas que uno puede encontrar allí. Al lado izquierdo y a unos pocos pasos de la entrada principal se yergue la última morada de la Vanushka.

Había escuchado hablar sobre su leyenda mucho tiempo antes pero de repente encontrarme con su tumba frente a frente me tomó por sorpresa. Es interesante leer cada una de las cosas que los visitantes casuales y los peregrinos del amor y las causas perdidas escriben allí, cómo decoran la tumba con pétalos de rosa, velas de distintos colores y clasificados sobre brujería.

Según la tradición oral Vanushka Cárdenas era una adolescente callada, tímida y de inocente mirada. Tenía 17 años cuando llegó a Quetzaltenango junto a su familia, unos gitanos cirqueros de origen europeo. Vanushka era la encargada de ejecutar uno de los números circenses que involucraban animales y durante una de sus presentaciones conoció a un joven perteneciente a una de las familias más poderosas y respetadas de la región. Ambos se enamoraron desesperadamente y tenían serios planes de casarse.

Sin embargo, como en las telenovelas mexicanas, sus padres se opusieron rotundamente al amor que ambos se profesaban y la familia de él decidió enviarlo a estudiar a España, alejándolo para siempre de Vanushka quien nunca pudo superar la pérdida, se rebeló y abandonó el circo.

La hermosa gitana decidió ilusa esperar a que su amado volviera a la ciudad altense, pero él nunca lo hizo y ella encontró la muerte al compás de 4 rondas de litros y una acalorada riña en una cantina de Almolonga. Bueno, en realidad no se sabe con exactitud cómo o de qué murió. Lo que sí es cierto y la lápida puede ayudarme a dar constancia al respecto es que murió un 10 de noviembre de 1927.

Volviendo a mí experiencia, «lástima que no hay con qué escribir» dije, enseguida mi compañera de necro aventura encontró fortuitamente un marcador negro oculto entre unos tallos secos y los brazos de la estatua. Jajajá, nos cagamos de la risa y me puse a estampar un mensaje para los visitantes del futuro.

La noche apuntaba con dejarnos atrapados allí pero eso nos importó poco y luego de escribir el mensaje continuamos el recorrido, había buena luz todavía y muchas sepulturas por descubrir. Tumbas de expresidentes, tumbas de lo que parecen ser aficionados engasadísimos de la civilización egipcia, entre otras no menos extrañas que pudimos contemplar tranquilos hasta que caímos en la cuenta de que ya estaba suave y era mejor regresar por donde veníamos porque ya era tarde.

Al llegar a la entrada nos topamos con una gruesa cadena, un candado negro enorme y las puertas cerradas (tiririririu). Creí que era broma cuando el señor que estaba del otro lado nos dijo que acababan de cerrar el cementerio y el encargado (el único que tenía la llave) ya se había ido para su madriguera. Por suerte una patoja que estaba del otro lado junto al señor intervino y nos dijo que si caminábamos al final del cementerio, subíamos unas gradas, doblábamos a la izquierda y seguíamos la vereda; encontraríamos un hoyo en la pared que nos permitiría salir.

Ni lentos ni perezosos empezamos la caminata un poco consternados de tener que ir a dar la gran vuelta. Si fuera asiduo espectador de esas series de televisión que tratan de zombis quizá me habría afligido pero como no, ella y yo caminamos dándonos el lujo de prestarle atención a todos los detalles de las tumbas curiosas que encontrábamos por el camino.
De pronto, entre la oscuridad, apareció un ciclista-cadejo quien por azares del destino y por haberse quedado haciendo unos trabajos de albañilería estaba encerrado igual que nosotros. Él se ofreció a guiarnos a la salida y luego de caminar sobre numerosas sepulturas por un cuarto de hora, hallamos el hoyo en la pared del que nos había hablado la chavita. Nos despedimos del cadejo-ciclista, nuestro célebre compañero y guía fugaz de viaje, al que recordamos con cariño.

No hay nada mejor para digerir un momento místico como el que acabábamos de vivir que acompañarlo con unos buenos dulces, así que pasamos comprando unas cocadas y unos churros en el mercadillo que se pone frente a la iglesia, la que está a un costado del cementerio municipal.

A la patoja y al señor mal augurio nunca los volvimos a ver. Mi recomendación es que si andan en el parque central de Xela, les ha ido mal en el amor o simplemente quieren conocer y vivir una experiencia histórica y mística, no duden en visitar el cementerio tipo 17:30, les auguro que no se van a arrepentir y quien quita y aquella que les dije les hace el milagrillo.

«Vanushka tráeme al amor de mi vida.»

“Paz, amor y chocolate para todos.”

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