Por S. Herrera

Del 8 de febrero al 23 de marzo de 2016, los amantes de la escultura tendrán la oportunidad de observar la obra de Max Leiva en las instalaciones del Museo Marte en El Salvador.

La mayoría de artistas van a su estudio todos los días con la gana de saber un poco más de sí mismos y de todo lo que les rodea y les impacta. A lo largo de 20 años de buscar/encontrar respuestas a través de la escultura, Max Leiva ha engendrado una hilera de criaturas que hablan, cada una como puede, de lo que le ha pasado por la mente y de lo que lo ha asaltado como ser humano.  Como espejos diminutos que reflejan sólo una parte o gotas que brotan y que no agotan, cada una atestigua un magma visceral.

Leiva ha sido un destacado deportista y es un hombre de disciplina.  Así ha emprendido su vida y así aborda su trabajo escultórico.  Utiliza la figura humana para crear juegos de empujes. Sus esculturas transmiten la idea de transposición y de movimiento, capturan el choque de fuerzas, y la energía contenida o más bien potencial.

Los nudos de fuerza y los conjuntos humanos dispuestos como escuadras y hélices que ponen en movimiento y sostienen, a la vez de sostenerse, conforman figuras en tensión física, psicológica y social.  En algunos casos, la condición autorreferencial de sus personajes es puesta de relieve; en otros, destacan una peculiar vinculación e interacción.  En estos juegos de formas y de individuos, Leiva también se ocupa de sacar a luz el lado oscuro, difícil y nada llano que tiene la vida, la relación consigo mismo y con los demás.  Las relaciones, los contrastes, las desavenencias, los desacuerdos, las divergencias, los antagonismos, los conflictos, los encuentros, las afinidades, las simpatías son los ejes que desencadenan estos grupos de personajes.

Cada una de las piezas de la exposición prescinde de lo que no es esencial.  Sus personajes son abreviaturas que condensan años de trabajo buscando el gesto y la expresión.  Esa condensación es también sinónimo de síntesis y la síntesis, de experiencia.

Texto pieza central

Las siete figuras cargan un enorme peso, se unen en una acción común. Giran sus cabezas y sus expresiones interrogan. Cada una es un mundo, cada una ajena a la otra, pero participan de un esfuerzo común. Están en un terreno compartido y asumido como propio. Casi ignorando la presencia de las otras, juntas sostienen un volumen –institución quizá- superior a sus fuerzas. Max alude a la familia, a la sociedad; a la manera sutil y fuerte en que se establecen y admiten los vínculos.

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