Por Juan Pablo Muñoz y Ludwig Klee (TG)

Retomando nuestro artículo anterior, queremos recordar las sabias palabras de doña Elsy –de El Olvido–, quien nos comentó que los bares y cantinas son “lugares de estar”, frente a las abarroterías y tiendas, que son “lugares de paso”. Esta diferenciación proviene del último tercio del siglo XX, porque las segundas empiezan a vender licor y más aún empieza a generalizarse el consumo dentro de las mismas. Este cuadro se completa a inicios del presente siglo, pues las cervecerías introducen sus productos a precios bastante bajos…

_Cul2_1B“San judas Tadeo”, “La Divina Providencia”, “La Bendición”, “El Buen Precio”, “La Quichelense” –u otro nombre que haga referencia a algún lugar de nuestro hermoso país–, o como quiera que se llame –si es que tiene nombre–, en cada rincón de este tablero que es la ciudad hay siempre una tienda a la mano… para tomarte un tapis.

Probablemente sin autorización para vender el sagrado elixir, con rejas y malla fina, paredes tapizadas de pósteres de productos de consumo diario, especialmente de las respectivas casas de producción y distribución del susodicho tapis, generalmente ofrecidos por modelos también vueltos objetos de consumo por sus bikinis o poca ropa, y con sus mostradores de aluminio, madera y vidrio, está siempre la o él tendero dispuesto a servírtelo.

Tu cerveza, tu michelada o tu trago –acompañado de la gaseosa que vos querrás–, el tapis que vos pidás te será entregado en su respectivo envase para que –producto de las prisas de estos dorados tiempos– lo disfrutés y sigás tu camino… A menos, claro, que te detengás un ratito y pidás el respectivo vaso –de plástico o con suerte de vidrio– para degustar.

De pie, recostado en el mostrador o sentado en un viejo banco de madera, de plástico o en una caja de aguas, acomodás el espacio que te servirá como estancia para improvisar una amena plática: que el chance aquí, que si el traido allá, que si la esposa –o la no esposa– por acullá, que si los políticos sí, que si la selección no y que si tantos temas más… Lo anterior, pues, si es que vas acompañado; o simplemente para pasar el tiempo –si es que vas solo–, aunque dispuesto a arrancarle al tendero alguna conversación.

Porque estabas aburrido en tu casa, por ir a jalar un cigarro, a la salida del trabajo con tus compañeros, porque andabas haciendo mandados y aprovechaste el instante o por el puro gusto de ir por un tapis, vas a la tienda que las circunstancias te pongan en el camino. También vas a ella cuando no te querés alejar de tu casa, generalmente porque las finanzas del mes te obligan a limitarte… o cuando tenés la firme convicción de que por el privilegio de la vecindad te vas a encontrar a más de algún desprevenido parroquiano que te quiera acuerpar momentáneamente… o por el simple y llano hecho de que es fin de semana y la costumbre te indica que es el día, la hora y el lugar del respectivo tapis.

Ah, y por supuesto, también vas a la tienda cuando es la primera estación –o la última– de una travesía alcohólica que durará toda la noche: “juntémonos allí, muchá, en lo que decidimos a dónde ir”, acuerdan las y los selectos miembros de ese efímero equipo que protagonizará una ajetreada velada en búsqueda de aventuras, durante la cual surja más de alguna anécdota digna de contar al día siguiente.

Por su naturaleza, la tienda es un lugar público y no específico para los diletantes del tapis… aunque hay tiendas casi “especializadas” en la materia. Acuden a ella, por cualquier necesidad, gente adulta, no tan adulta, las doñitas y los patojos del sector. De allí que si vas con asiduidad a la tienda de tu barrio o colonia, lo más seguro es que te volvás un personaje “famoso”, pues se ha oído: “Papá, vino a preguntar por vos fulano de tal, el que se mantiene en la tienda de doña cuento”, o el clásico “mire don tendero, hoy no se ha asomado don cuenteraile”, que ha dicho más de alguien.

Y decimos que hay tiendas “especializadas”, porque el arte del tapis requiere comúnmente de un par de comodidades básicas: servicio sanitario –aunque la mayoría no lo tienen, por lo que cuenta a riesgo de las banquetas de los vecinos– y un espacio medianamente confortable para pasarla –asientos, techo–. Las que ofrecen estos servicios, lentamente están transitando hacia la categoría de tiendas-cantina.

¿En dónde se han iniciado en el arte del buen beber las actuales generaciones? Pues en donde más si no –entre otros– en las famosas tiendas, pues teniendo puertas cerradas en otro tipo de locales, y siendo vedada la instrucción en sus propios hogares, aún en contra de la ley, aprovechan la tienda del barrio ajeno para no ser reconocidos: “sólo una, vos; pasemos a aquella tienda que está por tal lado”, se habrá oído más de alguna vez en boca de adolescentes con uniforme escolar desaliñado, suéter amarrado a la cintura y esos típicos bolsones a los que no les cabe nada más.

Y si te llega una visita inesperada y surge la idea de tomarse un tapis, será la tienda la que te saque de apuros: “Andá a la tienda y me comprás…”, decís con entusiasmo al más patojo de la familia –favor el cual, te costará una determinada proporción de tu vuelto– o vas vos mismo y aprovechando te echas el primero de la ronda. “Ah, y también traéte unas boquitas”, será la instrucción última que le des a tu mandadero, cuando es el caso.

“¿Trae depósito?, preguntará el tendero, refiriéndose a si se lleva envase. Es que si no le sale a tanto”. No importa, de todas formas, lo más probable es que volvás por una dotación igual… Y en su defecto, puede servir incluso como una pequeña inversión siempre disponible para ir a recuperarla…

Es decir, pues, que la tienda cumple una labor social, pues no siendo la mejor opción es la que se tiene más a la mano para poder calmar la inestabilidad de la goma, para pasar el calor o el frío, para bajarte el mal trago de alguna situación sentimental, para comenzar la fiesta, por puro pretexto o simplemente para que tu garganta deguste de un sabroso tapis.

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