Por Paolo Guinea
Después de sufrir un verdadero martirio durante años; errando de un colegio a otro con mi hermana Pamela, -la mediana-, un día supimos que ver la luz era algo posible. Por azares del destino a mi mamá alguien la invitó a que nos metieran a un colegio estilo Freinet. Mejor cosa no nos pudo pasar en la vida. Su nombre es Teceltican (y digo es, porque aún existe en México), y en náhuatl significa: Lugar de la alegría. No había uniformes, menos tareas. Nunca había visto tanto niño con pelo largo en mi vida. Teníamos clases de Macramé, Ajedrez, Hortaliza, Teatro, Música, Expresión corporal, Cerámica y otras más que no recuerdo, además de las asignaturas comunes y corrientes. Gente como el cineasta Diego Luna salió de allí, entre muchas personas más con las que aún tengo contacto y de las cuales sigo sorprendido por sus alcances y talentos. Éramos ahí, una especie de niños incubados en un pequeño experimento: vivir sin la castración del sistema ¨educativo tradicional¨. 30 años después, a mi hijo mayor, lo han copado en el colegio y le han dado el ultimátum de llevar el cabello corto para mañana. Él se había hecho mil veces el loco y había peleado a morir porque no le sucediera esto. No quiero victimizarme con este pequeño reclamo; pero por más que he ido aprendiendo a no juzgar y comprender lo que me sucede a diario, no logro entender qué le hace de daño a una ¨institución educativa¨ el hecho de que un patojo defienda lo que por naturaleza la vida, su gusto, y su personalidad le han dado. Sé muy bien que llevamos, al menos, doscientos años de atraso en saber que entre más formalismos abonemos a nuestra maleza mental, de menos sustancia estarán constituidas las nuevas generaciones. No sé si me explico, pero me da la impresión que la pajística y la ¨formalidad¨ serán, en un futuro no tan lejano, las únicas dos asignaturas que servirán para medir los dos dedos de frente que con suerte les quede a los patojos. No está de más el nuevo dicho en la jerga chapina: encontrarle la cuadratura al círculo. Así vamos pues por la vida, no rodando, sino dándonos de esquinazos en el intento y quién quita, rompiéndonos.