Por Camilo Villatoro

Todo se acaba, o parece acabarse. La presentación de Josué Eleazar termina el ciclo de conciertos para el proyecto Aves Raras. Un público selecto (o conocedor) asistió la noche del último miércoles al antiguo cine Lux para regocijarse con la música de este cantautor.

El regocijo es relativo, y el estilo de música de Eleazar no está dentro de mis favoritos. Por lo menos no en este momento de mi vida en el que me interesa (‘peren… a nadie le importa, disculpen el lapsus).

Por estilo entendemos generalmente ritmos, y eso también es relativo: una cumbia puede ser lo más soso del mundo, pero una buena cumbia le gusta a casi a cualquiera, sobre todo con un par de octavos entre espinazo y abdomen. Y si nos enfocamos en esas nimiedades, ¿qué sería la música de Josué Eleazar? A resumidas cuentas: rockón pérez en medio de baladas alternativas que nos transportan a los juveniles, patidifusos noventas (por momentos hasta algo de Metallica y reggae se dejó oír, que la gran).

Cuando le preguntaron (estúpidamente) a Salvador Dalí, en cuál de las técnicas utilizadas por él se realizaba mejor su genio, Dalí respondió que en ninguna técnica, sino en su cosmogonía. Pues algo así… Digamos que la cosmogonía de Eleazar es esa poesía que emana del mundo onírico, y dentro de ese onirismo también una buena porción de realidad, eso sí, con una voz tremenda que no canta como acostumbran las aves ordinarias.

Y eso es algo a lo que el público de la sociedad de consumo no está acostumbrado. Todo lo demás son cuestiones de gusto, nostalgias, y esas sutilezas de las que se preocupan todos los petimetres dedicados a clasificar la música por tamaño, color y, de vez en cuando, ritmo y armonía.

Y pues, la mara contenta escuchando rockón. Algunos recordando, quizás, épocas más felices.

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