Por Juan Calles

Al abrir el libro se puede disfrutar un añejo y dulce olor de pachuli y marihuana; la historia que Maco Luna nos cuenta descansa sobre los hombros de su juventud, pletórica y creadora, Maco es música, Maco es carcajada de chavos rockeros, Maco es son-rock.

La imaginación es sólo el estárter, Maco nos cuenta su vida y la vida de sus colegas de música y de vida, las historias y la juerga, la historia del rock guatemalteco, las mujeres y las rolas que surgieron de eso, Maco no sabía que con cada acorde, con cada verso estaba escribiendo una parte de la historia del rock guatemalteco, Maco no sabía que estaba creando una leyenda y un género, un hito de la música. Aún hoy, te encontrás a Maco tocando y te vuelve a decir con una humildad apabullante, “Yo después de un alucín viendo un mural me senté a escribir el primer son-rock”.

¿Te podés imaginar a casi la totalidad de los estudiantes del instituto central bailando y brincando al ritmo de una banda de rock guatemalteca que tocaba con dos baterías? ¿Te podés imaginar a unos 300 chavos bailando una canción que se llama Marihuana?

Si no te lo podés imaginar, la novela “Cuerpo y alma” de Maco Luna, te cuenta la historia de este grupo de chavos que deciden dejar de seguir la moda de esos años, hacer covers de bandas británicas; entonces surgen rolas como Mara y Marihuana. Rolas de un rock cavernoso y callejero, rolas de un rock tan original y puro que no podés quedar indemne al escucharlas. El rock que hizo Cuerpo y alma es un rock innegablemente guatemalteco; se siente bien escribir eso, se siente bien escuchar una música innegablemente nuestra. Así es la historia que cuenta Maco en su novela, que además es un homenaje a sus compañeros de banda que ya han muerto.

Guatemala en los años sesenta era un lienzo en blanco, los chavos y chavas querían hacer cosas, querían inventar, querían sentar precedentes. Había furia, había ganas, había cerebros que hervían de ideas y proyectos. Nada se había inventado, las posibilidades eran infinitas. Al menos eso sentía un Maco Luna casi niño, al menos eso nos hace sentir la novela. Sin embargo había policías, había militares en el poder que no pensaban ni sentían lo mismo; la mojigatería y la doble moral de los gendarmes y algunos sectores religiosos ordenaban la persecución de los chavos rockeros, les cortaban el pelo, los golpeaban, los metían presos, solo por estar en un concierto de rock. Esa es una parte de la novela que se cuenta con dolor y emoción, la emoción de jugarte el pellejo por lo que crees y te gusta, algo que los chavos de hoy no conocen.

Soy un rockero practicante, voy a todos los conciertos de rock que puedo, conozco a las bandas, conozco sus rolas y las disfruto a placer, sin embargo, no puedo dejar de sentir que no hay nada parecido a esos toques cuasi clandestinos en donde las bandas guatemaltecas se mostraban rebeldes e insumisas, cantaban, bailaban, fumaban, y al terminar huían del lugar ocultando la excitación y el sudor para que los policías no los molestaran. Esa emoción, esa clandestinidad para escuchar a Plástico Pesado, Apple Pie, S.O.S. Caballo Loco y al mismísimo Cuerpo y Alma, están dibujados en la novela de Maco con una mística y con emoción fervorosa.

Hacer música en Guatemala nunca ha sido fácil, para los chavos en la década de los sesenta fue arar en el mar, no por inútil, sino por difícil, muchos no llegaron a ver los frutos pero hoy contamos con esta novela y con la música de Cuerpo y alma que aún hoy están de gira con las mejores bandas de metal. Para Maco y para Cuerpo y alma, ese arar en el mar hoy tiene estos frutos, la vigencia de su música, la vigencia y su historia plasmada en la novela homónima.

No sean tímidos, aflojáte la corbata, quitáte los tacones, enciendan el porro, abran la novela de Maco Luna, léanla, háganse parte de ésta historia; y si pueden vayan a uno de sus conciertos. Observen a los chavos y chavas disfrutar de la música y cuando Cuerpo y alma empiece a tocar cerrá los ojos, transportate y bailá un son-rock como en los tiempos de la secundaria.

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