Por Salazar Ochoa

Mientras en el resto del país la muchedumbre está corriendo a finales de octubre para probarse su traje nuevo de Jalogüín y ver si les queda bien, cobrar el cheque de la quincena para comprar embutidos potencialmente cancerígenos del fiambre o elaborando un barrilete decente que resista los vientos de la época; en Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango, la población (de mayoría mam) se encuentra envuelta en su fiesta titular, una de las celebraciones más intensas y con mayor arraigo y riesgo que se pueden observar en toda la región mesoamericana.

Los jinetes han venido preparándose durante más de un mes absteniéndose de vicios y otros placeres. Aunque no todos conservan la misma mística de antaño, puede observarse en sus rostros la convicción de que están próximos a sumergirse en algo verdaderamente importante y trascendental.

Fortunato Pablo, todosantero de pura cepa, explica que quizá el origen de esta expresión se remonta a la época colonial, inmediatamente después de la conquista, cuando a las poblaciones mayas no se les permitía criar ganado caballar ni vacuno, únicamente les era permitido el manejo del ganado lanar. Fortunato comenta que el Juego de Gallos es producto de la rebeldía del pueblo mam de Todos Santos Cuchumatán de saberse capaces de dominar un caballo y poder conducirlo hasta el cansancio sin temores ni dudas.

El 31 de octubre, un día antes del evento, cada jinete celebra junto a su familia una especie de despedida, una celebración que asume la posibilidad de que la muerte les quite el brillo de los ojos al siguiente día. Un almuerzo especial es preparado por las mujeres que integran la familia del jinete, mientras sus primos, tíos, hermanos e hijos se encargan de ayudar a vestir al jinete con un atuendo especial para participar en el Juego de Gallos. El caldo de carnero estuvo delicioso y mientras algunos rezan otros brindamos con aguardiente deseando buena suerte.

El estruendo de una bomba en el cielo anuncia que el jinete está listo para bajar al baile. Un baile en donde se reúnen varios jinetes junto a sus familias e invitados. Salimos del cantón Tuitnom, las mujeres llevan tamales y carne. Al llegar a la casa del primer capitán, el encargado de los caballos que se usarán por la mañana, somos recibidos por una marimba. El momento se presta para la euforia y los marimbistas tocan sin parar, una tras otra, piezas que parecieran ser las variaciones armónicas de la misma melodía. El aguardiente y las cervezas van y vienen, conforme avanza la noche se hace cada vez más evidente la ebriedad de muchos, algunos no resisten y caen o se recuestan en alguna esquina, los conatos de trifulca son frecuentes en estas fiestas pero nunca pasan de un par de manotazos antes de que los demás intervengan para detener la riña.

El baile termina casi al amanecer. El jinete ha estado tomando y bailando con apenas algunos descansos, gritando su tristeza o llorando su alegría, nadie puede saberlo más que él. Sube a su casa para tomar un baño, entonces baja rejuvenecido con una cerveza en la mano y montado en uno de los caballos que trajeron de Chiantla el día anterior. Las mal denominadas “carreras de caballos” están por comenzar. Es muy difícil para el turista inocente sacarse de la cabeza que el Juego de Gallos no es como la vuelta ciclística… no se trata de una competencia para ver quién llega primero. El Juego de Gallos no tiene ganador.

Continuará.

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