Por Ed Sebastián Lozano

Tras catorce años de gobernar y un fuerte desgaste político, el primero de julio de 1944 el dictador Jorge Ubico deja el poder. El país se encontraba aislado a nivel internacional y sufría una grave crisis económica y social.

En un claro acto de burla al pueblo, Ubico traspasa el Gobierno a un triunvirato conformado por sus allegados y dirigido por Federico Ponce Vaides, quien terminó gobernando el país durante 108 días y que provocó un aumento de la represión ante la ola de acontecimientos libertarios y democráticos, para dejar claro que la política del gobierno ubiquista se mantenía.

La falta de libertad de pensamiento fue una poderosa razón para la insurrección contra el gobierno dominante, aunado a la situación económica eminentemente feudal y generadora de salarios de hambre. Esto produjo en el pueblo un estado incontenible de violencia, sediento de libertad.

La batalla

La preparación táctica del movimiento revolucionario fue organizada por el mayor Francisco Javier Arana y el capitán Jacobo Árbenz, quienes planificaron la estrategia basándose en planos, y documentos sobre la organización de los cuarteles y los armamentos que disponían.

Un movimiento clave del plan era apoderarse de la Guardia de Honor como principal centro de operaciones de la Revolución, ya que el armamento pesado del Ejército se encontraba ahí. Una vez realizados los últimos preparativos, acordaron que el viernes 20 de octubre se llevaría a cabo el ataque.

Los dirigentes del movimiento recibieron noticias de que el Gobierno se había enterado del plan. Llegada la madrugada del 20, una fuerza militar del Fuerte de Matamoros se aproximó a la Guardia de Honor, razón por la cual se tuvo que apresurar la toma del cuartel de la Guardia.

Se liberaron presos políticos; luego, varios oficiales subieron al pabellón donde se encontraba el jefe del cuartel, el general Francisco Corado, quien había tratado de entregar a los revolucionarios esa noche.

Al ver a los oficiales jóvenes, Corado empezó a disparar a diestra y siniestra, por lo que fue liquidado de inmediato. A la una de la madrugada empezaron a salir los tanques y la artillería del cuartel. Las tropas se repartieron en diferentes puntos de la ciudad.

Los estudiantes que participaron en la revuelta tomaron varios taxis cerca de los Arcos, en el ahora conocido Boulevard Liberación, y a punta de pistola, obligaron a los choferes a que los trasladaran a la Guardia de Honor. A las dos de la madrugada, miles de personas, estudiantes, maestros y obreros exigían armas para unirse a la lucha.

Civiles armados se movilizaban rápidamente con la ayuda de jeeps y motocicletas con sidecars. Por la cantidad de armas entregadas, se estima que participaron unas cinco mil personas a favor de la lucha revolucionaria.

Fuerzas de infantería y artillería, desplegadas sobre barrancos estratégicos, lanzaron el primer ataque a la 1:45 de la madrugada contra el cuartel de Matamoros, una ciudad aparentemente tranquila se conmocionó por los disparos de artillería, ametralladoras y fusiles.

En la Plaza de Armas, frente al Palacio Presidencial, yacía en una charca de sangre el cuerpo sin vida de un miembro de la guardia del Palacio. Frentes revolucionarios se colocaron frente al Palacio de Gobierno y la Casa Presidencial para exigir la renuncia de Ponce Vaides. Llegó a los oídos del exdictador Jorge Ubico que una multitud lo buscaba para cazarlo como animal salvaje, por lo que buscó asilo en la embajada británica.

El bachiller Lionel Toriello dirigió a un grupo de estudiantes de la facultad de Medicina para tomar la Empresa Eléctrica y evitar de esa forma que fuera interrumpida la energía eléctrica durante el enfrentamiento. Los civiles también controlaron las plantas telefónicas y bloquearon los servicios telegráficos.

La participación civil fue determinante para el éxito de las fuerzas revolucionarias en un área conocida como Guarda Viejo (actual Mercado del Guarda), cerca de la Avenida Bolívar. Los ciudadanos detuvieron camiones provenientes de Villa Canales y San Juan Sacatepéquez, en los que se transportaban militares y armamentos para defender al gobierno de Vaides. Los militares recibieron una fuerte ofensiva civil que los acabó sin mucho esfuerzo y resultaron varios muertos y heridos durante el enfrentamiento.

Las fuerzas revolucionarias atacaron sin descanso a los fuertes de Matamoros y San José. Estos se defendieron y contraatacaron vigorosamente, lanzando 20 disparos con artillería letal, que lograron dañar las barracas de la Guardia de Honor. Los revolucionarios respondieron aguerridamente. El fuego estuvo nutrido hasta las 2:55 de la madrugada.

Los ataques reiniciaron con fuerza a las 4:40 a. m. Al amanecer se pudo observar con claridad las ruinas del Castillo de Matamoros, que había sido atacado por los artilleros de la revolución. Los tanques norteamericanos, que solo los oficiales jóvenes sabían manejar, fueron determinantes para la victoria.

A las 7:30 de la mañana, la artillería apuntó hacia el Castillo de San José y logró acertar dos disparos, uno de ellos fue a dar a la Santa Bárbara, el lugar donde se guardaba la pólvora.

Ante la sorpresa de todos, el Castillo de San José empezó a arder. El incendio duró varias horas y se acrecentó por la explosión de bombas y armamento que ahí se almacenaban. Cientos de soldados quedaron presos del fuego.

A pesar de estar casi en ruinas, el Fuerte de Matamoros fue el último en rendirse, a las 8:30 de la mañana aún daban batalla. Un necio general, Fidel Torres, se resistía a pesar de la evidente victoria de la Revolución.

Al verse cercado, ya sin armas ni artillería, Torres por fin cedió. Doce horas duró la ofensiva, hasta que aparecieron ondeantes banderas blancas en las ruinas de Matamoros. Alrededor de 1,800 personas fueron muertas o heridas de gravedad durante el conflicto.

La rendición

«La Junta Revolucionaria, integrada por el mayor Francisco Javier Arana, el capitán Jacobo Árbenz y el ciudadano Jorge Toriello, asumió en la tarde del viernes 20 de octubre de 1944 el poder Ejecutivo de la nación», según informó la publicación del Diario de Centroamérica del día siguiente, titulada «Los últimos acontecimientos».

Al medio día de ese histórico viernes, en la embajada norteamericana se celebró una reunión a solicitud de Vaides, en la que participaron los representantes del gobierno de turno y las fuerzas revolucionarias del pueblo armado, representadas por Árbenz, Arana y Toriello.

El general Miguel Ydígoras Fuentes, aún sin haber sido participante de la Revolución, fue elegido por los revolucionarios como garante del proceso. Más adelante, Ydígoras sería un traidor de la Revolución, y años más tarde, al ser electo presidente, se convertiría en un acérrimo luchador contra el comunismo.

En esa reunión se negociaron las condiciones en las que se llevaría a cabo la rendición del régimen militar y el traspaso de poder al triunvirato de la Revolución, el cual gobernaría el país durante seis meses hasta realizar las primeras elecciones democráticas en la historia del país, en noviembre de 1945.

En la reunión se acordó el exilió de Ponce Vaides (quien perdió un hijo en la batalla), sus secretarios de Estado y los jefes de cuerpos militares, además de la inmediata rendición y desarme de las tropas militares y policiales, y la entrega del Gobierno a la Junta Revolucionaria.

El primer presidente de la Revolución sería Juan José Arévalo Bermejo, popular entre el pueblo guatemalteco, en parte, por ser el autor de todos los libros de texto con los que se enseñaba en las escuelas públicas durante décadas. Su victoria fue con una mayoría absoluta otorgada por más del 80 por ciento de los votantes.

El legado de la Revolución

En la búsqueda del camino hacia una verdadera democracia, la Revolución dejó como legado la descentralización del poder Ejecutivo y la efectiva separación de los tres poderes del Estado; la prohibición de reelección presidencial; la autonomía del Sistema Judicial, de las municipalidades y de la Universidad de San Carlos; sufragio obligatorio y secreto; el reconocimiento de ciudadanía para las mujeres; la ley de alfabetización nacional, y la aprobación del primer Código de Trabajo, además de crear el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS).

Fuentes: periódicos de la época como El Imparcial; Nuestro Diario; Diario de Centroamérica; Diario Medio Día, “Especial del primer aniversario de la Revolución”; ensayo «De la caída de Ubico a la elección de Juan José Arévalo», de Arnoldo Ortiz Moscoso, publicado en el libro Historia General de Guatemala, y una entrevista a Miguel Álvarez, cronista de la ciudad.

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