Por Alejandro Sandoval
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad siempre es la misma. Otra no busques
—no hay—.
Konstantino Kavafis
Señas particulares y cicatrices, el tercer libro de poesía de Vania Vargas, viene cargado de fuerza y silencio, con la afirmación de un lenguaje que viene para hablarnos al oído con la facultad del silencio: la claridad.
Y no hay otra, nunca la hubo ni la habrá, solo tenemos las elecciones y sus consecuencias. Esa fue la premisa que después de leer los primeros libros de Vania —Cuentos infantiles (Catafixia Editorial 2010), Quizá ese día tampoco se hoy (Editorial Cultura 2010) — me quedó en la cabeza y ahora en esta tercera entrega lo entiendo. […Escarbarme los bolsillos – sacar con cuidado las horas/ para que no vuelen… lanzarlas / con la punta de los dedos/ hacia la palma de mi mano / y dejar encima sólo / los momentos más importantes…] y es de esto que se construye la voz poética de Vania: de las certezas que nacen de los golpes, de la búsqueda de un lenguaje en el que quepa todo lo que se aprisiona en el sentimiento y se deja en las manos de la razón y la experiencia.
En este nuevo título existe un espacio amplio para el silencio. Es un silencio más claro y elocuente aunque igual de tormentoso que en sus libros anteriores. Hablar de la obra de Vania como poeta es imposible sin hablar de relatos y de cómo a través de una estructura poética la autora ha encontrado un lenguaje que se aventaja de otras voces porque teje nudos ciegos entre ambas formas de escritura. En Señas particulares y cicatrices cabe la historia de cualquier ciudad, de cualquier persona que camine de regreso a casa y sienta que sus pies cargan todas las penas del mundo, el infortunio de vivir y la certeza que el día acabará como siempre: por añadidura.
Parece que Vania Vargas habla desde sus ojos cansados y que sus palabras se aglomeran en un relato en el que solo cabe la desesperanza, pero no es del todo cierto. En sus textos cabe, por minúscula que parezca: la luz. [Entonces yo enciendo la mía/ para iluminar mis ventanas/ dos ojos que permanecerán abiertos/ durante horas/ viendo fijamente la pared]. Hasta ahora parece que al enfrentarnos al nuevo texto de Vania solamente nos acercaremos a las reflexiones de quien sufre, como el resto del mundo, las consecuencias de sí mismo, pero no es así. Hay palabras que se abalanzan a capturar la vorágine de un suburbio que consume y deja pie para ser, todos los días, un sobreviviente. […Y cuando dobló en la esquina/ supo que la fortuna/ era un leve temblor].
De la pulcritud y las caídas
La vida es corta y no alcanza el tiempo para los ojos y las palabras de quien nos cuenta. Eso pasa con este libro, hay historias que cargan a cuestas las verdades que solo la poesía es capaz de sostener y es allí cuando se puede tomar el atrevimiento de creer haber descifrado el origen del estilo de Vania. [… que los niños y los viejos son iguales ante Dios/ porque comparten la misma distancia/ de la nada y hacia ella… / Ese lugar común que/ de todas maneras nos espera/ del que también tenemos reminiscencia/ para el que ya nos habremos preparado/ de pérdida en pérdida/ entre tanta soledad].
El libro se lee con facilidad, no se cae en repeticiones que gasten lo que viene al explorarlo pero si denota, a diferencia de sus obras anteriores, una incapacidad por detenerse a sí misma y al mismo tiempo existe una conciencia que frena todo este caudal, y a su vez lo hace más punzante [Acercate/ poné tu oído aquí sobre mi pecho/ escuchá cómo corren los caballos salvajes / Cerrá los ojos/ imaginá las dimensiones de este desierto]. Esto no es nuevo en la obra de Vania, ya lo hemos visto antes, no hablo de la extensión en caracteres por cada poema, hablo de las profundidades en las que este lenguaje renovado y mucho más maduro le permite a una voz poética explorar a detalle tópicos que antes solo se intuían.
Hay en la edición de Catafixia una labor que se agradece, en sus nuevas colecciones el filtro ha logrado que su catálogo se sostenga por el peso de textos como este. Sin embargo no podemos dejar de pedirles una revisión a sus cajones, la diagramación, por la naturaleza de los poemas, tiende a complicarse mucho y existen muchas variaciones en la posición de los textos a lo largo del libro que entorpecen la lectura. No es posible definir si es un error o una propuesta en el diseño editorial de Catafixia.
Solamente queda pendiente que busquen este libro y saquen sus propias conclusiones