Por Juan Juárez

Un enorme conjunto escultórico compuesto por seis personajes alargados y brillantes que portan aros metálicos da la bienvenida a los visitantes de la exposición de Domingo Peneleu en la galería El Túnel que permanecerá abierta hasta el 11 de noviembre. Esa obra, impresionante y audaz, es parte de una serie que incluye pinturas y esculturas centrada en la evasiva y misteriosa realidad del tiempo y el espacio que Peneleu aborda, sin embargo, reflexivamente con un lenguaje entre conceptual y poético.

Que este artista originario de San Pedro La Laguna, Sololá aborde ahora este tema filosófico y universal no significa, sin embargo, que haya roto con sus raíces ni con la evolución formal y temática de su obra; al contrario, es prueba de la coherencia interna y de la consecuencia rigurosa de una reflexión que llega a la madurez como autoconciencia de la obra y sus significados más profundos en el contexto concreto de nuestra época.

El tiempo y el espacio, en efecto, proporcionan las coordenadas de la verdadera dimensión en la que transcurre la vida: un aquí y un ahora que definen el presente en el que se debate la existencia concreta de cada ser humano, hecha de pasado y preñada de futuro.

El espacio y el tiempo, el espacio/tiempo, constituye, por eso, un tema propio de la física y de la filosofía contemporáneas y que abordado por Domingo Peneleu en su obra más reciente descubre las profundidades de las reflexiones de este singular artista.

Es más, desde este tema que define su actualidad, toda su obra anterior se muestra como una reflexión en progreso. El alargamiento de sus personajes, por ejemplo, no obedece a una simple estilización que busca asociarlos poéticamente con los juncos que se observan en las riberas del lago de Atitlán, como se podía pensar cuando sus imágenes mantenían visibles sus vínculos con la cultura y la geografía de su pueblo; ahora vemos que ese adelgazamiento que, por otro lado tiene su origen en el tradicional baile de gigantes, es producto de un paulatino despojamiento de lo anecdótico y accidental y que ha venido avanzando desde sus inicios en dirección de la esencia de una forma y de la pureza de un concepto de ser humano, hasta el punto de un equilibrio formal y semántico que no esconde las tensiones que se concilian en su plenitud expresiva.

El espacio y el tiempo como tema de su pintura y su escultura señalan, por un lado, la densidad y complejidad de una obra que es menos imaginativa de lo que puede parecernos a primera vista y, por otro, la soltura y el rigor en el manejo de un lenguaje plástico hecho levedades y concisiones, de claridades e intensidades, de cercanías y alejamientos, de transparencias y opacidades, que es rico no sólo en formas sino también en conceptos y pensamientos filosóficos y poéticos y que es capaz de articular una visión del mundo y una filosofía vital como respuesta a los retos que la contemporaneidad plantea a la existencia.

El de Peneleu es un lenguaje simbólico que va más allá de la geometría con la que cabe representar el espacio, y de los ciclos, ritmos, juegos, rituales, mecanismos, movimientos y transformaciones con las que tradicionalmente se muestra el transcurrir del tiempo; lo que se muestra en su pintura y su escultura es el misterio de la vida que atraviesa el espacio y el tiempo y se instala en el corazón de la tierra y de la historia y se vuelve acción y comprensión humana, o incomprensión y destrucción igualmente humana, como queda evidenciado en el cambio climático y el calentamiento global que aparecen en su obra intensificando aún más los colores.

Así, la creciente conceptualización de su obra, la esencialización que persigue su figuración y la universalidad de su temática no significa la pérdida de los vínculos con la cultura local sino la elevación de la comprensión que, como artista y como ser humano, lo convierten en un lúcido interlocutor de nuestro tiempo.

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