POR JUAN B. JUÁREZ

Aunque casi toda su pintura está centrada en ese tema inagotable, la diversidad de su obra viene dada por los diferentes estilos desde los cuales lo aborda. Así, a veces construye sus imágenes con los rigores propios de la academia dejando a la iluminación quizás un poco efectista el aspecto expresivo del cuerpo femenino. Otras veces se expresa en un lenguaje decididamente poético con el que logra cuadros tiernos y jubilosos que comunican cierta ternura simple y conmovedora. Otras más, aplica una estilización que indudablemente proviene de sus conocimientos de diseño y que producen soluciones gráficas llenas de gracia e ingenio. Pero cualquiera que sea el lenguaje, el estilo y las intenciones expresivas del artista, siempre queda algo más que supera esta descripción apresurada.

Sensible y creativo, Roberto Calderón, en efecto, también es un conocedor profundo no sólo de los secretos del oficio de pintor sino también de los conceptos y teorías del arte y, por supuesto, del corazón del ser humano. Basta para probarlo su predilección por la figura humana, y dentro de ella el desnudo femenino, que en sus obras alcanza la dignidad de artístico por cuanto el cuerpo de la mujer se vuelve en su pintura el vehículo de sus idealizaciones estéticas, de sus expresiones emotivas y de sus valores morales. Es decir, para él el desnudo no es un tema sino propiamente un género artístico, inagotable y complejo, que ha estudiado y practicado con rigor conceptual y también con cierta libertad expresiva en sus vertientes clásicas, académicas y también modernas.

Así, de alguna manera podemos afirmar que a los desnudos de Roberto Calderón los visten sus emociones pues, en efecto, tanto las posturas como el color que ostentan están determinados por las emociones y los valores que expresan. Así, hay desnudos azules en los que el peso de la reflexión compensa la levedad de la gracia, y juntas —reflexión y gracia— dan lugar a una sensualidad muy especial, que es al mismo tiempo espiritual y corporal. Y esta solución es la misma que aplica a sus retratos en los que, por ejemplo, la profundidad de la mirada y la sensualidad de los labios se funden con la viveza de los colores de la naturaleza y del arte. Y también en esos personajes que resultan de las libertades y rigores del diseño y la imaginación y que responden a una unidad formal y expresiva.
Fluidas y libres, en sus obras, sin embargo, no hay nada improvisado ni dejado al azar. Son los frutos de una vida dedicada al estudio y la creación del arte, de la pintura y del ser humano, y tienen por eso, además de los colores y las emociones que los animan, algo que las ilumina desde su interior: una especie de sabiduría que viene de aceptar gozosamente la vida.

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