POR REDACCIÓN CULTURA
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Guatemala es una tierra exuberante y hermosa, sembrada con los huesos de sus muertos. Durante más de tres décadas de conflicto con las fuerzas guerrilleras armadas, el Ejército guatemalteco emprendió una campaña feroz para evitar una revolución en el país, aplastado por la pobreza, el racismo y la injusticia.
Miles de civiles murieron a causa de ello, muchos de ellos fueron «desaparecidos» por los escuadrones de la muerte del gobierno por sus “presuntos” vínculos con la subversión.
En 1996, las autoridades civiles y militares se unieron con la guerrilla para firmar los Acuerdos de Paz, y para el establecimiento de una comisión oficial que investigaría las atrocidades cometidas durante la guerra civil.
Tiempo después, la Comisión de la Verdad y Reconciliación de Guatemala llegó a la conclusión de que las fuerzas del Ejército y paramilitares fueron responsables del 93 por ciento de las violaciones de Derechos Humanos.
Acciones violentas dirigidas a la población indígena maya del país a través de operaciones como Tierra Arrasada, que consistía en ejecutar masacres de pueblos enteros, la destrucción de hogares, la matanza de los animales de granja que las familias poseían, además de la quema de cultivos.
El gobierno de Guatemala llamó su asalto sostenido en comunidades mayas una “contrainsurgencia”, la comisión lo llamó “genocidio”, refiere el comunicado de la muestra.
Hernández-Salazar centra su trabajo en la fuerza que florece dentro de una sociedad determinada para sobrevivir y prosperar. Su obra insiste en la recuperación de la memoria histórica: un acto dedicado a la vida, a llevar a las atrocidades de la sombra y la luz del sol, lo que obliga al mundo a escuchar, mirar, reconocer.
Su trabajo, retratos de exhumaciones, da testimonio de la represión que se vivía en Guatemala… cráneos se convierten en raíces y palos, los colores de huipiles casi imperceptibles empiezan a desvanecerse, no sin antes contar su historia.