Por: Carla Natareno Letona
Uno de los libros más polémicos, que ha publicado el Fondo de Cultura Económica, se titula: Acoso, ¿denuncia legítima o victimización? (2018) de la mexicana, Marta Lamas, antropóloga y catedrática de ciencia política del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y profesora/investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam). Este es un libro que desde el título muestra los extremos que el acoso provoca entre hombres y mujeres.
Lamas es una reconocida profesional que plantea una postura objetiva sobre un tema que se ha popularizado en los últimos tiempos, gracias al movimiento feminista. Como parte de este ensayo, Lamas cuenta que no puede negar la existencia de la violencia que existe contra la mujer en América Latina, ya que las cifras de denuncias de violaciones y agresiones sexuales no mienten.
También reconoce la importancia de denunciar y el trabajo que realizan las activistas. Ella muestra una postura tan objetiva que en ocasiones pareciera el abogado del diablo y cuestiona el tema del acoso apoyada de bibliografía de reconocidos intelectuales como: Bolívar Echeverría, Michel Foucault, Katheleen Barry, Rita Segato, entre otros; con cifras de la realidad mexicana.
Lamas expone que el tema del acoso se ha salido de control y argumenta que se ha convertido en un extremo de parte de muchas mujeres, al decir: “pero si todo es acoso, ya nada lo es”, incluso cuestiona si es necesario denunciarlo todos los días por el desgaste que provoca en la sociedad.
También platea la idea que existe la posibilidad que la mujer se victimiza ante una sociedad que funciona de una manera determinada. En este punto, la autora explica que la mujer tiene miedo, por ejemplo, de salir a la calle por la violencia y que ahí radica parte esa victimización, lo cual me parece sorprendente, ¿quién no tiene miedo de salir de noche o caminar sola en las calles?, ¿nos estamos victimizando? No lo creo, porque los peligros son reales, claro que hay miedo, pero los enfrentamos, seguimos haciendo nuestras vidas y haciendo las labores diarias. La victimización sería no salir y abrazar el miedo.
En esta investigación, Lamas incluso utiliza un término, para referirse a las feministas extremas: mujerista. “Así por un lado tenemos a la Mujer, víctima impotente y oprimida; y por el otro, al Hombre, victimario violento y dominador. Esencialismo puro. Mujerismo puro. Victimismo puro”.
“Las feministas radicales asumen la tríada que plantea que las mujeres son inocentes y sufren daño, mientras que los hombres lastima a las mujeres y salen inmunes. Esa esa tríada se ha convertido en el eje fundamental de la construcción de gran parte de la política contemporánea feminista, en especial en los discursos en boga sobre violencia sexual”, la autora explica que, la mujerista cree que la mujer siempre es la víctima y el hombre, el culpable. Honestamente me desconcertó mucho leer esto. Primero porque considero que el término es despectivo para referirse hacia otras mujeres, pero me incomodó más porque me pregunté: ¿he caído en ese extremo?, tratando de justificar mi respuesta creo que es más común darle el beneficio de la duda al hombre que creer a una mujer que pone en evidencia a su pareja o a un “hombre respetable”. Y sí, he caído en esa postura, pero prefiero apoyar a una mujer que denuncia que justificar a un hombre.
La mayor parte del libro me costó leerlo porque pareciera que Lamas justifica a quienes subestiman el acoso y expone temas que argumentan esa tendencia a creer que es una exageración, por ejemplo, habla de la existencia de las denuncias falsas que, por supuesto existen, pero ella misma reconoce que son pocas, casi mínimas y, sin embargo, esas denuncias falsas no le deberían de quitar importancia a las reales.
Ella también plantea que existe una agenda mediática que apoya el movimiento feminista porque también hay una considerable cantidad de asesinados de hombres que prácticamente igualan las cifras de asesinatos de mujeres. La violencia llega a todos los géneros, pero existe una serie de asesinatos contra las mujeres con particular saña y maldad, situación que no ocurre con los decesos masculinos.
Pero hay puntos que con los que estoy de acuerdo con la autora: enseñar desde temprana edad a ambos géneros o más bien a la diversidad de géneros, a entender cuáles son los límites de la sexualidad, por más divertida que puede llegar a ser; también hay que ejercerla con empatía y responsabilidad y sobre todo entender a respetar al otro, aceptar lo que quiere y lo que no.
También apoyo la idea de que deben existir leyes que delimiten el acoso, para que hombres y mujeres tengamos claro el concepto y saber qué se puede denunciar ante la ley y que no. Lamas al ser mexicana, expone que en México la ley sobre el acoso difiere en cada estado. Lamentablemente en Guatemala no contamos con una ley que delimite el acoso.
Aunque fue una lectura difícil por la complejidad narrativa de la autora y por su postura ante el acoso que se vuelve, en ocasiones, desconcertante; porque pareciera que lo ve, en parte, como un extremo de las feministas.
Es una lectura que invita a la reflexión y a la introspección de cómo llevamos el feminismo; de la importancia que existan leyes justas (esto es una utopía, porque para empezar las leyes en su mayoría, son creadas por hombres), para entender cuáles son las fronteras de un delito; de cuestionar si como mujeres nos debemos organizar de mejor manera para plantear este tema o si tenemos derecho de llevar nuestro feminismo de la manera que consideramos correcta.
Hablar sobre el acoso es engorroso y posiblemente irritante, pero hay que hacerlo. Posiblemente la complejidad del tema se transformaría con un principio básico: deberíamos de respetar al otro y darle la confianza suficiente para que exprese con sinceridad si algo le incomoda o no.
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