Max Araujo
Escritor

En 1972, un joven iconoclasta de veinticinco años sacudió los cimientos literarios de un medio conservador como el guatemalteco. Apenas habían pasado cinco años desde que se había otorgado el Premio Nobel de Literatura a Miguel Angel Asturias. Ese atrevido era Mario Roberto Morales. ¿Qué dijo? ¿Qué propone? ¿Qué atrevimiento? Como se le ocurre: ¡¡matar a Asturias!!, fueron las preguntas y las expresiones. Las críticas y los insultos domésticos no se hicieron esperar. Los más lúcidos, los estudiosos, entendieron el sentido de la afirmación. Morales no proponía eliminar físicamente al gran lenguas, simplemente era el decir que los nuevos escritores no debían ser influenciados por él, no debían convertirse en otros Asturias, ni imitarlo, tenían que encontrar la voz propia. Mario Roberto estaba consciente de qué clase de escritor quería ser.

En una entrevista que dio a Marcela Gereda, en 2007, que ella publicó en la revista digital “Albedrio.org”, le manifestó: “ Empecé a escribir jugando, porque la verdad a mí los escritores y los poetas me daban lástima, jamás soñé con ser escritor ni valoré eso de escribir, pero ocurrió que el año 1967, estaba leyendo a Asturias y a Sartre, y mi padre murió en un accidente automovilístico; yo tenía 19 años, y eso me sensibilizó, me puso en contacto con la brutalidad de la vida, y yo seguía leyendo a esos dos autores. Viajaba a la costa, a Santa Lucía Cotzumalguapa, con el chofer de mi papá, y ahí comencé a jugar con las palabras, un poco alentado por los juegos verbales de Asturias y otro poco por las frases cortas de Camus en El extranjero, porque yo estudiaba el existencialismo ateo francés y leía a Asturias, y entonces esos dos estímulos: la frase corta y los juegos verbales sobre una realidad que yo estaba viendo, me llevaron a hacer textitos de media página, y así fue como junté una colección de textos brevísimos, y surgió La debacle, que yo no había pensado publicar, pero me lo propuso fue Mélinton Salazar, quien tenía una editorial que se llamaba «El taller de poesía». Ahí fue donde se publicó la primera edición de “La debacle”, la cual es una colección de cuentos existencialistas”. Por esos años Morales cursaba la carrera de filosofía y letras en la Universidad Rafael Landívar, en la que obtuvo su primer grado académico universitario.

En 1977 Mario Roberto gana el premio único centroamericano 15 de septiembre, que organizaba la Dirección General de Culturas y Bellas Artes de Guatemala, entonces dependencia del Ministerio de Educación, con la novela “Los demonios salvajes”. Y el mismo asombro que generó su polémica afirmación sobre Asturias se dio con esta novela. Un lenguaje desenfadado, inoclasta, sin respetar reglas gramaticales, con un estilo parecido al de “la onda” de los escritores mexicanos de la época la caracterizaba. La novela se publica en 1978.

En la misma entrevista concedida a Marcela Gereda el autor indica: “Esta novela captura sin querer el despegue de la cultura urbana en Guatemala, es decir el paso de un «pueblón» a una ciudad, cosa que en Centroamérica, en algunos lugares, todavía no ocurre. En Guatemala despega la cultura urbana en los setenta; por supuesto, agringada, porque con la instauración del mercado común centroamericano, alrededor de la ciudad se colocan una serie de plantas industriales, y eso implicó un flujo de trabajadores, tanto obreros como burócratas, y eso a su vez supuso consumos locales al estilo estadounidense, los drive-ins, por ejemplo (Cafesa, Carabanchel, Pecos Hill), eran los lugares en los que la juventud de clase media o de clase alta, imitábamos las culturas urbanas gringas tomando milk shakes o lo que fuera. La ciudad también comienza a atomizarse, las modas del rock and roll, la realidad guerrillera, se apoderaron de la vida urbana, y esta novela expresa desde la historia de sus personajes todo este mundo naciente. Es una novela de época, la única novela juvenilista de esa época”

El aparecimiento de esta novela, al igual que “Los compañeros”, 1977, de Marco Antonio Flores y “Después de las bombas” 1979, de Arturo Arias, marcan un inicio para la literatura guatemalteca, alejada de lo rural y el costumbrismo, urbana y política, de la que nos nutrimos escritores posteriores. En aquel tiempo yo estudiaba letras en la Universidad Landívar. De la mano de profesores como Dante Liano y Rolando Castellanos nos adentramos por los caminos de esa nueva forma de escribir, que tuvo como antecedentes, en Guatemala, obras como los cuentos de Ricardo Estrada, y a nivel foráneo, entre otros, las tendencias de movimientos como “Le noveau roman”, y mucho antes como el experimento que hizo Joyce en “Ulises”, para no citar más autores, como los indicados por Morales en la entrevista de Gereda

Sin dejar a un lado la reconocida participación del autor en el movimiento guerrillero de Guatemala, sus aportes académicos, sus columnas de prensa, sus valiosos ensayos y sus obras literarias, de las que muchos críticos están escribiendo en estos dias, con ocasión de su lamentable fallecimiento, recuerdo en lo personal algunas anécdotas, de las que contaré algunas. Una de ellas, cuando en una noche de bohemia, no retengo la fecha, en la casa de Hugo Cerezo Dardón, en la colonia El Carmen, zona 12, hizo gala de sus dotes de cantante y guitarrista, con canciones de José Alfredo Jimenez. En esa velada, medio en serio medio en broma nos afirmó que ese intérprete y compositor, se refirió a Jimenez, era el filósofo de América.

De Morales recuerdo su lucidez y su claridad para exponer de los temas que conocía. Un ejemplo de ello sucedió hace unos tres años, en una exposición para jóvenes alumnos, en la Biblioteca Nacional de Guatemala, cuando les habló con sencillez y precisión sobre la importancia de Miguel Angel Asturias y su obra, como ejemplo para construir una guatemalidad. De igual forma explicaba el contenido de sus libros “La articulación de las diferencias o el sindrome de Maximón” y “ La ideología y la lírica de la lucha armada” o de la historia y los movimientos sociales de Guatemala.

Pero la anécdota más importante que tengo de nuestro autor fue cuando en1995, o quizás 1994, me pidió en Tegucigalpa, sede en ese momento de un Congreso de Literatura Centroamericana “CILCA”, que en nombre de la Universidad de San Carlos solicitara que el siguiente congreso se realizara en Guatemala. Me entregó una carta firmada por las autoridades universitarias, en la que se contenía dicha solicitud. Ese momento fue el inicio de mi amistad con Jorge Román Lagunas, principal organizador, y mi involucramiento a partir de entonces en la organización en Guatemala, en el Salvador y Belice, de sendos congresos, que fueron conocidos como “El Cilca”. El congreso mencionado se celebró con mucho éxito en el edificio de la antigua Facultad de Derecho, ahora museo universitario. Morales mantuvo un perfil bajo, aunque él fue el impulsor para que se celebrara en Guatemala. El protagonismo lo tuvieron otros.

No tuve con Mario Roberto exactamente una amistad, pero nos saludábamos afectuosamente cuando nos encontrábamos. En dos ocasiones lo visité en su casa de habitación de la Avenida Elena, y compartimos en tres cumpleaños de Carlos René Garcia Escobar, que cada 23 de diciembre se celebraba, con baile de moros y platos de pinol, en su vivienda de la colonia La Florida. Una relación de muchos años les unía, desde que de jóvenes tuvieron un programa radial. Fui lector de sus columnas de opinión y de casi todos sus libros publicados. Los tengo en el estudio de nuestra casa.

Gracias a Ilonka Matute, una buena amiga de él, me mantuve al tanto de su enfermedad y lamenté como muchos guatemaltecos su muerte. Dejó un gran legado.

¡Que en paz descanse Mario Roberto Morales!

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