Juan José Narciso Chúa
Escritor y columnista
 

Era un niño apenas, pero en la casa me mantenía pegado a la radio y de ahí a la música.  Aquellos años pegado al viejo radio de transistores Hitachi, forrado de cuero café, de mi papá, significaron mucho en mi vida.  A través de este viejo radio se inició el gusto por la música, esa melomanía que agradablemente todavía disfruto hoy.  No se me olvida que escuchaba distintas radios, dependiendo del gusto y de la canción del momento.  La Emperador, la Sensación, la 5-60 y otras.  En ellas me vinculaba a las modas musicales del momento, tanto en español como en inglés e igualmente en esa misma dimensión aprendía los nombres de artistas, de cantantes de diferentes partes del mundo e igualmente conocía las pequeñas historias que contaban en las radios.

No se me olvida que en la casa de la 10 avenida de la zona 2, ¡¡¡¡había teléfono¡¡¡¡ era sólo de cinco dígitos en aquellos años (83831) y con el mismo concursaba respondiendo el título de la canción, así como del artista, como una canción de Los Venturas (Telstar), otra de los Pentágonos (Sentado en el muelle de la bahía) y así me entregaban discos de 45 revoluciones, que fueron mis primeras preseas musicales.

El saber de música no encontraba todavía formas de expresarlo, puesto que los primos y hermanos, a pesar que les gustaba también, no tenían esa pasión por la misma, con la cual la disfrutaba plenamente.

Unos años posteriores, cuando ingresó al Instituto Nacional Central para Varones, me encontré con un grupo de amigos, con los cuales no sólo finqué una eterna amistad, sino además tuve la oportunidad de encontrar una caja de resonancia con respecto a canciones y cantantes, pues todos sabían mucho de música, así como departían alegremente sobre ella, empezaban a cantar canciones para que el otro la identificara y así se pasaban horas disfrutando el placer de saber y reconocer acerca de la música.

En una oportunidad, terminamos clases antes o nos fuimos de capiusa, creo que la segunda era la más certera, y decidimos con los pocos centavos que teníamos ir a una cafetería cercana que alguien de aquellos conocía.  El lugar se llamaba Servipollo 2.  Era una cafetería con  una barra en la entrada a la derecha y enfrente había varias filas de butacas, cuando terminaba este espacio en el fondo se encontraba el baño y cerca de ahí relucía una rockola.

Como no teníamos mucho dinero, los ajustados “diez len”, todavía nos alcanzaban para una gaseosa y recuerdo que preferíamos la Pepsi y con el agua enfrente de nosotros iniciábamos un coloquio juvenil, agradable, interminable lleno de bromas, charadas y palabrotas.  Tito Ordoñez Porta (+), fue el que inició el ritual.  Se paró, sacó unas monedas de su bolsa, se dirigió a la rockola, metió una moneda y empezó a sonar What does it take to win your love (Qué debo hacer para conseguir tu amor), de Junior Walker  & All Stars.  La pieza no la conocía, así que me acerqué (tengo que admitir que mi mayor curiosidad se centraba en la rockola que en la canción, pues nunca había usado una, a pesar que en las peripecias de mi viejo, había visto alguna).

Le pregunté a Tito y me dijo, “…mirá, ¿vos te das cuenta de que cada canción tiene una letra y un número?”.  Sí, le dije.  “Entonces escogés la canción que querés, metés la ficha, marcás la letra y el número y entonces te la pone.  La que está sonando es la N3, es una canción de inicios de los sesentas, pero es una belleza”, concluyó.

La N3, a partir de ese momento, se convirtió en nuestra canción, nuestro emblema, nuestro recuerdo para toda la vida, esa canción que nos unió para siempre.  Además de Tito y yo, estaban ahí Sergio Mejía (Muñeco), Jorge Luis Morales Modenessi (+) (Ganso), Carlos Antonio Monroy Aguilar (Tilico) y Danilo Flores (Sanchi).

Un domingo de 2019, me encontraba haciendo fondo e iba corriendo alrededor del hipódromo, cuando me sonó el teléfono. Era Sergio Mejía, quien me contaba que ese domingo se había enterado que la famosa N3, se encontraba cumpliendo 60 años.  La memoria me llevó por aquellos años, aquellos amigos, aquél Servipollo 2, aquella emblemática canción que se quedó en nuestras vidas para siempre y ni hablar, de aquella reluciente e inolvidable rockola. (Continuará la N3)

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