1 de Marzo de 1920
Ofelita:

Para demostrarme tu desprecio o, por lo menos, tu indiferencia real, no era necesario el disfraz transparente de un discurso tan largo, ni de la serie de “razones” tan poco sinceras como convincentes, que me has escrito. Bastaba con decírmelo. Así, lo entiendo de la misma manera, pero me duele más.

Si prefieres a tu novio antes que a mí, del que naturalmente estás muy enamorada, ¿cómo puedo tomármelo a mal? Puedes preferir a quien quieras: no tienes obligación -creo yo- de amarme ni, realmente, necesidad (a no ser que quieras entretenerte) de fingir que me amas.

Quien ama verdaderamente no escribe cartas que parecen peticiones de abogado. El amor no estudia tanto las cosas, ni trata a los otros como reos a los que hay que “entallar”.

¿Por qué no eres franca conmigo? Qué empeño tienes en hacer sufrir a quien no te ha hecho mal -ni a ti, ni a nadie-, a quien ya tiene peso y dolor de sobra con la propia vida aislada y triste, y no necesita que le vengan a aumentárselos con falsas esperanzas, demostrándole afectos fingidos, y esto sin que se entienda con qué interés a no ser por pura diversión; ni con qué provecho, a no ser por auténtica burla.

Reconozco que todo esto es cómico, y que la parte más cómica de todo esto soy yo. A mí mismo me haría gracia, si no te amase tanto, y si tuviese tiempo para pensar en otra cosa que no fuera el sufrimiento que tienes el placer de causarme sin que yo, a no ser por amarte, lo haya merecido, y bien creo que amarte no es suficiente razón para merecerlo. En fin…

Aquí tienes el “documento escrito” que me pides. Reconoce mi firma el notario Eugenio Silva.

Artículo anteriorFernando Mollinedo
Artículo siguienteUn extraño sueño