Desde una banca al centro del cuadro, no nos observa una, sino dos Fridas.
Tras la primera ojeada pareciera que ambas son idénticas y sólo se diferencian por su ropa y las características del corazón que flota frente a su pecho, pero no son la misma mujer. La de la izquierda es sutilmente más joven, más delgada y de piel más nívea. La de la derecha es más robusta, de tez más oscura y se asoman sus ojeras.
«La Frida vestida de blanco es la que Diego Rivera conoció y la otra, la situada a la derecha, es la que abandona», escribe el curador e historiador del arte Luis-Martín Lozano en el texto que dedica a «Las dos Fridas», una de las pinturas más célebres de Kahlo y cuyo minucioso análisis forma parte de «Frida Kahlo. Obra pictórica completa», un libro de la editorial Taschen que compila las 152 pinturas de la artista mexicana.
«Pintora» es una palabra clave para este experto en la obra de Kahlo a quien unos reclutadores misteriosos acudieron hace dos décadas para proponerle un proyecto sobre ella.
Que la pintura de Kahlo fuera el centro de interés del volumen se convirtió en la meta de Lozano. La Frida que despierta curiosidad por sus abortos y las infidelidades de Rivera, o aquella que se convirtió en producto de mercadotecnia y vemos impresa en posters y souvenirs, nunca debe reemplazar a la artista, dijo Lozano en una entrevista reciente con The Associated Press.
La tarea que emprendió para lograrlo fue tan titánica como el libro de más de 600 páginas, que ya puede encargarse en el sitio web de Taschen y a mediados de septiembre empezará a circular en librerías de América Latina, Estados Unidos, España, Alemania y China con traducciones al menos a tres idiomas. Tan sólo investigar cada una de las obras le tomó tres años, pues el proyecto reúne las pinturas que produjo entre 1924 y 1954, incluidas aquellas cuya existencia está documentada pero fueron destruidas o actualmente se desconoce su paradero. Posteriormente, para redactar los textos y dotar el estudio de distintos puntos de vista, dispuso de otro par de años y la colaboración de Andrea Kettenmann y Marina Vázquez Ramo, ambas historiadoras especializadas en Kahlo y en el arte moderno de México.
El resto del tiempo se dedicó a la encuadernación. El resultado final incluye algunos diarios y cartas de Frida, detalles de su historia con Diego Rivera e información sobre su famosísima Casa Azul, el colorido hogar ubicado en el barrio de Coyoacán, en la capital de México, donde la artista nació en 1907 y murió 47 años después.
Hoy suena su nombre y es fácil rememorar las trenzas de su tocado, los colores de sus faldas largas y al mono que solía posarse en su hombro para interpelar al espectador de varias de sus pinturas. Lozano piensa, no obstante, que Frida es más que eso. Para él se trata de la mejor «embajadora» de México porque a través de su pintura puede conocerse la cultura del país.
«Se ve envuelta en un contexto ideológico que tiene que ver con grandes fuerzas de la historia, como el avance del fascismo, el trotskismo, la proyección del comunismo en los propios Estados Unidos y vive la censura en Nueva York», explicó a la AP, y destacó que entre las preocupaciones de Kahlo también estuvo la carrera armamentista, la lucha por la paz después del bombardeo atómico en Japón y aquellos aspectos sobre sexualidad, reproducción y oportunidades de desarrollo que la transformaron en un símbolo del movimiento feminista desde los años 70.
Al considerar todo este contexto en el marco de la producción de sus obras y analizarlas, «le devolvemos a Frida Kahlo una dimensión de una artista de compromiso, de una artista con preocupaciones ideológicas, de una artista consciente de las grandes fuerzas de la historia y los movimientos sociales que le estaban tocando vivir», afirmó Lozano.
El experto señala que en diversos momentos le han preguntado por qué Frida se volvió más icónica que otros artistas mexicanos, y para él la respuesta está en la «franqueza» de su obra. Sus lienzos tienen cierta transparencia sobre aquello que tememos y sufrimos: la pérdida del amor, del cuerpo propio y de los hijos. Su obra, según Lozano, cuenta con «detalles minuciosos y los lleva a una narrativa que nos es inmediata, nos es franca, nos es sincera. Es decir, en sus cuadros se desdobló de sufrimiento, de tragedia, de soledad», y todos somos susceptibles a esas fuerzas emocionales.
«Las dos Fridas» cuelga del Museo de Arte Moderno de Ciudad de México y con sus 173.5 x 173 centímetros (68.3 x 68,1 pulgadas) es la obra de mayor envergadura de Kahlo. Lozano cuenta que, mientras fue director del recinto, solía observar al menos a una persona detenida frente al lienzo. En ocasiones el espectador era él y, cuando estaba a punto de salir rumbo a casa, se tomaba unos minutos para observarlo y siempre encontraba algo nuevo. «¿Qué nos está diciendo con esto?», se preguntaba.
Ahora, tras concluir este volumen que aspira a ser una plataforma para que nuevas generaciones de historiadores, críticos y analistas se nutran del arte mexicano, le queda claro que aún hay preguntas que las pinturas de Frida Kahlo tienen pendiente responder. Mientras tanto, su libro funge como objetivo de memoria y nos recuerda quién fue, «por qué hizo lo que hizo y quiénes somos a través de su trabajo perfecto».