Adolfo Mazariegos
Escritor y columnista Diario La Hora

No la vio venir. Ocurrió en cuestión de segundos. Dio media vuelta en el aire mientras caía rumbo al suelo y chocó, violentamente, contra el asfalto mojado de la avenida.

 

Desde el balcón de su apartamento, en el tercer piso del edificio, la mujer lo observó sin arrepentimiento, allá abajo, tendido, con los pies descalzos y las manos estrelladas contra el suelo. «Como un panqueque mal cocinado que se ha caído de la sartén», bromeó un muchacho imberbe. Y nadie le festejó el mal símil.

Una extraña y fina lluvia helada que caía constante desde muy temprano, sin arreciar ni mermar, mojaba con parsimonia a los curiosos que, sin llevar consigo un paraguas, empezaban con asombro a congregarse alrededor del cuerpo, aglomerándose, elevando la vista para encontrar, en el balcón del tercer piso, la mirada fría y sin remordimiento de una mujer.

«Ella lo empujo», dijeron unos, con acierto. Otros, con estupor y escepticismo, se limitaban a observar lo que ocurría en derredor, mientras la figura grave en el balcón permanecía impávida en lo alto.

Era noviembre.

El tiempo se detuvo de pronto y la sirena lastimera de una lejana ambulancia se escuchó presagiando ajenas desgracias en otro lugar.

El viento dejó de soplar de golpe, al tiempo que los murmullos empezaban a circular profusos.

«¿Qué ocurre aquí?», preguntó un policía, bajando apresurado de su patrulla, abriéndose paso entre algunos de los curiosos congregados.

Nadie respondió.

Todos, al mismo tiempo, levantaron la vista hacia lo alto, en dirección al balcón, luego vieron aquel cuerpo tendido en el suelo, y luego al policía.

Las luces de la patrulla chocaban, rojas y azules, contra las paredes.

El recién llegado, acercándose, empezó a buscar en su cintura, a tientas, el pequeño aparato de comunicación con el que daría aviso de lo ocurrido. También veía alternadamente hacia el balcón y hacia el cuerpo tendido sobre el mojado asfalto.

Dio algunos pasos lentos acercándose al cuerpo, y, de pronto, al ver su rostro de cerca, empezó a temblar, con espasmos rítmicos que fueron rápidamente en aumento. Nervioso, con el rostro hecho de blanco papel, destrabó como pudo el aparato de radio que llevaba en el cinturón.

Torpemente, el aparato cayó al suelo, haciendo piruetas como en cámara lenta, rebotando varias veces contra el suelo hasta detenerse bruscamente, haciendo un sonido seco y quejumbroso, a la par del fallecido.

Dos pequeños hilos rojos empezaban a serpentear tímidamente buscando la alcantarilla.

El cuerpo del policía empezó a vibrar extrañamente, como un viejo motor que se resiste a comenzar la jornada.

Los curiosos, sorprendidos, empezaron a retroceder poco a poco, asustados ante el extraño episodio que asumieron como una suerte de capricho de la naturaleza humana. ¡Quién sabe! Todos observaban alternadamente aquel cuerpo en el suelo, el balcón, y el rostro azorado del recién llegado policía.

Nadie sabía lo que realmente ocurría. Y nadie se atrevía a elucubrar siquiera una improvisada hipótesis.

El policía, desconcertado, con el rostro pálido y desencajado, entrando rápidamente en pánico por aquel desconocido capricho del destino, se acababa de reconocer a sí mismo allí tendido, sobre el mojado asfalto de la avenida. Quiso salir corriendo, quiso gritar y decir algo, pero los músculos ya no le respondieron. No fue capaz de moverse. Y las palabras, estériles, se perdieron en su garganta sin poder salir a la mañana helada de la avenida.

Se llevó las manos al rostro y las observó temblando. La boca pastosa. Pánico infinito.

Se vio de nuevo allí, tendido, en el suelo, el frío lecho del que ya no podría volver a levantarse por sí mismo, jamás. Luego, como un último impulso reflejo, volvió la vista hacia lo alto, hacia el balcón, mientras la mujer le clavaba en los ojos los puñales de su helada mirada, y le sonreía, cerrando para siempre, la ventana de aquel balcón.

Adolfo Mazariegos
Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.
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