Adolfo Mazariegos
Escritor y columnista Diario La Hora

Era una niña preciosa. Desenfadada. Tez brillante y cabello negro ensortijado. Cinco o seis años de edad, quizá. Sus ojos, brillantes y claros, parecían iluminar cada rincón y cada sitio por donde pasaba, con esa chispa de inocencia que sólo pueden dar los años párvulos y las almas felices.

Sus ocurrencias, tan únicas como inesperadas, eran como esa guinda roja que nunca puede faltar en un pastel.

Los padres, sin embargo, intercambiando miradas discretas de interrogación y asombro, empezaban seriamente a preocuparse por aquello que no comprendían, pero que intuían como algo que fácilmente podría salirse de control: la niña, insistía en que cada noche, cuando la ciudad dormía y se sumergía en ese océano de sueños y estrellas fugaces, salía al jardín para jugar con un mítico unicornio blanco, brillante, que solía visitarla diariamente.

«Es muy dócil, y me permite subir a su lomo», decía, «es hermoso».

La madre, que amaba a su hija como a nada en el mundo, decidió velar el sueño de la niña una noche para indagar de qué iba el asunto. Una vez hubiera comprobado de qué se trataba aquello, podrían tomar las decisiones pertinentes y adecuadas a las «fantasías» de la pequeña.

«Ha de ser sólo un sueño, mi niña, ya verás», aseveró, mientras arropaba a su hija y acomodaba su menudo cuerpo junto al suyo, para acompañarla a recorrer esos caminos del mundo impredecible y lleno de historias que suele ser soñar.

*

A la mañana siguiente, al despertar junto a su hija, con una sonrisa llena de promesas y buenas intenciones, la madre saludó a la pequeña.

«¿Ya ves? Nadie vino» dijo, volviéndole a sonreír.

La niña, sin embargo, como quien no comprende lo que le están diciendo, hace un puchero mientras la ve a los ojos, y echándose a llorar desconsoladamente, se deja caer en aquellos brazos amorosos como alas que la han cobijado desde siempre.

La madre no entiende lo que ocurre.

Sollozando, entonces, la niña de pronto dice:

«Mi unicornio ha muerto, mamá…, ¡lo han matado!»

Y, metiendo una mano pequeña y temblorosa bajo la almohada en la que acababa de despertar, saca un hermoso cuerno de unicornio, perfecto, brillante, aún tibio, ensangrentado.

Esa noche, como era de suponer, el unicornio ya no volvió.

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Adolfo Mazariegos
Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.
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