Según el estereotipo y los medios de comunicación populares, los hombres piensan en el sexo mucho más que las mujeres. Foto la hora: Ap

Alfonso Mata

Según el estereotipo y los medios de comunicación populares, los hombres piensan en el sexo mucho más que las mujeres. Una creencia ilustrada por dibujos animados que muestran el cerebro masculino lleno de pensamientos sexuales, y se perpetúa con numerosos chistes y afirmaciones descabelladas en los medios sociales y en la literatura popular. La estadística de que los hombres piensan en el sexo de cientos a miles de veces es tan frecuente, que incluso se aborda en medios serios políticos y académicos. De la literatura científica, se han sacado estas aseveraciones con cierto dejo de machismo y de desvalorización femenina, para respaldar la conclusión de que los hombres tienen un impulso sexual más poderoso que las mujeres. Sin embargo, una mirada cuidadosa a la investigación sobre las diferencias sexuales en la frecuencia de las cogniciones o pensamientos sexuales, nos muestra que generalmente no ha sido metodológicamente rigurosa, dejando conclusiones menos que ciertas. Toda la confusión empieza con la forma de estudiar este problema.

Empecemos por qué significa pensar o cognición. Algunos ha utilizado el término cognición o pensamiento sexual para referirse a «pensamientos o imágenes sexuales fugaces, fantasías sexuales más elaboradas y continuas, pensamientos sexuales, que se experimentan como intrusivos y pensamientos y fantasías sexuales que se involucran deliberadamente»; claramente ese es un aproximando a la concepción general de un «pensamiento sexual».

Una revisión de la literatura existente sobre las diferencias sexuales en la cognición sexual conduce a dos conclusiones: Primero, los hallazgos han sido inconsistentes; desde diferencias significativas en la frecuencia de las cogniciones sexuales en más de dos docenas de artículos, a diferencias marginales o mixtas en menos cantidad, a ninguna diferencia en absoluto. Es posible que el grado de estas diferencias haya disminuido a lo largo de los años, a la luz de los cambios sociales y la disminución del doble rasero y eso motivó a unos a estudiarlo y encontraron que las diferencias de género en la fantasía sexual disminuyeron durante un período de 10 años, lo que sugiere que hay más en esta diferencia de sexo particular, que solo la biología.

En segundo lugar, al estudiar las metodologías de investigación, en general uno se topa con que estas han sido débiles, y generalmente se basa en estimaciones retrospectivas. Cuando eso sucede en este tipo de estudios, debido a las expectativas estereotipadas de que los hombres son más sexuales que las mujeres, las normas sociales y el contexto de la investigación parecen influir en los informes sobre el comportamiento sexual y esto lo han señalado varios. Por lo tanto, es probable que los informes sobre la frecuencia del pensamiento sexual, también reflejen el estereotipo bien conocido, así como las expectativas de la sociedad.

El otro problema que dificulta la aceptación de los estudios sobre la magnitud del pensamiento sexual entre sexos, es que las muestras utilizadas en las investigaciones, han variado desde encuestas representativas a nivel nacional, estudiantes universitarios, a una mezcla de varias muestras de conveniencia o de »persona en la calle» usual dentro del periodismo. Los autoinformes retrospectivos que se han utilizado para estudiar los pensamientos sexuales, generalmente han involucrado un número limitado de opciones de respuesta, lo que lleva no solo a un efecto de techo, sino también a una forma de respuesta de característica de demanda. En la medida en que los participantes de los estudios puedan verse afectados por los estereotipos de roles sexuales y la respuesta resultante basada en la deseabilidad social, los hombres deberían sentirse más obligados a seleccionar la opción de respuesta máxima («muchas veces al día», «9 o más veces al día», »más de cinco veces en las últimas cuatro semanas», »regularmente) que las mujeres. Otras metodologías han incluido exigir a los participantes que estimen qué porcentaje del día pasaron pensando en sexo o en preguntar a las personas en un momento dado sobre los pensamientos que han tenido en los últimos cinco minutos; en un estudio diario de una semana, se pidió a los individuos que registraran cada vez que experimentaban una cognición sexual. Todo eso causa más confusión que aclaración.

En uno de los estudios metodológicamente más sólido hasta la fecha que data ya de dos décadas, a los participantes se les proporcionó un formulario de autocontrol y se les pidió que rastrearan sus impulsos sexuales, fantasías sexuales y masturbatorias durante un período de siete días. Con esta medida abierta, los hombres informaron un promedio diario de un poco menos de ocho pensamientos sexuales, mientras que las mujeres informaron menos de cinco. Los resultados de este estudio indicaron que los hombres piensan en el sexo con más frecuencia que las mujeres, aunque ciertamente no en el grado sugerido por los medios populares. Sin embargo, el formulario de autocontrol utilizado, puede no haber sido completamente portátil o discreto. Es posible que los pensamientos sexuales pudieran haber ocurrido mientras el formulario de autocontrol no estaba cerca o que el encuestado se haya sentido avergonzado de registrar pensamientos sexuales en presencia de otras personas, lo que sugiere la necesidad de un medio más efectivo para registrar pensamientos. Las mujeres suelen ser más recatadas culturalmente.

Pero abordar los pensamientos sobre algo específico tampoco resulta bueno. En todos los estudios menos uno más reciente, se pidió a los participantes que informaran solo sobre sus cogniciones sexuales, pero no sobre otros pensamientos relacionados con una necesidad fisiológica, como comer o dormir. Por lo tanto, es imposible saber si las diferencias de sexo que se han encontrado en la mayoría de los estudios, se relacionan únicamente con pensamientos sobre la sexualidad o si los hombres también están más inclinados a informar otros pensamientos relacionados con sus necesidades cotidianas. Aunque existen expectativas basadas en los roles sexuales con respecto a la comida, ya que se espera que los hombres coman más que las mujeres y que las mujeres sean vistas de manera más negativa cuando aumentan de peso, no existen tales estereotipos o expectativas como con el sexo, tampoco para el sueño. Por lo tanto, si la respuesta a la deseabilidad social está relacionada con las cogniciones sobre el sexo y la alimentación, pero no sobre el sueño, esto implicaría que las expectativas del rol sexual influyen en el informe de algunas cogniciones relacionadas con las necesidades.

Pues bien, a alguien se le ocurrió un estudio utilizando un enfoque prospectivo y objetivo para evaluar la frecuencia de las cogniciones sexuales utilizando un sistema de seguimiento simple, con un control de la deseabilidad social y una comparación con pensamientos relacionados con la necesidad de naturaleza no sexual como son la alimentación y el sueño. Los resultados del contador de cuentas (cuantas veces pienso en sexo, alimentación, sueño) indicaron que, aunque los hombres parecen pensar más en el sexo a diario que las mujeres, también piensan más en la comida y el sueño. En ese mismo estudio, cuando se pidió a los participantes que estimaran retrospectivamente el grado en el que participaban en las cogniciones relacionadas con las necesidades, solo las cogniciones sexuales arrojaron una diferencia de sexo significativa. Los participantes masculinos parecen haber subestimado o subreportado en gran medida la frecuencia de cogniciones relacionadas con las necesidades de sueño y alimento, como lo demuestran los recuentos reales, que eran de dos a cuatro veces las frecuencias estimadas. Curiosamente, las estimaciones retrospectivas medias de las cogniciones sexuales obtenidas en este estudio, fueron muy similares a las cuentas medias obtenidas en el registro de una semana de los pensamientos sexuales de los estudiantes universitarios estudiados hace dos décadas. En conclusión: el hombre piensa más en sexo, alimentación y sueño que las mujeres pero no en la magnitud que se nos ha hecho creer.

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