Alfonso Mata
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LA CONTRADICCIÓN

Del diente al labio la gente dice preocuparse por su salud. Las estadísticas de la salud nos muestran lo contrario y eso a pesar de que gran cantidad de estudios, han establecido que la gente tiene en los médicos y la ciencia alta confianza. Entonces ¿Por qué de estilos de vida pocos saludables en la mayoría de pacientes y población?

POR DÓNDE EMPEZAR

Los estudios que buscan explicar la brecha de rendimiento de la salud con la enfermedad, han demostrado que no es suficiente con saber para adoptar una conducta adecuada; se necesita adquirir conciencia. Los psicólogos dicen que las personas que tienen fe en sí mismas y en sus habilidades, tienen cuidado de no adoptar ciertos comportamientos y adquieren conciencia. Pero ello tampoco basta, se necesita también del ejemplo para cambios en comportamiento. Para aprender un idioma o a leer más pronto, los padres exponen a sus hijos a ello tempranamente. Al sufrir diversos cuadros de enfermedad, el niño puede ante esos eventos dolorosos, interesarse ​​en su salud pero pronto puede borrarlo el olvido propio de la adolescencia. Lo importante es que interesar en algo es cuestión de rutina. En el niño, si los padres discuten con sus hijos de lo que es saludable o no como nutrición, deporte, hábito, etc., desde edades cercanas a los 2 años, los niños se volverán más sensibles e interesados ​​en el futuro en el tema.

Otro elemento que posiblemente afecte el proceso de aprendizaje e implementación de buenos hábitos saludables es la seguridad de la persona en sí misma. La mayoría de personas dotadas de seguridad, tienen la creencia de que son capaces de hacer que las cosas sucedan bien. Es decidir, más que obedecer las circunstancias “no tengo tiempo” estas personas con menos frecuencia buscan excusas de por qué dejan de hacer algo bien.

La salud como un proceso, exige un cambio constante de actitud, hábitos, intervenciones, además de conocimientos. Las personas que creen en sí mismas y que no tiran la toalla tan pronto como surge una dificultad, enfrentan cambios y se adaptan con mejores criterios. Ven los problemas y los fracasos como obstáculos que deben superarse, en lugar de barreras que prohíben cualquier esperanza de éxito.  Una de las primeras cosas que el enfermo desea conocer son causas y cómo evitarlas la próxima vez; sin embargo se sabe que muchas personas no lo hacen, cuestión de personalidad y conocimiento, pero la verdad es que las personas preocupadas por su calidad de vida y que en ello ven una responsabilidad, no necesitan que se les diga qué hacer y cuándo “soy pobre pero limpia”.  No pierden el tiempo preguntándose: «¿Soy capaz de hacerlo?» La única pregunta que se hacen es: «¿Por qué no lo hago yo?».

El otro elemento de comportamiento que es clave es la dejadez o dilación a lo que usualmente le damos el calificativo de pereza.  Pero, las razones de esa indolencia son muchas veces otras: miedo de cambiar contra la costumbre, al fracaso, quizá incluso al éxito, miedo a que la gente no le ve valor agregado a prepararse para el mañana. En el fondo, también no creen en la salud, y en otras cosas y piensan que sus acciones en lugar de acercar más a sus amistades, los aleja del resto y entonces declinan responsabilidad, solo esperan pasivamente a que ocurra el momento favorable o las circunstancias perfectas de atención por otros “el Ministerio de Salud está para eso”.

Otro elemento fundamental en esta problemática es que la salud no se logra con un acto de momento y con una acción única y eso choca con un estilo de vida. En nuestras sociedades, lo que más cuenta en la vida de las personas es el momento presente. Y en la mayoría de actividades de la vida, si los actos no conducen a nada favorable “ahora”, se dejan de hacer, pues el pensamiento es arreglárselas en el hoy, cuando la circunstancia y condición se presenta. Esto se asocia a comprensión y entendimiento. La mayoría de personas no perciben la enfermedad al enfermarse, como algo que pudo y puede evitarse, sino como algo que debe gestionarse con eficacia cuando sucede e incluso “que otros deben hacerlo”.  No se muestran conciliadores, ni en la toma de decisiones ni de responsabilidades hacia la salud, como lo hacen con la enfermedad. De tal manera que por costumbre y tradición, saben que el conflicto es parte de la vida y que no puede evitarse sin renunciar al mismo tiempo a otros aspectos más agradables o que les significan trabajo. En personas conscientes de que su salud es responsabilidad propia, es frecuente encontrar que si no pueden obtener lo que necesitan, encuentran formas de hacer lo que deben hacer, aun con escasos recursos.

Finalmente en nuestra percepción y estilo de vida actual, en lo social, la enfermedad, la muerte, nos parece algo demasiado abstracto. No somos capaces de proyectarnos ni al mediano ni a largo plazo y nos excusamos de todo lo que es porvenir «hay que beneficiarse y gozar del momento por eso estamos acá», además añadimos “mañana ya habrá manera de curarnos”. Además, gran parte de la sociedad, presta más atención a su apariencia que a lo que tienen en su plato, en su boca y… en muchas cosas.  Por lo tanto, no es raro encontrar que el 90% de los jóvenes declara prestar atención a su estilo de comportarse con los demás en cuestiones de bebidas y drogas, mientras que casi uno de cada dos no se preocupa por su dieta. Tampoco se presta mayor atención al sueño, el ejercicio y así podríamos seguir enumerando factores de riesgo que no se atienden.

LO SOCIAL PESA

Mucha resistencia a participar en lo preventivo es debido a que nuestra sociedad a través de publicidad y otras técnicas de información está medicalizada. Responde a la enfermedad y no a la salud. Eso obliga a voltear la vista hacia la necesidad de crear un nuevo modelo emotivo de la decisión. La ciencia ha avanzado en entender los mecanismos de la percepción sensorial, pero también para tratar de entender mejor cómo piensan los consumidores, qué los influye y, más generalmente, cómo responde su cerebro a las señales ambientales a las que están expuestos. Por consiguiente en la prevención en salud pública, se hace necesario permitir una comprensión más profunda de los sesgos cognitivos y emocionales involucrados en la toma de decisiones. De esto hablaremos en el próximo artículo, pero desde ya, debemos entender que la oposición entre emoción y racionalidad no se verifica como un sí o no. Las partes del cerebro están conectadas por redes densas y complejas, intercambiando información de manera continua y en gran parte interdependiente. Bajo ese sentido, el cerebro funciona más bien en un modo híbrido, es decir, en una forma de «emocioracionalmente». Este hallazgo se puede confirmar fácilmente en la vida cotidiana ¿Quién no es emocional, impulsivo, distraído, altruista, sujeto a la dilación y la toma de decisiones guiada por ganancia instantánea? Además, posee información relevante sobre conductas de riesgo. Por tanto conductas de interpretación y acción en salud, difieren en diferentes grupos humanos.

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