Alfonso Mata

Todo empezó hace varios siglos: la crianza de animales y el cultivo de plantas, llevó al hombre a acercarse a la genética mucho antes de conocer su nombre. De ahí que no sorprende que la investigación genética actual de la herencia, que partió de los adelantos de la embriología experimental en el siglo XVIII y XIX, haya caído en el siglo XX en la bioquímica y en la disección de la célula: de su organización y funcionamiento, que finalmente ha proporcionado los fundamentos, para empezar la mutación del hombre por el hombre, utilizando en ello la conjunción genética e informática, que al combinarse, empieza a dar sus frutos.

Al adentrarnos en el siglo XXI, estamos viendo las primeras posibilidades de transformación del hombre, que no deja de ser aterradora ya que esta no caerá en manos de los designios de la naturaleza sino de la cultura humana, que por todos lados es fuente de contradicciones y posibilidades, conducidas por las más profundas rivalidades e intereses, constituyéndose el resultado de esas contiendas, en el principal transformador del hombre y en la búsqueda de su ideal.

En primer lugar, nos topamos que el medio ambiente que hemos transformado, de por sí ya ofrece mutaciones nocivas, que han alterado la ecología y que genera resultados nocivos, que han alterado cada vez más y a mayor velocidad, el comportamiento individual y colectivo del proceso salud-enfermedad a tal punto que, muchos creen, que al igual que hemos hecho con animales y plantas, si no hacemos un manejo estricto de la selección y control genético humano, estamos a las puertas de un cataclismo de la biosfera y de la especie humana.

Para muchos, la medicina cada vez se transforma más en sinónimo de genética y con ello, cada vez estamos dejando atrás la utopía de la transformación del ser humano y aunque el principio de esta sea buscar un mejor hombre, la protección del débil y del enfermo, al igual que la energía atómica, presenta una doble cara: para el bien o para el mal.

Ante ese estado de cosas, de la inconsistencia del pensamiento y comportamiento humano, ya muchos empiezan a advertir y a reclamar enérgicamente una nueva educación, que desarrolle un sentimiento de responsabilidad en todo lo que concierne al uso de técnicas genéticas, preventivas y curativas y en lo concerniente a la procreación, a fin de que el uso del conocimiento y la tecnología, se oriente y conduzca al favorecimiento de beneficios, tanto del desarrollo del individuo receptor de los adelantos, como de la sociedad, sin olvidarse de uno o de otro, en búsqueda de un beneficio simultáneo.

Es evidente que con el correr del tiempo, la investigación y el conocimiento que ésta arroja, cada vez nos permite saber más sobre el patrimonio hereditario que llevamos: cómo este se organiza y funciona y cada vez más, eso hace posible manipularlo; pronósticos más exactos de selección de genes y de sus efectos, permitiendo eliminar patologías y enfermedades, predecir potenciales de estas, optimización del trabajo de órganos y tejidos y eso está facultando preparar paquetes de cambios curativos y preventivos aplicables desde la concepción, tanto en formas y funciones para un ahora y un futuro, sobre las células, las moléculas ya sea para su construcción, reparación o forma de funcionar.

Lo delicado de todo lo anterior estriba, en la precipitación que se pueda tener y en la improvisación y en la selección del “manipuleo genético” en bases puramente empíricas o por razones políticas ideológicas o de otra naturaleza, más allá de la búsqueda de la salud y el bienestar humano y social.

Se sabe que la mayoría espera que se usen los avances tecnológicos para crear seres sanos y nobles, pero a la vez contemplamos que hemos estructurado un sociedad, que a la par de lograr hombres más altos y con aumento de muchas de sus facultades, junto a ellos, se dibuja un mundo en que persiste menos resistencia a ciertas enfermedades y un aumento de trastorno de orden psíquico y mental y también un grupo de seres humanos que se mueve a través de los siglos, sufriendo las consecuencias de una vida paupérrima. Es en medio de esas contradicciones, que se encaja la genética y sus aplicaciones, generando posiciones ideológicas y éticas de diferente índole, con miras diferentes y muchas de ellas deshumanizantes para algunos.

Estamos pues ante un fenómeno que forza a opiniones dispares, producto del desconocimiento que produce la diversidad de hechos y espacios diferentes en que tiene lugar la evolución humana de los grupos sociales y la forma de interpretar sus interrelaciones y eso tiñe de peligro, el aparecimiento de enfoques de ciencia y su aplicación, que puede llevar el acceso y uso de esas nuevas tecnologías, para satisfacer intereses mezquinos, raciales y de otro tipo, con valoraciones ajenas al sentido de la ciencia, la sociedad y el bienestar de todos, poniendo en peligro no solo la evolución biológica sino social y cultural.

Pero quizá el terreno más incierto en que caemos, tiene que ver con la distancia que separa nuestros conocimientos, nuestros deseos e ideales y nuestro papel del desarrollo de la biosfera, con la humana dentro de ella. Los impactos de hechos realizados, de modificaciones, cambios y controles en nuestro espacio y nuestro futuro como especie y como parte de esa biosfera, aun no adquiere la importancia debida en las decisiones que tomamos al seleccionar, sugerir e implementar los resultados de nuestras investigaciones genéticas y de biología molecular, sobre la biosfera y la esfera social y cultural. Si bien sabemos que al alterarse una célula o un conjunto de ellas, eso influye en los tejidos y los órganos, su interacción con todo el organismo y con otras especies, no estamos siendo cuidadosos en tomarlo en cuenta, al manipular nuestra riqueza genética. En nuestros planes, solo contemplamos algunos aspectos del impacto que tales acciones puedan tener en este momento y dejamos muchas veces en manos del futuro, la interacción de la biosfera y nuestra cultura.

Sabemos gracias a nuestras observaciones, experiencias e investigaciones, que en la naturaleza existen pequeños cambios que provocan grandes consecuencias que se extienden a lo largo de miles de años y generaciones, sobre el planeta y nosotros. Los cambios de temperatura es ejemplo de ello. Otros son inmediatos: las mutaciones de los virus y su efecto en la mortalidad, que afecta la evolución social, son otro ejemplo. Pero muchos ejemplos sobre potenciales modificaciones humanas, las ignoramos, dado que no podemos experimentar con humanos.

Podemos enfocarnos y buscar en la hechura de un prototipo humano: el mejoramiento de sus fundamentos genéticos para: su salud, mejoramiento de su motricidad, la mayor duración de la vida y mejoramiento de facultades físicas y mentales, el control de la violencia y la agresión, el aumento de la cooperación y rendimientos. Obviamente la gran discusión es cuando hablamos sobre equidad y acceso a esos beneficios. Es entonces que caemos sobre la problemática que representa el patrón de uso y permanece aún muy silenciosa su relación con la cultura, la ética y lo moral y el temor de formar distintas clases de hombres.

La ingeniería genética: identificación de funciones de los genes, sus interacciones, clonación nuclear, silenciamiento de genes, como su encendido y todas las funciones prácticas de su organización y funcionamiento, así como la identificación de sus potenciales funciones, está a un paso de poder construir un ser humano nuevo a expensas de trabajo de “genotipos superiores”, que no puede ser considerado una fantasía, como tampoco ya lo es su aplicación: síntesis de tejidos humanos trasplantables, fabricación de células bacterianas capaces de fabricar sustancias químicas y biológicas y medicamentos valiosos; pero eso lleva también el peligro inédito y terrible a la vista, de generar razas diferenciales, guerra biológica, uso tecnológico selectivo y discriminativo y es entonces que surge la gran duda ¿estamos preparados y tenemos la responsabilidad suficiente, para crear el más alto grado de biosfera que se pueda dar: un nuevo ser humano?

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