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Alfonso Mata

En ninguna mente cabe la menor duda que la industria farmacéutica es capaz de generar medicamentos seguros y efectivos; lo que está mal es cómo funciona la industria farmacéutica dentro de lo político-social y dentro del sistema de salud. La innovación y comercialización farmacológica y tecnológica -gracias al debilitamiento del entramado ético, político, legal, que incluso absorbe al investigador, académico, profesional y comerciante- ha logrado establecer sus reglas de funcionamiento que además de constituirse en un proceso de corrupción dentro de la competitividad comercial, se ha convertido en un gran fracaso social en el que él que tiene que pagar los platos rotos es el enfermo y su familia.

Bajo ese aspecto de dependencia político-comercial, llena de injusticias y privilegios, la medicina, el ejercicio médico como institución, está en riesgo de convertirse también en un gran fracaso si no es capaz de tomar el timón. Las industrias farmacéuticas, respondiendo únicamente a su imperativo comercial y olvidando la alianza moral en la que se fundamenta la institución médica, han priorizado el beneficio económico sobre cualquier otra consideración, incluso sobre la salud y seguridad de los pacientes.

Hay un primer aspecto de abordaje en este problema y que resulta medular tratar de resolverlo. Los fines de las organizaciones dedicadas al desarrollo de nuevos medicamentos y tecnologías, ya no coinciden con los fines de la medicina, pero la inmensa mayoría de las instituciones y profesionales sanitarios no se inmutan ajenos a esta aplastante realidad y «no ven la pandemia institucional». Las industrias farmacéuticas con la suicida apuesta por fundamentar su negocio en el marketing y no en las necesidades, han introducido de manera masiva incentivos y sesgos que atentan contra el interés primordial de la institución y de la sociedad, corrompiendo y manipulando en el camino los procesos de generación, difusión, síntesis y aplicación del conocimiento médico. El caso mundial de las vacunas y sueros, medicamentos e insumos contra el COVID-19 son un ejemplo claro en ello. Lo anterior pasa por problemas desde valores que deben presidir las instituciones democráticas (transparencia, rendición de cuentas y declaración de conflictos de interés) y sanitarias (compromiso con los pacientes y la sociedad, ayudar, no hacer daño y distribuir de manera equitativa los bienes clínicos que son un común o pro-común) hasta valores de ética comercial e industrial, no sin pasar por la necesidad de refundir los aspectos sociales y éticos de la investigación científica con la filosofía de la ciencia y reflexionar sobre las limitaciones de la emergente, en ese momento, «ciencia industrializada». Así uno de los más preocupados en esto: Jerome Ravetz ha dicho con claridad al referirse a la industria farmacéutica «Como producto de una actividad socialmente organizada, la producción de conocimiento científico es muy diferente de la fabricación de jabón. Aquellos que planifican y organizan la actividad científica no deberían descuidar estas diferencias. … La ilusión de que existe una ciencia natural pura y separada de toda relación con la sociedad está desapareciendo rápidamente; pero tiende a ser reemplazada por la vulgar reducción de la ciencia a una rama de la industria comercial» y termina diciendo «El aumento y la mejora del conocimiento científico es un proceso social muy especializado y delicado, cuya salud y vitalidad no es algo que deba darse por sentado…Para comprender esta ciencia ampliada y enriquecida, debemos considerar un tipo de análisis que incluya tanto el poder como el conocimiento.»

Algo que los medios de comunicación de todo el mundo han dejado ver con suficiente claridad es que en estos momentos la ciencia ante la pasividad social, la ciencia misma, está siendo degradada y corrompida, y sus resultados utilizados en una carrera precipitada hacia la catástrofe social, ecológica, y de los sistemas de salud y cada vez más vemos, cómo se denigra por los líderes políticos la comprensión del tipo muy especial de trabajo, tan delicado y tan poderoso, que implica la investigación científica. Creo que la situación es tan grave como la sufrida por la iglesia en los siglo XVI XVII solo que ahora le toca a la ciencia.

Un segundo elemento peligroso, tiene que ver con los motivos de hacer ciencia. La asimilación de la producción de resultados científicos a la producción de bienes materiales (objeto central de la industria y el comercio) puede ser peligrosa y, de hecho, destructiva para la propia ciencia. Porque la producción de conocimientos científicos valiosos, es muy diferente de la producción de un producto comercial como el pan, los quesos, jamones. El conocimiento científico no puede ser producido en masa por máquinas atendidas por mano de obra semi-cualificada.

La investigación es una actividad artesanal, muy especializada y delicada. Los estándares mínimos de precisión y fiabilidad para obtener resultados científicos valiosos y hacer esto con controles extremadamente altos, es cosa de mucha atención y dedicación. A lo largo de la pandemia en redes y medios de comunicación incluso en revistas científicas serias, hemos visto la carencia en mucha de la información sobre aspectos de este virus y de la pandemia, sin pruebas externas y automáticas de su calidad, ni sistemas de calibración para comprobar su concordancia con las especificaciones.

Dentro del comportamiento ya meramente mercantilista, la industria y comercialización farmacéutica carece, cosa muy ilógica, de un mecanismo de mercado, que permita el rechazo del público de productos de calidad inferior.

De tal manera que tanto el mundo político y profesional, como el social, debería de tomar conciencia no solo saber, que para lograr resultados científicos valiosos, se necesitan tres factores separados: una comunidad de académicos con un conocimiento compartido de los estándares de calidad apropiados para su trabajo; un compromiso común por hacer cumplir esos estándares mediante las sanciones informales que la comunidad posee y personas cuya integridad personal exija estándares por lo menos tan altos como los requeridos para otras actividades humanas como la aviación.

Por eso, los escritores sobre ética y ciencia no se cansan de repetir en la importancia del compromiso ético de los científicos reforzado -y, en última instancia, sostenido- por la calidad moral del liderazgo de las comunidades y organizaciones científicas. Sin ese compromiso, la nueva ciencia industrial, tan vulnerable a la corrupción, nos llevará al gobierno universal de la mediocridad o algo peor.

En una sociedad, como en la nuestra, si falta alguna de estas condiciones: -si hay un campo demasiado desorganizado o demasiado desmoralizado para hacer cumplir los estándares apropiados, o un grupo de científicos que se contenta con publicar trabajos de calidad inferior en revistas de calidad inferior- entonces se producirán malos resultados… cualquier visión de la ciencia que no reconozca las condiciones especiales necesarias para el mantenimiento de la ética científica, está destinada a cometer errores desastrosos. No podemos seguir asumiendo que la ciencia es un factor independiente y autónomo que sólo necesita de una enseñanza de relleno universitaria y un apoyo financiero y planificación administrativa para proporcionar bienes ilimitados para todos nosotros.

En el análisis y la búsqueda de soluciones nacionales, como muchos no dejan e insisten en señalar, se hace necesario y conveniente superar el enfoque de la corrupción individual estatal y comercial simultáneamente, para centrarse en modelos más sistémicos de control y supervisión. En otras palabras, necesitamos terminar con lo que se denomina La deriva institucional que se produce cuando intereses privados modifican los objetivos de la medicina y los sistemas de salud, a través de una influencia sistemática, que altera rutinas y transforma la cultura de la organización y el comportamiento de los agentes, con consecuencias difícilmente identificables, debido a conductas inconscientes, socialmente aceptadas y/o legales.

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