Alfonso Mata
Toda respuesta social a una epidemia o pandemia, al menos la mayoría de ellas, se desarrolla siguiendo una secuencia de hechos y situaciones que se van produciendo a lo largo del tiempo y la COVID-19 no parece diferenciarse de ello y sigue en el curso del tiempo un orden más o menos siguiente:
Anuncio de su posible aparecimiento en la comunidad: gobiernos, instituciones se movilizan en ello. El grado de credibilidad y aceptación es un clima de temor que no es suficiente para que se dé una credibilidad local al riesgo.
Descubrimiento de su existencia: en la cual los miembros de una comunidad comienzan a reconocer en algunas personas enfermas, las víctimas resultantes de la propagación de una enfermedad contagiosa con características a lo predicho.
Gestión de la aleatoriedad: La pandemia en este período se vuelve más general en su búsqueda a soluciones. Los miembros de la comunidad más en conjunto, buscan explicaciones (a menudo religiosas) sobre la aparente arbitrariedad de la infección y lo que la produce o está produciendo.
Negociación/exigencia de la respuesta pública: Para la comunidad es más que evidente que se está ante un problema serio. Es más que evidente que la propagación de la epidemia se viene, en la que los miembros de la comunidad exigen una acción colectiva de acuerdo a norma más rigurosa para evitar la propagación.
Subsidencia y retrospección: recriminaciones y culpabilidades se dan del Estado a la Ciudadanía y viceversa acompañado de que el público llega a la aceptación al calificar la situación de “inevitable” que a menudo conduce a la complacencia, olvidándose de las restricciones a medida que el temor se desvanece y como parte de ello el apoyo y solidaridad se pierde y se entra a una resignación dentro de la población ante lo peor, lo que puede obedecer a muchos motivos.
El propio análisis de esos momentos sociales de la pandemia, obliga a considerar que los cumplimientos formas de presentarse y actuar en esos tiempos de manera individual o colectiva, se ven afectados por muchas situaciones políticas, económicas, ambientales y sociales que se encuentran y en que se vive, del nivel socioeconómico en que uno se mueve y que conforma un modo y estilo de vida que constituye un factor de riesgo la comunidad a la pandemia o epidemia. Entre estos cabe mencionar:
La comprensión que el público tenga sobre cómo se transmite una enfermedad. Esto indudablemente afecta el curso de la epidemia y la forma de enfrentarla.
Las consecuencias económicas de una epidemia influyen en la respuesta del público a la crisis. Especialmente sobre cumplimiento de medidas sociales y sanitarias. Esas consecuencias suelen ser relacionadas con nivel socio económico a que se pertenece antes de la pandemia y las restricciones que ello impone a la supervivencia, pero también se relaciona con el impacto económico que la pandemia está teniendo en las personas y el nivel de restricciones a la satisfacción de necesidades básicas que ello provoca.
El alcance y la velocidad de la movilización de las personas interna y externamente dentro de la comunidad y los movimientos de bienes y servicios, son importantes factores en la propagación de la enfermedad pandémica a nivel local y mundial.
Característica propias de los microbios: infectabilidad, letalidad, si su manera de transmisión y mortalidad aunque relativamente mate a pocas personas, pero lo hacen de manera rápida y espectacular, reciben más atención que las pandemias en curso que matan a millones año tras año. El SARSCoV-2 es uno de ellos, la desnutrición y las enfermedades gastrointestinales son del segundo tipo.
La cobertura mediática, que puede informar y desinformar al público, influye en el curso de una epidemia.
Los gobiernos a menudo intentarán ocultar a lo grande, brotes al resto del mundo, típicamente en un esfuerzo por proteger los activos económicos y el comercio, pero también como un facto posible de negocios ilícitos.
Los grupos sociales «indeseables» pueden ser culpados de una epidemia o injustamente tratados en nombre de la prevención de la transmisión de enfermedades.
La ciencia actual está lo suficientemente avanzada como para caracterizar el brote infeccioso más letal e incluso para anticipar que tal evento ocurriría. Sin embargo, los malos manejos políticos han propiciado que millones de personas se contaminaran y miles perezcan en la pandemia COVID-19.
Hoy, aunque se están realizando esfuerzos sustanciales para desarrollar y producir vacunas y productos farmacéuticos antivirales en previsión de detener la pandemia, es poco probable que haya suficientes medidas disponibles antes de finales de año, y su efectividad es lejos de estar asegurada.
En cuanto las medidas iniciales de contención individual y comunitaria empleadas, siguen siendo similares a las intervenciones no farmacéuticas que se usaron hace casi un siglo: aislamiento de personas enfermas y cuarentena de sus contactos y sospechosos, detección de casos, distanciamiento social; medidas sanitarias simples como lavarse las manos y usar mascarillas; y proporcionar al público información sobre la enfermedad y sus riesgos.
Es inconcebible que el mundo sanitario no haya pasado de perfeccionar esos métodos sin explorar nuevos campos de contención. En tal sentido, resulta aún confuso para gobiernos y población, su contribución a la pandemia como la actual, en cuanto a contención y en general se considera que en muchas pandemias, las medidas de contención individual han ofrecido poca o ninguna protección; eso resulta débil de sostener, dada la carencia de adecuados estudios que cuantifiquen la relación entre medidas trasmisión y e impacto. Es de admitir que no existe un estudio sistemático sobre la relación, positiva o negativa, entre incidencia de casos de pandemias anteriores y parecidas como las de la influenza y tasas de mortalidad durante la pandemia y si esto puede ser selectivo. Es una vergüenza que organismos internacionales aun carezcan de buena información al respecto y ante la duda, lo probado y experimentado es válido de continuar. Las pandemias de influenza sugieren que las medidas estrictas de dispersión social y las sanitarias, aplicadas mucho antes de la llegada de la influenza y mantenidas en su lugar durante períodos prolongados con estricta observancia, se han asociado con una reducción de la mortalidad por influenza y uso hospitalario y por consiguiente en gasto a la salud. La preocupación en ese sentido tiene que ver con cumplimiento de las regulaciones que no serán completamente efectivas porque los gobiernos han hecho poco por abordar las barreras de desigualdad e inequidad que afecta lo social y económico de gran parte de la población y el acceso a los sistemas médicos y sanitarios. Estos críticos afirman que los esfuerzos internacionales de aislamiento social y cumplimientos sanitarios no funcionaran, si no también se compensa a los países por los costos de informar y contener brotes de enfermedades infecciosas, garantizar que las restricciones comerciales y de viaje sean rentables y apoyar la creación de capacidad de salud pública en los países en desarrollo vulnerables y el mantenimiento de las necesidades básicas a la población más pobre y de colocar cuando se tengan las vacunas lo más cerca y rápido de estas poblaciones.