Alfonso Mata
Alguien mencionó respecto a la cuarentena «Hay que hacer honor a este hermoso regalo que es la vida». Estamos inmersos en Guatemala en un encierro que nos hace perder cabeza colectivamente. Unos si cumplen, la mayoría ¡no! ¿Prueba? Salen a la calle creyéndose los zorros con un antifaz, que según ellos, con eso espantan al virus, aunque las estadísticas nos digan lo contrario.
Por otro lado, los que cumplimos, ya no podemos encontrarnos con otros como lo deseamos. Nuestra misión -cuando puede continuar- está sujeta a las restricciones de las medidas de barrera. Los recursos cuando se pueden se han vuelto virtuales… En resumen, nos damos cuenta de que nuestro mundo se ha detenido y ya no estamos orientados. La primera pregunta natural que nos viene es: ¿cómo continuar la vida de antes? Entonces iniciativas de todo tipo florecen, como si todo estuviera presente como antes: mi prima, mi nieto, mi amiga frente a la cámara están ahí las veo disfruto como si la pantalla fuera extensión de lo natural. Pero lo que nos roe pensamiento y sentimiento es que una pequeña cosa microscópica, apodada Covid-19, ha llegado a sacudir nuestro planeta y nuestra vida. Algo invisible vino a hacer su ley: trastornó el orden establecido.
Es pues evidente que en una gran cantidad de gente -cumplidoras y no cumplidoras de la norma- la fe, la esperanza y la caridad desaparecieron (más creo que nunca las han tenido). Un colega que trabaja en las áreas de cuidados de pacientes con coronavirus me decía: muchas personas con quienes me encuentro en el hospital (público y empleados), me comparten su sensación de estar abrumados por un evento doloroso, pero la mayoría de ellos son náufragos sin nada a que aferrarse. Están abrumados, han perdido terreno ante la situación y ya no saben cómo salir de él y entonces viene lo peor: se enojan con otros por no hacer nada por sus abrumaciones cuando ni siquiera saben que les abruma y la tensión genera un infierno de tensiones emocionales tontas y sin razón.
Un caso típico de discordia con el mundo, se oye a diario en hospitales y en hogares con decesos: “Mi madre acaba de morir, siento que el mundo se ha detenido. Cuando camino por la calle, me duele porque todos fingen que todo está bien. Tengo ganas de gritarle a los extraños con los que me encuentro: «pero oye, detente, me duele, mi madre está muerta y es grave». Su indiferencia me clava en la soledad. No sé cómo voy a poder seguir viviendo». Aquí hay un ejemplo de una frase de naufragio que nos puede pasar a todos.
Alguien definió esas actitudes y otras en contra de los demás, como falta de fe: perdimos la fe en los otros, en nuestra religión, en nosotros mismos. Todo está ritualizado para vivir sin fe. La fe debe fundamentarse en cumplimientos y como nadie cree en nadie no cumple y como nadie cumple, la fe no existe.
La Ley debería gobernar nuestra vida civil y particular, pero eso no es cierto: el pueblo falta a las medidas sanitarias; el gobierno gobierna para sacarle raja a los fondos de la emergencia y a concesiones de prebendas y privilegios. Por lo tanto, vivimos de acuerdo con una voluntad y no a normas. Resultado: no somos inmunes a enfermedad y muerte. Concretamente, no vivimos según alianzas y como eso tiene un costo, es imposible olvidar que el virus y los negocios ilícitos del gobierno, colapsarán la vida de muchos. Son amantes contra la democracia.
Qué nos espera entonces: estamos privados de puntos de referencia para mejorar. Para los que cumplieron fue un tiempo de reflexión pero sobrevivió fuerte la tentación de volver a los hábitos, y el disgusto será que simplemente, ya no es físicamente posible: no más Tierra Prometida para cultivar, no más Templo para reunirse, seguiremos rodeados de villanos que tienen sus propias leyes. No podemos pretender que podremos avanzar … la imposibilidad de la conversión mental y espiritual no se dará para ello.
Lo que nos parecía tan distante, la muerte, vino a probarnos que no lo es y que funciona como un riesgo para nosotros mismos, un riesgo para los que amamos. Esta muerte, que inevitablemente se presentará a cada uno de nosotros, nos ha vinculado a nuestra finitud pero no a solución alguna. Según nuestras historias y nuestras experiencias: los miedos, las ansiedades, las negaciones, la no toma de riesgos, han dictado nuestro comportamiento: pasivos ante el dolor y cercano a la muerte.
Inicialmente, el anuncio de no estar en el grupo de edad afectado tranquilizó y envalentono a algunos; sin embargo, sabemos ya de adolescentes y niñez muerta, pero eso no cambia nuestra actitud. Todos calcularon el riesgo que corrían ellos o sus familiares. Y luego, si nos sentíamos menos en riesgo, siempre había un ser querido preocupado y por quien preocuparse. Fuerte preocupación, por nuestros mayores, atrincherados en el hogar o en instituciones pero gran alivio gracias a las relaciones con tecnología interpuesta y a quienes los niños piden estar más que vigilantes porque en la clave hay una salida sin adiós sin tocar ¡Cuántos han mencionado que, dada la edad y la patología de sus padres, sabían que la muerte podía ocurrir, pero no bajo estas condiciones! Algunos han comenzado o continuado rezando para que la vida dure hasta la desconfinación, para que al menos puedan volver a encontrarse, tocarse y quizás besarse; pero la mayoría, entra en Resignación y un no puedo parar.
La muerte y el significado de la enfermedad, en estas condiciones de vida, se han convertido en una pregunta que con el tiempo de confinamiento ha cambiado: «¿Qué sentido tiene vivir en estas condiciones!» ; “¡Ya! Pero, ahora estamos en una celda con prohibición de morir. «; “da lo mismo al salir” “Ellos deciden por nosotros, pero ahora no me importa si muero” “Lo que quiero es volver a ver a mis hijos y nietos, la vida es muy corta» y finalmente un deseo de vida y muerte no tiene seguridad: «Es lo mismo para todos, solo tenemos que ser pacientes», Resultado: las calles y locales atiborrados de gente y pronto lo será el transporte.
Todas estas reflexiones, no son desesperadas ni utópicas. Hay hombres y mujeres en la humanidad que dan cuenta de su condición mortal y que saben que ni la inteligencia, ni el conocimiento lo tienen para afligirse. El interés no está en el provenir está en el hoy y el hoy es el dinero. Entonces, dado que seguimos siendo terrícolas hasta la hora de nuestra muerte, aprendamos a vivir y honrar, día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, a este hermoso regalo de la Vida que es el deseo y la pasión. Más allá de ello, a lo mejor hay algo, pero no me interesa.
Se puede resumir en 3 puntos: Primero, es claro que la mayoría de gente vive abandonada de sus gobiernos y por lo tanto, uno busca pasar por la prueba sin necesidad de fe. Segundo, lo único seguro es lo que uno tiene en las manos, no hay esperanza. Tercero para escapar cada quien por su lado y velando por lo suyo. Sin fe, esperanza o caridad no podemos afrontar el coronavirus como nación.