La COVID-19 ha subrayado la insuficiencia de cualquier enfoque unidimensional de la enfermedad, ya sea al construccionista social o a la perspectiva más convencional de orientación política y científica. Foto la hora: AP.

Alfonso Mata

El papel de los medios de comunicación y los científicos sociales en el análisis de lo que está sucediendo, se está haciendo y está por hacer, en cuanto a la COVID-19 es fundamental, no solo para la población sino para el Estado. Quizás lo más sorprendente es que es un fenómeno que genera información valiosa y verdadera así como de otro tipo, que causa confusión política y social.

Después de una generación de primeras curvas de contaminación, en casi todo el mundo el cuestionar la legitimidad de muchas acciones e intervenciones ha empezado a mejorar el entendimiento de esta pandemia. El otro fenómeno que se ha venido dando es el de cómo ubicar el COVID-19 entre las categorías de enfermedades. La COVID-19 ha subrayado la insuficiencia de cualquier enfoque unidimensional de la enfermedad, ya sea al construccionista social o a la perspectiva más convencional de orientación política y científica. Lo cierto es que tenemos que esas fuerzas sociales, científicas y políticas, han construido mal el aparecimiento y evolución de la COVID-19. Si resumimos el enfoque que cada uno de esos sectores le ha dado hasta la fecha, todos encajan perfectamente en un modelo de enfermedad unidimensionalmente reduccionista y biológicamente mal concebida. Es eso lo que dificulta su atención adecuada en parte y una comprensión y participación más precisa de la población.

El COVID-19 difícilmente puede descartarse como un ejercicio de culpar a las víctimas, incluso si es una ocasión para ello tal y como lo han hecho políticos, incluso científicos públicamente (“contaminados responsables de…. Médicos y enfermeras responsables de….). No como simple texto de palabras dispuestas para reflejar y legitimar las relaciones y percepciones sociales particulares sino para culpar. Por otro lado, esos argumentos y similares, lo que tratan de ignorar es que los fenómenos biopatológicos se enmarcan y filtran a través de comportamientos sociales y políticos y son estos los que potencian en buena parte el comportamiento biopatológico y del virus también.

Por supuesto, muchos guatemaltecos y ciudadanos del mundo dejan de cumplir con las normas de control, sucumbiendo ante el argumento de la medicalización y especialmente a “ya viene la vacuna”. Mientras que otros siempre consideraron las afirmaciones sociales de la medicina de que es una enfermedad grave con escepticismo, incluso cuestionando en base a ideología la legitimidad de lo científico y de las enfermedades. Vivimos en una sociedad fragmentada, y ni siquiera al antropólogo cultural más miope, le resultaría fácil imponer una visión cultural perfectamente coherente y unificada sobre esta enfermedad, dado lo diverso de individuos y grupos que habitan los territorios nacionales.

Sin embargo, lo que si hemos visto en la actual situación es que la COVID-19 nos ha recordado que todos compartimos al menos algunos miedos comunes y formas de responder a la crisis social y el eslabón que nos une en ello es lo económico. La angustia económica ha desviado en la mayoría de casos la buena atención a la pandemia y creado una falsa esperanza al respecto. Muchos «Se imaginaban libres», como escribió Camus en “la peste” sobre los ciudadanos de Orán, y otros basan su irresponsabilidad de cumplimiento en que “pronto se tendrá la vacuna y cosa saldada”. De lo que hay menos acuerdo es de que mientras haya virus SARSCoV-2 » nadie será libre». Es muy similar lo que está ocurriendo en este momento en nuestro medio con el final de la narración que nos da el médico de Camus, incluso mientras escucha los gritos de alegría que saludan la apertura de la ciudad y la conclusión oficial de la epidemia»… que tal vez llegaría el día en que, para él la pesadumbre y la iluminación de los hombres, despertaría nuevamente a sus ratas y las enviaría a morir a una ciudad feliz».

La COVID-19 nos está recordando que los seres humanos no escaparán tan fácilmente de la inmanencia del daño biológico y la ansiedad de la indeterminación lo potencializa. Esta pandemia es un fenómeno que se tornará endémico luego de causar el actual daño, y un aspecto del significado fundamental de la epidemia, radica precisamente en que seamos capaces de ver que no se trata de un fenómeno biológico únicamente sino también social. El término pandemia, denota ya un proceso mundial que ya no solo es «prevalente entre una gente o una comunidad en un lugar especial y producido por algunas causas especiales y generalmente presente en la localidad afectada «; es algo que forma parte y cambia nuestro estilo y modo de vida. Y por otro lado, la mortalidad está integrada en nuestros cuerpos, en nuestros modos de comportamiento y en nuestro lugar en la ecología del planeta y viene más dictada por nuestro comportamiento que por el de la naturaleza. Al igual que otras epidemias, la COVID-19 ha servido para recordarnos, finalmente, estas realidades últimas. La existencia de este evento comunica con claridad, que en la humanidad existe en una intrincada red de relaciones biológicas, ambientales y sociales, con canales de comunicación bien desarrollados, que así como pueden favorecer el bien, pueden potencializar el mal y ninguna de esas fuerzas queda fuera de escenario, pues ello neutraliza lo bueno que se pueda tener en otras acciones.

La acción por consiguiente obliga no solo a la multi intervención sino a la consideración de modos y estilos de vida; implica una elección entre las opciones intelectuales e institucionales disponibles con énfasis en los grupos de mayor riesgo y daño. Los supuestos del poder del gobierno para hacer cumplir con una cuarentena verdaderamente nacional contra la amenaza del COVID-19, no era una opción real en solitario, la falta de previsión, nos comió como en el cuento de los cochinitos. Difícilmente se puede culpar a un solo sector. Culpables en un grado u otro somos todos. Incluso los científicos, con sus declaraciones aparentemente objetivas en sus especialidades, sin haber considerado sus argumentos y la funcionalidad de estos en los varios niveles simultáneamente. No es problema únicamente de inmunólogos emitir opinión pues esta es una descripción no exacta de la realidad, de lo que provoca virus-ambiente-sociedad, tal como ha ocurrido.

Pero para muchos hombres y mujeres comunes (y tal vez un buen número de médicos científicos también) el significado se encuentra en otro marco de referencia. La enfermedad en alguien, explica su predisposición a buscarla, su constitución y su falta con el cielo. El significado radica en el comportamiento incontrolado de todo ello y entonces “adecuadamente castigado”.

La creencia persistente del laico en el contagio a través del contacto casual a pesar de las palabras tranquilizadoras de la autoridad médica, recrea otro elemento tradicional en la historia de la enfermedad epidémica. La gente se aburre de hacer caso y busca ENCONTRAR la medicalización que evite el mal o lo amortigüe en base a experiencias, tomando y utilizando toda una serie de medicamentos como hace con otras enfermedades antes de aceptar riesgos o daños. Aunque puede parecer que el coronavirus apareció repentinamente como fenómeno biológico en la conciencia pública, su desarrollo ha sido conocido por sectores importantes de la población (los de la tercera edad) que se consideran extremadamente seguros de que es posible pasar el Rubicon sin ahogarse. Y, no hace falta decir y subrayar también, la preparación a menudo poco adecuada del personal médico para tratar enfermedades de aparición repentina.

La epidemia también ha ilustrado la poca integración geográfica de la sociedad. En un mismo espacio territorial, ha dejado en claro la pobreza que tenemos de promoción, prevención, acceso a curación. Nuestro hábito tradicional de ignorar en gran medida las condiciones de clase social es un lujo que ya no podemos permitirnos.

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