Alfonso Mata
¿Inmunidad comunitaria a la vista?
Un poco más de inmunidad de grupo de rebaño o comunitaria
Dicen los libros de medicina que la inmunidad colectiva es un elemento importante en el equilibrio entre la población anfitriona y el microorganismo, y representa el grado en que la comunidad es susceptible o no a una enfermedad infecciosa como resultado de que miembros de la población hayan adquirido inmunidad activa de infección o inmunización profiláctica. Lo que no argumentan mucho es sobre cómo se puede adquirir la misma, a través de una exposición violenta vacunal o no vacunal o de un proceso de distanciamiento social, forma más lenta de lograrlo pero más segura en cuanto a morbi y mortalidad (excepto en caso de vacunación pronta al inicio de la epidemia).
Ya hablamos de la inmunidad colectiva en el primer artículo de esta serie, acá hablaremos de alguno de sus aspectos de uso.
Por qué se vuelve necesaria la inmunidad de grupo
La mayoría por no decir la totalidad de la población no es inmune a la COVID-19, enfermedad infecciosa provocada por el SARSCoV-2. Si todos nos expusiéramos a los sujetos que ya están contaminados luego de levantada la cuarentena, esto proporcionaría protección indirecta, o inmunidad de rebaño (también llamada protección colectiva), a aquellos que no son inmunes a la enfermedad. Al cabo de un tiempo, meses, se esperaría, por ejemplo, si el 80% de una población es inmune al SARSCoV-2, que cuatro de cada cinco personas que se encuentran con alguien con la enfermedad no se enfermarán (y no la propagarán más). De esta manera su propagación se mantendría bajo control. Pero eso en el mejor de los casos para el próximo año. Pero dado las características del virus como su letalidad y las complicaciones que da, si de sopetón todos nos contaminamos, los casos de COVID-19 abrumarían nuestros hospitales y conduciría a altas tasas de mortalidad.
Entonces se vuelve evidente que si una infección persiste, cada individuo infectado debe, en promedio, transmitir el agente al menos a otro individuo. Si no, la incidencia disminuirá y la infección desaparecerá progresivamente de la población. El número, o distribución, de transmisiones reales por caso describe la propagación de una infección en una población, y eso depende de cuatro cosas: 1. la duración de la infecciosidad; 2. la probabilidad de transmisión por «contacto» entre individuos infecciosos y susceptibles; 3. la tasa y el patrón de contacto entre los miembros de la población anfitriona; y 4. la proporción susceptible en la población huésped. Su valor bajo cualquier conjunto de circunstancias se conoce como el número de reproducción de la infección, por analogía con las medidas demográficas estándar (el número promedio de progenie por individuo por generación). Este número promedio de transmisiones reales debe ser máximo si todos los miembros de la población anfitriona son susceptibles, en cuyo caso se conoce como número de reproducción básico (R=0), definido formalmente como el número promedio de transmisiones esperadas de un solo caso primario introducido en una población totalmente susceptible. Si los individuos inmunes están presentes en una población, algunos de los contactos de individuos infecciosos estarán con estas personas inmunes y, por lo tanto, no conducirán a la transmisión. Como resultado, el número promedio de transmisiones de infección real por caso será menor que el número de reproducción del caso básico, y esto se ha definido como el número de reproducción neto, real o efectivo (Rn). Según eso, si la proporción susceptible (S) fuera igual al recíproco del número de reproducción básico de la infección (1/R0), el número promedio de transmisiones por caso (Rn) debería ser 1, y por lo tanto la incidencia debería permanecer constante en el tiempo. Esto, nos lleva directamente al umbral de inmunidad del rebaño (H). Mientras la proporción inmune se mantenga por encima de este umbral, la incidencia debería disminuir, en última instancia, hasta el punto de erradicar la infección de la población. Pero la verdad es que en ningún lugar la inmunidad colectiva nos salvará de la pandemia de COVID-19.
¿Por qué no es una buena idea infectarse con SARS-CoV-2 para «acabar de una vez»?
Con algunas enfermedades como el sarampión o la varicela, antes de que se desarrollara la vacuna contra ellas, las personas a veces se exponían intencionalmente como una forma de lograr la inmunidad. Incluso la mayoría de la población sobre los 65 años actual recordará la estrategia de los padres que cuando uno de los hijos se infectaba de sarampión se ponían en contacto al resto de hijos para que a todos les diera de una vez. Pero eso funciona para enfermedades menos letales como era el sarampión en niños bien nutridos; ese enfoque era razonable. Pero la situación del SARS-CoV-2 es muy diferente: COVID-19 conlleva un riesgo mucho mayor de enfermedad grave e incluso de muerte.
La tasa de mortalidad de COVID-19 es desconocida. Los datos actuales sugieren que es 10 veces mayor que para la gripe. Es aún mayor entre los grupos vulnerables como los ancianos y las personas con sistemas inmunes debilitados como lo puede ser la población de desnutridos de la que tenemos una endemia nacional desde hace décadas. Incluso si la misma cantidad de personas finalmente se infecta con SARS-CoV-2, es mejor espaciar esas infecciones con el tiempo para evitar abrumar a nuestros médicos y hospitales como ya hemos dicho. En cosas de salud, más rápido no siempre es mejor, como hemos visto en epidemias anteriores con altas tasas de mortalidad, como la de desnutrición estacional, disenterías de diferentes etiologías, VIH/SIDA.
Qué ha hecho el Estado hasta ahora
Ha venido siendo política de Estado, mantener los niveles actuales de infección, o incluso reducir estos niveles hasta que una vacuna esté disponible o un tratamiento. Esto demanda de un esfuerzo concertado por parte de toda la población, con cierto nivel de distanciamiento físico continuo durante un período prolongado, probablemente un año o más, antes de que se pueda desarrollar, probar y producir en masa, una vacuna altamente efectiva. Se viene diciendo en el mundo y en un lugar como nuestra patria, que eso se vuelve imposible por la pobreza en que vive más del 60% de la población.
Por consiguiente, podría y debería de irse pensando en la probabilidad de algún punto intermedio, donde las tasas de infección aumentan y disminuyen con el tiempo en proporciones aceptables; podemos relajar las medidas de distanciamiento social cuando disminuye el número de infecciones, y luego es posible que tengamos que volver a implementar estas medidas, a medida que aumenta el número nuevamente. Se requeriría de un esfuerzo prolongado para prevenir brotes importantes hasta que se desarrolle una vacuna. Pero tenemos que estar conscientes como población y Estado que incluso entonces, el SARS-CoV-2 podría infectar a los niños antes de que puedan ser vacunados o a los adultos después de que su inmunidad disminuya. Pero si esa combinación se sabe manejar por Estado y población, es poco probable a largo plazo, tener la propagación explosiva que estamos viendo en este momento en otros países y poco a poco gran parte de la población sería inmune en el futuro.
¿Qué debemos esperar en los próximos meses?
Los científicos están trabajando furiosamente para desarrollar una vacuna efectiva. Mientras tanto, como la mayoría de la población sigue sin estar infectada con el SARS-CoV-2, se requerirán algunas medidas para prevenir brotes explosivos como los que hemos visto en lugares como la ciudad de Nueva York, Brasil. Las medidas de distanciamiento físico necesarias pueden variar con el tiempo y no siempre tendrán que ser tan estrictas. Pero a menos que queramos que cientos de miles de guatemaltecos hasta llegar a millones se infecten con el SARS-CoV-2 (lo que se necesitaría para establecer la inmunidad colectiva en este país), no es probable que la vida vuelva a ser completamente «normal» hasta que se pueda desarrollar una vacuna y ampliamente distribuida y es muy posible que una buena cantidad de personas de la tercera de edad muera por miles.