Gustavo Morales
El fallecimiento de un familiar, independiente de la forma en que se dé, es difícil de aceptar y racionalizar. No es lo mismo escuchar: “fue accidente y no sintió nada” a luego de una larga enfermedad oír: “Dejó de sufrir”. Los dos razonamientos se encapsulan emocionalmente diferente. En el primer caso, la noticia es sorpresiva y el impacto devastador. En el segundo, la enfermedad ha dado tiempo a reflexionar y racionalizar y, de alguna manera, se está preparado, para el desenlace fatal.
En el primer caso, la tragedia, traslada en espacio y tiempo fuera de la realidad e inunda de mucho dolor, tristeza y desconsuelo el fatal suceso (sin límite de tiempo). En el segundo, del que hablamos aquí, del cáncer, la pérdida no es súbita ni impactante, la racionalización a lo largo de la enfermedad, propicia la resignación, pero no salva del dolor y tristeza que conlleva la muerte.
La verdad es que toda pérdida de un ser querido es dolorosa, cuesta mucho recuperarse y nunca se está preparado para enfrentar el momento que se da, y “aunque la mente la racionalice, el corazón con su amor no puede hacerlo”. En la familia, siempre alguien o varios, se hacen los fuertes, porque deben tomar la iniciativa de dirigir el fatal acontecimiento y organizar y decidir lo que hay que hacer. Esa fuerza demostrada ante los demás, en las noches cuando se consulta con la almohada, se pierde y salen a relucir los sentimientos no demostrados el día de la tragedia. Pero en los días subsiguientes al entierro, afloran sentimientos de forma no controlada en todos, llenando ese vacío, de pesar y tristeza. Tal situación, se ve acompañada de incertidumbre de no saber cuándo finalizará. Los sentimientos producto del duelo, tarde o temprano, se racionalizan o se bloquean mentalmente y pasan, pero el vacío emocional y sentimental que deja la pérdida, nunca se llena, porque los recuerdos y el amor no se olvidan y aparecen una y otra vez.
Los impactos sentidos con la pérdida del familiar, se viven y sufren día a día por los deudos. Desde alteraciones en dormir, comer, rendir en el trabajo y el estudio, hasta afectaciones de tipo físico, emocional y espiritual. No se debe olvidar, que ello genera repercusiones en las relaciones, el comportamiento y la economía familiar y en algunos de sus miembros, situaciones de desatención, ensimismamiento, soledad, cólera, búsqueda de culpabilidad, depresión, temores, abandono personal, nerviosismo y comportamientos muchas veces antisociales.
Decir y aconsejar aunque fácil, logra pocos cambios en todos los familiares. Impactos y conductas anteriores, influyen en el ser y qué hacer inmediato y futuro de cada uno y aunque los sentimientos de dolor, congoja y tristeza sean comunes a todos, cada uno los siente de modo particular y así los refleja posterior a la pérdida. Es común que algunos miembros de la familia, presenten insomnio, pesadillas, sueño irregular, que los hace levantarse irritados y cansados, influyendo en sus actividades del día, viviéndolas “de mala gana”. Otro aspecto que se observa en forma inmediata es la falta de apetito, que puede durar días o semanas. Entre el mal dormir y el mal comer, más la carga emocional que se vive, es obvio que la vida diaria se ve seriamente afectada: trabajo, estudio, recreación, no motivan y si se ejecutan, se hacen con claros períodos de falta de atención y concentración, que inciden en forma negativa en desempeño. La familia entra en cierta disfuncionalidad social y psicológica, según se afectan las personalidades y se rompen comportamientos.
Los impactos emocionales y de conducta señalados, por lo regular no inician a la muerte del ser querido, vienen de ver sufrir y generan cambios de conducta. Al morir el sufriente, tal vez la primera manifestación en aparecer es el llanto incontrolable y posterior cuando se le asocia a algo o alguien que recuerda al fallecido, nuevamente aparece el llanto por períodos variables de tiempo, eso es sano. Pero lo más grave, es el aparecimiento de manifestaciones de histeria, que conforme pasa el tiempo, se van controlando con la ayuda del resto de la familia.
A nivel espiritual, pueden aparecer antes y durante el shock vivido, algunos cuestionamientos de fe y consuelo en creencias religiosas. La pregunta e interrogante que se hace el familiar afectado es: porqué si era tan buena, muy religiosa, no hacia el mal a nadie, etc. Esas cortas crisis de fe, con el paso del tiempo se racionalizan y nuevamente se encauza la persona a su religión, que luego le sirve de asidero espiritual, para superar el problema inicial y a la vez reafirma sus creencias, incluso con más fe que antes. Muchas religiones profesan un “estar bien y en paz” en el más allá, razón por la cual la familia creyente se resigna y aprende a vivir con tranquilidad, a sabiendas que estará mejor que los que se quedaron. Pero también puede suceder lo contrario y producirse el drama.
En algunas ocasiones después del fallecimiento, se puede dar algún grado de “somatización” de los problemas emocionales ligados a la pérdida, reflejando de esa manera, a nivel corporal, lo que la mente siente: cefaleas, entumecimiento de extremidades, infecciones, problemas de sensibilidad nerviosa y del habla, hasta pasajeras parálisis de miembros inferiores, que impiden caminar. “La mente domina al cuerpo”.
Las repercusiones familiares, pueden aparecer a los pocos días. Algunas veces, prácticamente no se quiere ver a nadie, razón por la que no sale de casa. La interacción social se va mejorando, en tanto la recuperación basada en la racionalización se va aceptando. El tiempo de esta recuperación es variable y dependiente de la cercanía amorosa y sentimental con el difunto, y de la personalidad del sufriente.
Hay que mencionar que todos los impactos descritos, sus reacciones individualizadas, son susceptibles de mejorar y desaparecer en forma natural en el corto y mediano plazo, sin ayuda o poca de tipo profesional. Pero un estado conflictivo familiar y de mal duelo, no debe dejarse al tiempo y lo más prudente es consultar con especialista profesional, para su tratamiento y recuperación.
Un impacto familiar pos muerte muy sensible, que alimenta la disfunción social de los miembros de una familia, con saldo negativo, tiene que ver con dinero y con repartición de bienes. Los gastos efectuados en el diagnóstico, la curación y rehabilitación, afectan seriamente el patrimonio de la familia y pueden llevarla a la quiebra. Las enfermedades crónicas tipo cáncer –como el cáncer de mama- desde el principio del problema, cuando se hace el diagnóstico, provoca un largo camino de gastos, molestias y limitaciones para la madre, hija o hermana que lo padezca. A la par de cada consulta médica, que son muchas, se hacen múltiples exámenes de laboratorio, tratamientos de quimioterapia, intervenciones quirúrgicas (mastectomía) sesiones de radio terapia, tratamientos de sostén y muchas medicinas de mantenimiento y cura de efectos colaterales. También se debe considerar que en transcurso de la enfermedad aparentemente controlada, pueden presentarse recaídas que llevan a nuevos tratamientos onerosos a lo que se suma que si la mujer trabaja, hay pérdida de ingresos.
En cáncer, al hacer las cuentas de lo gastado, las cifras se miden en más de cuatro ceros a la derecha. Realmente son cifras demasiado elevadas para una familia clase media alta, y no se diga, de las que están por debajo de ellas. Los esfuerzos indecibles que se hacen para conseguir el dinero, son numerosos y casi siempre se adquieren deudas difíciles de pagar o se vende patrimonio material, difícil de recuperar. Dependiendo del grado de avance del cáncer y del acceso monetario, así son las expectativas de vida de la enferma y las angustias en que incurre el paciente y los familiares. Si bien es cierto que muchas familias quedan en muy precaria situación económica luego del fallecimiento, les queda la gran satisfacción de haber ayudado y colaborado hasta el momento final con su ser querido, con la convicción que valió la pena el esfuerzo.
Lo cierto es que el trauma individual y familiar luego del fallecimiento, afecta tanto lo material como lo espiritual y emocional de los deudos, las excepciones a la regla, son muy escasas.
Las repercusiones familiares, pueden aparecer a los pocos días. Algunas veces, prácticamente no se quiere ver a nadie, razón por la que no sale de casa. La interacción social se va mejorando, en tanto la recuperación basada en la racionalización se va aceptando.