Fue mejor que primero le hablara de mi enfermedad para que usted entienda mejor mi caminar por la vida

Mi niñez

Mi padre era policía de Hacienda y cuando yo nací él no estaba, andaba por las montañas de San Marcos persiguiendo contrabandistas y como mi madre biológica también tenía trastorno bipolar y tuvo una recaída se la llevaron a Guatemala, como mi padre no se apareció, fui colocada en un orfanato y luego adoptada. Tus ojitos celestiales vendieron –me decía mi familia adoptiva.

Cuando llegué a mis nuevos padres tenía un año. Yo era su única hija. Ellos no me dijeron que fui adoptada y cuando tenía nueve, me lo dijo un compañero que era sobrino de ellos y fue un shock para mí y entonces tuve algunos pensamientos aterradores después de eso, y probablemente también estaba ya mal. Poco a poco, fui estando más distraída y preocupada, no ponía atención y todo me aterraba y recuerdo que en ese entonces y durante un tiempo, me dieron medicamentos contra la ansiedad. Ahora pienso que también estuve deprimida durante ese tiempo.

Hasta muchísimos años después, mi madre me fue franca y averigüé más sobre mis primeros años. Estuve en casa con ellos hasta que empezó la escuela. Era tu carácter un poco extraño, pero nada malo –me contaba mi madre; eras una niña intensa y temperamental. También era social y tenía muchas amigas y madreaba a todo el mundo y era un poco rebelde, a tal punto que mis padres temían cómo sería en la adolescencia. Me fue bien en la escuela, yo era ambiciosa. Lo di por sentado que tal vez era un poco arrogante como solían creer todos. Que alguien fuera mejor que yo me derribaba y antes me irritaba, me desconsolaba y dejaba por un tiempo de hacer bien las cosas. Eso continuó a lo largo de mi tiempo en la escuela primaria.

 

Adolescencia

La primera vez que tuve la primera crisis fue a los 16 años y en ese entonces me exigía mucho en la escuela. Me sentaba demasiado tiempo en las noches y estudiaba. Estaba enamorada, quería conocer a mi familia biológica y me estaba liberando de mis padres.

El conocer las condiciones en que vivían mis abuelos, tíos, primos y hermanos, mi familia biológica, me dolió muchísimo. Mi madre se había perdido o murió, dizque en el llamado San Vicente; mi padre se fue saber dónde; mis hermanos, dos estaban presos y hubo muchos conflictos y varias cosas que me tocaron emocionalmente por todo ello. Por ese entonces, estuve ingresada en el hospital de Jalapa durante casi ocho días, pero no obtuve un diagnóstico y no creo que me dieran ningún medicamento en ese momento. No dormía en las noches, temerosa de que mis padres adoptivos me iban a abandonar. Cuando comencé la escuela secundaria, elegí una línea práctica: secretaria. Me había esforzado demasiado antes y no me sentía bien. A la mitad abandoné y me dije que ganar dinero sería lo mejor y fue entonces que me formé como auxiliar de enfermería y comencé a trabajar en el cuidado de la salud cuando tenía dieciocho años y lo he disfrutado mucho, sobre todo, el contacto con los pacientes. Ayudarlos y apoyarlos para encontrar formas de lidiar con las dificultades y resolver problemas, creo que fue la mejor medicina para mí y toda la vida me he sentido bien por eso.

Durante esos años de estudio, peleaba día y noche con mi mamá, a tal punto que me mudé de casa por ahí de los 18. Me fui a Guatemala un par de meses a ayudar a una campaña de vacunación con otras compañeras y tuve un mi seminovio que me traumó. Más tarde, de regreso a Jalapa, no tenía trabajo, se terminaron mis ahorros y fui hospitalizada y recibí mi diagnóstico. Incluso entonces, hubo eventos que me tocaron fuerte y emocionalmente. Amar de nuevo: de nuevo conflicto. Mis padres me llevaron al hospital. Afortunadamente el director del hospital era amigo de mi padre adoptivo y me dieron turnos y luego plaza, pero entonces preferí mi traslado a un puesto de salud, era menos estresante.

Mi vida adulta

Cuando tenía veintitrés años, estando ya en la aldea: otro amor. Viví un par de años una relación emocionalmente cargada, que se volvió destructiva y me sentí muy mal. Perdí mucho peso y la autoestima por completo. Fui readmitida esta vez en el IGGS, mi peor recaída. En realidad, estaba deprimida, pero era como si mi cerebro cambiara todo y me volví maniática y psicótica. Ser psicótico es perder el contacto con la realidad y pensar y percibir el mundo que nos rodea de una manera diferente. Peor la fui pasando en ese tiempo y gracias al trabajo, me había desligado de mis padres adoptivos y la señora que me alquilaba era rebuena conmigo y su hijo mi ángel guardián, tan cercano a mí, tan paciente que cuando tuve veintiséis años tuve a mi primer hijo de él, me enfermé al mes. Fue durante mi embarazo, casi al final que supe la historia de mi madre biológica. Yo me enfermé al mes de nacido mi hijo y los médicos dijeron que era provocado por las hormonas, la lactancia materna y la falta de sueño. Estuve hospitalizada durante un mes. Mi esposo cuidó al hijo durante ese tiempo. La segunda vez que tuve un bebé, tuve un buen médico que realmente quería ayudarme. Cuando mi embarazo tenía un mes, comencé a relajarme, pero por el contacto cercano con el médico, pude comenzar a tomar medicamentos a tiempo para descansar: pude parar antes de enfermarme más. Luego comencé a tener la llamada percepción de la enfermedad y tanto mi esposo como yo, notamos que cuando se venía una crisis, hablaba más y más rápido y que estaba inquieta. No tuve que ser hospitalizada y pude estar en casa con mi pequeña familia.

El siguiente cuadro severo me llegó cuando tenía 42 años. Ese ataque se desencadenó por el mal uso de un medicamento y también se debió a la mala comunicación entre yo y el médico que tenía entonces. Es extremadamente importante que uno tenga un buen contacto con su médico. Me dieron medicamentos que no encajaban. Habían pasado entonces varios años desde que fui admitida por última vez. ¡Estuve de baja por enfermedad durante años! Esta vez, afortunadamente mi esposo ya ganaba bien y yo me dedicaba a mis hijos y ocasionalmente cubría vacaciones de alguna auxiliar de un puesto de salud cercano, eso me relajaba un poco y fue un período terriblemente duro. –Pareces vidrio me decía mi hija, con nadita te resquebrajas y yo luchaba por no hacerlo. Entonces se me ocurrió una intentona: unirme a los Alcohólicos Anónimos. No lo va a creer, era la única mujer en un grupo de anti y de alcohólicos y mi relación emocional apoyo etc., fue espectacular ¡Me ayudó un montón! Ese tratamiento afectivo y de apoyo me sirvió para aprender signos tempranos, estrategias, diagnósticos. Alguien añadió al menú relajación y entrenamiento de fuerza.

Lenta pero segura, paso a paso volví a la vida otra vez. El trabajo me devolvió las rutinas cotidianas. Trabajar o tener una actividad recurrente significativa con otros, también significa mucho. Es fácil aislarse, entonces usted necesita dar la vuelta al reloj y crear nuevas horas, esto es difícil pero necesario.

 

Lecciones aprendidas

Lo que aprendí es que es muy importante dormir bien. De lo contrario, existe el riesgo de que me canse y esto a su vez puede hacer que me enferme de nuevo. Tengo pastillas para dormir en casa, para tomar cuando sea necesario, en caso de que no duerma una noche. Para mí, es obvio tomar medicamentos estabilizadores del estado de ánimo. No quiero arriesgarme a enfermarme.

Sé lo importante que es llevar una buena y variada alimentación y desayunar, almorzar y cenar, para mantener los niveles de azúcar en la sangre y la energía en el equilibrio adecuado. El ejercicio alivia el estrés y tiene un efecto positivo en todo el cuerpo. Cuerpo y alma van juntos. Cuidar sus relaciones, mantenerse en contacto con los demás significa mucho; en eso, ha sido valioso para mí conocer a otros. Compartir experiencias con alguien que ha pasado por algo similar puede significar mucho. Creo que ha sido importante que me haya atrevido a abrirme en AA. Es bueno si te atreves a ser abierta y hablar sobre cómo piensas y sientes, para obtener la mejor ayuda posible.

Hoy casi no tengo contacto con la psiquiatría. Es sobre todo para renovar recetas. Hay diferentes tipos de medicamentos, y es el individual el que funciona mejor. Si el medicamento que le dan no parece funcionar, hable con su médico y claro. Luego hay otras variedades que puedes probar. Sin embargo, la lección más importante es que nunca debes rendirte. No importa lo difícil que parezca en la vida, es posible convertirlo en algo positivo al final. Un paso a la vez. Atrévete a ser abierta y aceptar la ayuda de los demás.

Hoy puedo pensar que todo lo que ha sido duro, todas las experiencias negativas se han convertido en algo positivo. He aprendido mucho, tanto sobre mí como sobre los demás. He crecido gracias a mi experiencia. También es una parte muy importante para mí que ya no me avergüenzo de mi diagnóstico. No soy ni mejor ni peor que nadie. Soy quien soy, y tengo mucho de lo que estar agradecida y orgullosa.

¿Tienes hijos? No hablé con los niños sobre mi diagnóstico cuando eran pequeños. Yo no creí estar enferma entonces. Cuando tenían diez y catorce años, les dije que no podía dormir y que necesitaba medicamentos. Entonces pude decir cómo me sentía. Mi hija no pensó que estaba enferma, más bien pensó que estaba triste.

Cuando estaba deprimida, podía dormir hasta las tres de la tarde cuando los niños llegaban de la escuela. Luego volvía a acostarme a las siete y a veces dormía hasta las tres de la tarde siguiente. Los niños no me veían mucho. Por lo general, yo estaba involucrada en todo y hablaba y preguntaba cómo estaban. Por lo demás, era creativa y activa con los niños, así que, por supuesto, marcó la diferencia. Durante un tiempo fui ingeniosa y tal vez molesta. Entonces me sentí bien al hablar con mi hijo. Estaba tan tranquilo y podía escuchar tan bien. Ahora son adultos y podemos hablar abiertamente sobre lo que significa mi diagnóstico.

En una ocasión, cuando comencé a sentirme mejor nuevamente, me senté con los niños en la mesa de la cocina y desayuné con velas encendidas. Mi hijo dijo: Oh, ¡qué acogedor que nos sentemos aquí y desayunemos juntos! Me conmovió mucho y lloré cuando los niños se fueron a la escuela y entonces me prometí que siempre iba a celebrar con algo mi recuperación. Cuando me enfermé la siguiente vez, les dije a los niños que podían acudir al consejero o al psicólogo de la escuela si pensaban que algo andaba mal conmigo. Si querían hablar con alguien más al respecto. Tenía claro que estaría bien que hablaran de mí. Debería de haber lugares para niños que tienen padres con diferentes problemas de la cabeza, ellos también sufren y se pueden enfermar.

Nota:

Estimado Lector: En aras de proteger la integridad de la paciente, a sus médicos y personal tratante, se omiten nombres verdaderos en el presente artículo.

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