Un panorama
La relación competencia salud se da a través de la interacción. Una sociedad competitiva, produce consecuencias culturales y estructurales, que afectan no solo la salud sino el sistema de salud.
Si a los comerciantes, industriales, educadores, salubristas, se les pidiera un enfoque político que favoreciera su quehacer, probablemente brotaría de ellos un “Necesitamos más competencia”, dejando claro con ello, un esclarecimiento de políticas económicas y sociales dirigido a eso. Y muchos esperarían, que introducir o fortalecer la competencia, resolvería los problemas de salud y del sistema de salud, las de las escuelas y universidades, los del trasporte y de los mercados, los de los proveedores de electricidad y servicios, y las agencias de empleo, incluso los sistemas de jubilaciones. Es por eso que todas las energías y todos los recursos individuales y colectivos, nacionales o privados, ahora se invierten en su conjunto, para promover la competitividad política, económica, científica, deportiva, militar, incluso artística, de instituciones estatales, empresas, colegios, universidades, hospitales, ciudades, regiones y todo el país con lo que el concepto y trasformación del proceso salud-enfermedad se modifica.
Desde hace un tiempo, este esfuerzo por mantener o incrementar la competitividad, se ha extendido a la forma en que los sujetos conducen y planifican su vida. La gente ahora, también están constantemente preocupados por sus posibilidades de éxito en las áreas de la economía, las emociones, las redes sociales, la sexualidad, el cuerpo o el intelecto y a eso colectivamente se denomina “mejora del entorno económico”. Todo eso toma la forma en la vida de los individuos, de una lucha por el mantenimiento del valor personal y el objetivo del sistema de salud, se centra en la enfermedad y la medicalización.
Estando, así las cosas, dentro del escenario de la vida del individuo y de la nación guatemalteca, ser actor individual o colectivo, se ha tornado en ser rivales y en esto también se están invirtiendo cada vez más recursos y energía material y humana, para aumentar una competitividad desleal en todo sentido. La competencia se revela así, como un juego con desventajas para una mayoría, a pesar de las crecientes apuestas de los jugadores. Entonces la situación se torna en un preguntarse si ¿Realmente necesitamos más competencia de este tipo?
De tal forma que la transformación del modo de asignación de recursos, bienes, posiciones, privilegios y estima social, se ha vuelto de urgencia para pasar de una sociedad inequitativa e injusta en que actualmente vivimos a una democrática. Pasar de un régimen cada vez más carente de valores, comandado por la competencia desleal, a una competencia justa y equitativa. Lo que sí es un hecho es que, dentro del concepto de sociedad moderna, muchos entienden una sociedad competitiva, como una forma de organizar en casi todas las grandes esferas sociales, un hacer y conducirse de forma individual, a expensas de lo que dictan mis deseos y costumbres, en que consciente e inconscientemente lo justo y legal, es para los demás y no necesariamente para mí, lo que crea un vacío funcional de la población, que no favorece la salud mental, emocional y física.
Inevitablemente, el objetivo de producir y mantener la propia competitividad para uno, termina por tornarse hegemónico e imponerse a todos los individuos y colectivos, sobresaliendo entonces a favor la economización, la racionalización, la diferenciación, la individualización, la burocratización o incluso la legalización, en todos los aspectos de la vida ciudadana y de la nación, llevando eso a propiciar y a resaltar de forma indebida, una competencia en lo político y social que cae en un: “todo vale”. De tal manera que el principio teórico de la competencia, puesto originalmente en poner el énfasis sobre todo en la elección de los bienes, es decir, ante todo en los productos y sus compradores y establecer alrededor de ello el mercado, a saber: la competencia entre los actores de la producción y la oferta, ha sido colocada recientemente ya no en el centro del hacer competitivo, sino en el ingeniarse ser proveedor a costa de incluso lo ilícito, como fundamento.
Entonces, las consecuencias de la organización competitiva, sobre las posibilidades de alcanzar los objetivos de la acción social, sobre los modos de interacción social, sobre los tipos de identidad y sobre las estrategias de acción, tiene un tremendo impacto en campos como la educación y la salud, desfavoreciendo y poniendo en segundo plano a muchos y propiciando alteraciones orgánicas y psíquicas de todo tipo.
Los fundamentos de la competencia en nuestro medio.
La comparación con los demás (el sistema de salud público versus el privado; la forma de ejercer la profesión y atender a las personas) y la esperanza de aparecer, al final de esa comparación, como los mejores, podría figurarle a muchos que es una característica esencial del ser humano. En realidad, como ya lo externó el filósofo, G. Simmel, es la «competencia por un tercero», donde se trata de pelear con un competidor, para obtener sus bienes o privilegios. Pero de eso a la realidad hay un obstáculo, eso se hace en nuestra realidad nacional, no a través de actuaciones y éxitos y merecimientos propios justos y honesto, sino de privilegios y prerrogativas y esto parece ser una especificidad del humano actual, que por supuesto no tiene equivalente en el mundo animal.
Sin embargo, no cabe duda de que el alcance, los objetivos y las consecuencias de tales comparaciones, varían considerablemente a lo largo de la historia, la cultura y los regímenes políticos: las sociedades pueden organizarse de tal manera que frenen socialmente el impulso competitivo de las personas, su ambición de ascender a toda costa y daño; pero también pueden buscar establecer una auténtica “competencia social”, de tal manera que se pueda usar eso, como impulso o motor central de producción y reproducción justa y equitativa de la sociedad en lugar de un sistema feudal de competencia, generador de la enfermedad como producto social. Lamentablemente dentro de los regímenes políticos actuales, esa posibilidad de cambio no existe en estos momentos. Desde hace varias generaciones, las posiciones sociales, el respeto, las posesiones materiales y, en última instancia, las opciones de vida posibles, se asignan no a través de la competencia, el esfuerzo por realizar mejor diversas prácticas o actividades sociales (es decir, para lograr el estándar de excelencia) sino de acceso al poder ilícito, como medio de llegar a la riqueza siendo este el principal fin. La competencia no se transforma en una preocupación por ser mejores que sus competidores o, en su defecto, por parecerlo, sino por dominar ilícita e injustamente la competencia.
Las limitantes
Pero esto no siempre ha sido así. Como indicó el sociólogo Talcott Parsons, ha existido una modificación de los patrones de las variables sociales, un paso de la sociedad tradicional a la modernidad, caracterizado precisamente por la transformación de los modos sociales de asignación: estos empezaron por ya no regirse por el principio de asignación autoritaria (ascription), sino a través de la idea de desempeño individual (logro) que se acompañaba de posiciones, recursos (ingresos), reputación y, por tanto, muchas opciones de acción y de vida ya no se distribuían según la tradición, la categoría social o las prescripciones derivadas de decisiones autoritarias, sino según la actuación individual de cada uno dentro de un (idealmente) competencia libre y leal. Este era el marco ideal de la competencia; pero durante el proceso de modernización, la competencia tanto libre (en el sentido de abierta a todos los miembros de la sociedad) como regulada que se esperaba fuera y se convirtiera en el modo de interacción dominante en las sociedades occidentales de forma cada vez más marcada, se fue desvirtuando y fue permitiendo un ejercicio de las funciones de coordinación de la acción y socialización cada vez menos atendido. Bajo ese marco, el principio de competencia suplanta en un número creciente de sectores de la vida social las otras modalidades de asignación: la asignación tradicional -corporativista; cooperación asociativa; regulación autoritaria y jerárquica; pero en la realidad, dio lugar a un nuevo conflicto sin reglas (antagónicos) para acceder a roles, recursos y privilegios a través de la injustica, la ambición, la fuerza, los privilegios.