El calendario de práctica social de la promoción
Apenas finalizamos nuestros estudios generales y principiamos la carrera de medicina propiamente dicha, recibimos el primer curso de medicina preventiva y social. Como ya narré antes, en ese curso, nos vimos expuestos a una práctica en la colonia la Florida de la ciudad de Guatemala; ejercicio que nos permitió pasar de la construcción de saberes, a la construcción de haceres y experiencias.
En el sexto año de la carrera, llevamos la cátedra de medicina preventiva y social, cuyos contenidos de epidemiología y la gerencia de la salud, nos fueron nuevos.
En el año 1971, para finalizar nuestro entrenamiento médico, como parte del internado rotatorio, realizamos el ejercicio profesional supervisado (EPS) dentro del programa PROSAC, en Chimaltenango. Su razón era múltiple y en parte obedecía a la necesidad que teníamos de incorporarnos y entender mejor el funcionamiento del MSPAS; de la necesidad de ampliar los espacios de práctica de los hospitales hacia los diferentes órganos del sistema de salud: centros, puestos de salud y comunidades y practicar los aspectos preventivos administrativos y sociales del sistema. No pasaba desapercibido entre nosotros, que el MSPAS era el principal empleador nacional.
De tal manera que el EPS, venía a ser el laboratorio de la medicina preventiva y de la epidemiología aprendida; de poner en práctica los conocimientos adquiridos y también un tiempo y espacio para comprender in situ, la naturaleza de los comportamientos específicos del nacimiento y desarrollo de las enfermedades y su evolución en los enfermos.
Fue un paso muy tímido, una migración de la seguridad hospitalaria, hacia el mundo del hábitat del enfermo y la enfermedad. Fue para muchos de nosotros, capitalinos de siempre, una experiencia impresionante, que nos brindó la oportunidad para cuestionarnos un futuro. Todavía resuenan en mi memoria, las palabras del Dr. Ángel, coordinador del PROSAC, cuando nos recibió en Chimaltenango para iniciar nuestro programa de EPS, junto con estudiantes de la escuela de enfermería, de nutrición, odontología y servicio social. A todos nos echó una perorata de la que recuerdo: “Nada más erróneo al inaugurar su práctica, muy superficial sería de su parte, que vengan a hablar de la ciencia como propiedad común de su ejercicio en y dentro cuatro paredes, pues en la vida real de las personas, no hay nada igualmente accesible a lo que vieron y vivieron en el hospital, ni deben hacer un trabajo comparativo. Los problemas de la salud, la atención a la enfermedad, no se presentan de la misma manera a todos los hombres y mujeres, grupos y condiciones. El indígena y el ladino ven, el mundo de la salud y la enfermedad, diferente al profesional y ustedes a ellos. Las condiciones en que trabajarán (aldeas, caseríos, municipios rurales) les impondrá realidades y obligaciones, que probablemente interfieran en gran medida con sus saberes y con los programas de vida profesional de ustedes; pero es a esa realidad que deberán penetrar. Siempre hay afán de ser útil cuando los conciudadanos están viviendo en condiciones pobres. Derramen sus capacidades sobre ellos, en bien de todos”. Muchas de esas advertencias se cumplieron.
Un día en el EPS
En el EPS, nuestra atención clínica a enfermos nos absorbía la mayoría del tiempo y nuestra dedicación iba dirigida especialmente a los programas materno infantiles. La pequeña salita de espera, en muchos casos un corredor, al igual que en el hospital, se llenaba rápidamente de enfermos de todo tipo, en busca de algún socorro a sus males. Muchos gravemente enfermos, se referían, pero no nos enterábamos a ciencia cierta, si iban o no a los hospitales, aunque sospechábamos que la mayoría no lo hacía.
A menudo terminada la consulta, las tardes y las noches, muchas veces las dedicábamos a la enseñanza a promotores, comadronas, escolares, padres y madres y en esas jornadas, solía participar parte o todo el equipo multidisciplinario. Sin horario solíamos visitar enfermos en sus hogares. Incluso, de repente entraba al consultorio nuestra compañera de trabajo social y nos llevaba a una aldea, a tratar a un paciente o un parto.
Éramos insensibles al cansancio, al sueño y hasta al hambre. Al igual que habíamos forzado en el hospital las fibras de nuestro cuerpo y nuestra mente al máximo, en la práctica rural hacíamos otro tanto y con más limitaciones, tratando de triunfar a toda costa y muchos, tan solo acompañados de nuestro cigarrillo, hasta volver familiares todas las afecciones del lugar. Y aunque la muerte no aplicaba su guadaña contra tantos, como en las salas del hospital, adquiría en la choza otro espectro y se alojaba en todos de otra manera, con más furor, dejando más heridas.
El enfermo también adquiría otra dimensión ante nuestros ojos, pues con la carencia de medios y muchas veces de gran gravedad el caso, a menudo no estábamos para impedir que se agravaran y no éramos más que albergue de dolor y sufrimiento ajeno y un poco de consuelo y nada más.
Una vez a la semana, los días lunes por la mañana, todos los equipos multidisciplinarios de los municipios, nos reuníamos en la cabecera municipal de Chimaltenango, sede del PROSAC, para compartir experiencias y hallazgos, planificar y chistar.
Qué nos dejó el EPS
No creo que esa práctica de dos meses, no haya dejado huella en toda la promoción e influido, en distinta proporción, en la dirección que luego tomó nuestra vida profesional, en algunos incluso tan alejada de esa realidad. Al final de nuestro acercamiento a las vivencias de esas pequeñas comunidades, creo que todos teníamos la sensación que el miedo, la rabia, el dolor y las punzadas de la muerte que habíamos visto en los enfermos hospitalarios, eran producto de un estilo de vida que propiciaba todo tipo de males y esa nueva apreciación de la salud y enfermedad, determinó en nosotros, diferentes rutas de acción en cómo lidiar con enfermedades y sus causas y con los enfermos. La enfermedad tiene y produce de todo, en un ser humano y genera múltiples consecuencias, así se hable de la misma enfermedad.
El hecho de que, en la práctica comunitaria, la mayoría de patologías estuviera asociada con infecciones respiratorias o digestivas, me llevó a un pensamiento que aún no resuelvo con toda la veracidad que necesita. La interacción inmunología, función metabólica, ambiente, personalidad. Esa duda nunca la he podido resolver del todo y así, muchos de nosotros, muchos compañeros de promoción, han de haber salido de aquella experiencia, con dudas sobre el proceso salud-enfermedad, que aún persisten en la actualidad.
El EPS fue una forma de aprendizaje qué nos amplió la realidad específica de lo que es la enfermedad y su evolución en el paciente y su medio y nos permitió analizar y completar los marcos teóricos aprendidos y tener mejores vivencias de las realidades limitantes de las personas, para mantener salud o adquirir enfermedad. De los factores sociales, políticos, económicos y culturales, que intervienen en ello.
Fue una experiencia que nos llevó a vivir en una cabecera municipal rural y dentro de una forma y estilo de vida, que no habíamos vivido y que nos permitió confrontar y analizar vivencias y conocimientos propios y ajenos; contrastarlos con realidades específicas y circunstancias. No es lo mismo observar, comparar, analizar y participar, que leer y memorizar. Vivir situaciones reales, que permitan o limitan un ejercicio médico, un saber sobre la promoción de salud o un vivir la vacunación, crecimiento y desarrollo del niño, control prenatal, citología vaginal, enfermedades venéreas, enfermedades crónicas, planificación familiar, higiene personal, educación sexual, tan diferente a la realidad de los libros de texto y enseñanzas hospitalarias.
De tal manera que no solo conocimos el marco conceptual de la Medicina preventiva y social y epidemiología, sino que pudimos aplicarlo y verlo funcionar dentro de una realidad social, a través de programas asistenciales y preventivos.
Cuando iniciamos el EPS en aquel 71, el campo de la planificación de salud era muy consciente de que existían grandes desigualdades básicas en los sistemas de prestación de servicios de salud. De hecho, Oscar Gish, de Michigan, en la OPS, ya había lanzado su sería advertencia que llamaba el «círculo vicioso» que hablaba del personal de salud en los países desarrollados. «…Primero, los médicos están capacitados de acuerdo con los ‘estándares’ extraídos de países con una base de recursos completamente diferente y, por lo tanto, con una capacidad diferente para utilizar tipos específicos de mano de obra. En segundo lugar, se intenta pagar a estos médicos de acuerdo con sus altos costos de capacitación y expectativas poco realistas; y, por último, se alienta la práctica privada como una medida para obtener ingresos adicionales y, al hacerlo, se socava todo el sector de la salud pública y, con él, la única posibilidad real de crear un sistema de atención de la salud adecuado, en un país en desarrollo...» LA OPS era consciente que el problema era no del médico que se formaba, sino del sistema de gobernabilidad de los países y de la poca importancia que se le daba a la salud.
Retomando la experiencia del PROSAC, en 1976, representantes de diferentes unidades académicas ante el Consejo Superior Universitario, plantearon la necesidad de retomar el proyecto de EPS multiprofesional, con enfoque económico y social, llamándolo UNADES y definiéndolo como Unidad Académica y de Desarrollo Económico Social de formación multiprofesional, en el grado más elevado de enseñanza, aprendizaje y procedimientos y se expandió a todo el país.
Actualmente, según el Diagnóstico de la Situación actual del EPS realizado por EPSUM en el 2015, se estima que el 80% de las unidades académicas, cuentan con una práctica supervisada a nivel pre-profesional.