Mi chucho murió de viejo y siempre lo vi corriendo y saltando alegre. Ahora los perros tienen enfermedades, mañas y temores parecidos a los nuestros.

20 millones de años, no es edad que reparemos que llevamos encima; pero como especie, por ahí le andamos. Si consideramos que las funciones básicas de nuestro cuerpo: nacer, crecer, reproducirnos, son de esa o más antigüedad, vale la pena considerar la evolución como determinante de lo que ahora somos. Llevamos más de seis millones de años caminando sobre dos piernas. Nuestra capacidad cerebral única, comenzó a desarrollarse hace cuatro millones de años. Los humanos como nosotros, existen desde hace más de 200,000 años.  Pero desde que nuestra especie entró en un mundo de alta tecnología y cambiamos por completo el estilo de vida y las relaciones humanas, solo han pasado un par de siglos. Entonces a lo que debemos poner atención es a ¿Cómo nos afecta realmente eso? Y para ello podemos partir de una simple pregunta: ¿Por qué los pueblos antiguos indígenas de todo el mundo -hasta hace muy poco bien estudiados pues ya no existen-, carecen de muchas de nuestras enfermedades, pero las contraen tan pronto como comienzan a adoptar nuestro estilo de vida occidental?  También vale encontrar respuesta a: ¿Qué le están haciendo los teléfonos móviles y las tabletas, al cerebro de nuestros hijos y nietos, a sus cuerpos, a sus manos? ¡Nos las hemos arreglado sin eso durante millones de años! Pero ¿Qué es lo que nos hace entrar en bronca con la naturaleza?

Durante miles de miles de años, fuimos convirtiéndonos en criaturas cada vez más extremadamente culturales; es decir, trasformando nuestra capacidad cerebral y creando un estilo de vida propio. Quizá la gente piense que todo lo que somos, nos viene de herencia desde nuestros orígenes como especie y que lo que ocurre hoy en día, es completamente irrelevante para nuestro cerebro y forma de ser; pero no ha sido así. Durante millones de años, hemos desarrollado instintos, sentimientos, pensamientos y necesidades, que nos han modificado en todo y muy pocos quieren creer que nuestro estilo de vida occidental, cada vez más urbanizado, cada vez más depredador de un ambiente natural, cada vez metiendo más moléculas y productos químicos desconocidos por la naturaleza en nuestra vida, produce una realidad: mucho de eso que hacemos y usamos, es directamente e indirectamente dañino para nosotros y nuestros hijos de varias maneras, generando desde una nueva genética, pasando a como se organizan y funcionan nuestras células, tejidos, órganos y todo nuestro cuerpo, hasta trasformar nuestro pensar, accionar y comportarnos.

Hace poco, se reunieron científicos de varias disciplinas. Discutieron todo lo arriba señalado y en ese debate, concluyeron que hay un gran peligro que necesita de atención: nuestros logros tecnológicos, eclipsan ya todo el conocimiento disponible sobre nuestra biología, nuestros genes y nuestras necesidades mentales y espirituales y señalaron que ignoramos, cómo el mundo tecnológico realmente afecta nuestro ser, comportamiento y forma de ser. Tenemos entonces dos frentes que atender: por un lado, la naturaleza (al afectarnos y afectarla) y por otro la tecnología, que hace lo mismo.

 

Una serie de puntos muertos, situados entre esos dos mundos, complican aún más la situación de entendernos a donde vamos y qué nos espera. Resaltan Ideologías y políticas en esos puntos muertos. Los resultados del producto ideológico y político, su problemática, sus consecuencias sobre nuestra naturaleza, como podría ser el caso de la destrucción de la amazonia, la de nuestras selvas peteneras, aún nos son desconocidas. Las consecuencias de la pobreza de todo tipo: producto de ideologías y políticas, tampoco las hemos dimensionado en su justa magnitud humana y natural. De cualquier forma, un éxito para unos (que se ha convertido en amasar, destruir, empoderarse) golpea a otros, incluyendo a la naturaleza, y nos está poniendo al borde de la tragedia humana incluso de su desaparición. Es inverosímil –creen algunos- que el ser mejor dotado de la naturaleza, su joya, sea a la vez el único que labra su destrucción a la par de su crecimiento, lo que afecta directamente nuestra evolución y la de la naturaleza, propiciando constantemente una falta de equilibrio, entre nuestros espacios corporales mentales y emocionales y alta frecuencia de lesiones de ellos y entre ellos.

Queda mucho por indagar: cosas sencillas y complejas, que determinan lo que surge de la relación de nuestra naturaleza, con nuestro estilo de vida y fijan lo que somos y seremos. Veamos un ejemplo: fisiológicamente está demostrado que, movimiento y configuración anatómica, se relacionan entre sí. Lo que huesos y músculos hacen o dejan de hacer, puede asociarse a enfermedades.  Analicemos eso con algo que hacemos todos: caminar.

Durante más de seis millones de años, desde nuestra evolución en África, hemos caminado sobre dos piernas. Durante la mayoría de ese tiempo, lo hemos hecho sin zapatos. Cuando las vacas de los primeros humanos emigraron al norte hacia climas más fríos, hace 40,000 años, lo que importaba en el frío, eran los suaves mocasines de diferentes pieles, para calentar los pies. Fue solo durante la Edad Media y los crecientes entornos urbanos, que comenzamos a usar zapatos con suelas duras y también contra superficies duras y planas. Y sabe una cosa, nuestros pies no están adaptados a ello. Quién sabe si la alta tasa de osteoporosis, no está relacionada con ello. ¿No cree verdad? Haga un experimento: trate de subir y bajar un tramo de escaleras con los pies descalzos y observe lo que hacen (¡o intentan hacer!) los dedos de sus pies. Al igual que nuestras manos, los dedos de los pies, también agarran los bordes de los escalones para que obtengamos un control total sobre el equilibrio y la escalada. Observe el movimiento de los pies cuando el niño empieza a caminar y luego a los dos años: los dedos pierden movilidad y coordinación. Creo que todo ello, ha significado, que hemos perdido la capacidad de agarrar con el pie, como tercera y cuarta mano. Un trapecista y equilibrista decía: nuestros pies son pequeñas obras maestras, que con una superficie de unos pocos centímetros cuadrados pueden sostener y mover todo el cuerpo. Pero con nuestras tonterías mentales, ya no somos amables con ellos. La mayoría de los habitantes urbanos, hemos desarrollado un sentido inferior del equilibrio desde el principio de nuestra vida, en comparación con las personas de las poblaciones agrícolas. ¿Puede estar eso relacionado con la osteoporosis?

 

Y ahora asociemos los pies, con otro órgano que tiene que ver con la locomoción. El ruido constante en nuestro entorno inmediato moderno, nunca existió durante la evolución, afecta el aparato auditivo, donde se encuentra nuestro sentido del equilibrio. Muchas personas son muy sensibles al sonido. Al ruido se suma con la edad la arteriosclerosis, que puede afectar el equilibrio. Y vea usted, las lesiones por caídas, son un gran problema en todos los países.

Hagamos ahora un experimento: a un campesino de 75 años, usted que tiene 30 o 40, rételo a pararse en un pie y a ver quién dura más tiempo en esa posición. Descálcese y vea el movimiento de sus dedos del pie, y las del campesino: totalmente diferentes ¿no? Rote su cuello por unos instantes y pídale al campesino que haga lo mismo, y al detener el movimiento ¿qué pasa con usted, ¿qué pasa con él? El equilibrio está relacionado, entre otras cosas, con el flujo de sangre en el cerebro, el entrenamiento de la coordinación muscular y caminar constantemente descalzo sobre terreno, la audición, todo tiene que ver con la locomoción. ¡Claro! me dirá usted, con mucha razón, eso también está relacionado con la falta de actividad física. Sume todo ello, y verá que hay nuevas posibilidades para explicar la osteoporosis. Le recuerdo que las fracturas relacionadas con la osteoporosis, existen poco en las poblaciones campesinas tradicionales.

Toda nuestra anatomía, está adaptada para caminar o correr en terreno montañoso, a menudo trepando, saltando y manteniendo el equilibrio. Se supone que podríamos caminar descalzos pues la estructura del pie, ha sido así desde que comenzamos a caminar sobre dos piernas. La sensación de contacto directo entre el pie descalzo y una superficie irregular, crea las condiciones para un excelente equilibrio, que en gran medida se pierde cuando usamos zapatos. Los que tengáis más de 50 años podéis probarlo: ¡intentad pararos sobre una sola pierna con los ojos cerrados y veréis cuánto tiempo podéis hacerlo! Caminad unos días descalzos, bajad el ruido y todo cambia.

Ya le puedo oír: es más que difícil venir al trabajo descalzo, pero hay muchos zapatos suaves con suelas delgadas y flexibles, cuando nos vemos obligados a usar zapatos. Lo que los zapatos de tacón de aguja con frentes puntiagudos hacen en las articulaciones de los pies, las rodillas y las caderas de las mujeres a medida que se acercan a la edad de jubilación, no necesita comentarios.

Todavía no estamos completamente adaptados a nuestro estilo de vida. Los ejemplos de fallas y compromisos en el cuerpo humano, se pueden multiplicar más allá del caminar. Cuando nos paramos sobre dos piernas y nos convertimos en criaturas bípedas hace seis o siete millones de años, se requirió una reconstrucción completa de nuestra anatomía, con gran estrés en la espalda y en la suspensión de las vísceras, entre otras cosas. Todavía no estamos completamente adaptados a una marcha erguida, que es una de las razones, por las que algunos tienen problemas de espalda con la edad. Las articulaciones desgastadas, la osteoartritis, son cambios esqueléticos que ocurren y se pueden estudiar en el material esquelético de los humanos de todas las edades. Según algunos, la estenosis intestinal, las hemorroides y las hernias inguinales, son el resultado de que las vísceras abdominales se adaptaron originalmente para colgar en los tejidos hacia abajo desde la espalda, como sucede en todos los animales de cuatro patas, pero cuando nos paramos sobre dos patas y cambiamos dietas, empezaron los problemas. Nos queda mucho por aprender.

 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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