Este artículo se ha conformado con extractos de la obra del Dr. Carlos Martínez Durán “Las epidemias de tifus en Guatemala” que publicó en junio 1940 y editó la Tipografía Sánchez & de Guire.

Hechos

Corría el año de 1773 en la Ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala; cien iglesias anunciaban el amanecer, múltiples conventos dialogaban con Dios; la aristocracia se preparaba para un nuevo día, y la austera fuerza laboral se encaminaba a sus labores cumpliendo rítmicamente con sus actividades. Y cuando más segura parecía la paz entre los hombres de buena voluntad, la tierra ardiente y los ígneos volcanes fraternizaron caprichosos y decidieron en aquel julio hacer rodar a tierra la tercera ciudad de la América hispánica, no dejando más que muertos y ruinas.

Algunos moradores españoles, criollos e indios, temerosos y afligidos ante el pánico y la desorientación, ante la actitud de la naturaleza y del gobierno, abandonaron como estampida aquella ciudad qué no pedía olvidó y abandono, sino reconstrucción y nueva vida y se lanzaron hacia el altiplano en busca de seguridad. Poco duro esa migración, los que tan rápidamente habían abandonado la ciudad, pronto regresaron hambrientos desnudos y enfermos de tifus que habían sufrido en los altos y que empezaron a diseminar en el valle de Pancán (Panchoy), sembrando una nueva y fatal ruina. Así llegó la pandemia a la ciudad causando mayor desorientación en los moradores, pues la promiscuidad diseminó la peste y la muerte alcanzó cifras enormes.

Los vecinos de la nueva ciudad y su gobierno parecían indiferentes a la calamidad mortífera y solo gracias a la enérgica actitud del Ayuntamiento que seguía sesionando en la antigua ciudad, se logró remedio y leyes. La epidemia asoló la ciudad cerca de un año se originó a finales del 73 exacerbándose en los meses de febrero y marzo del año 74 y extinguiéndose al año de su comienzo.

 

La gestión de la epidemia

El noble Ayuntamiento en vista de la propagación del tifus y de la necesaria y urgente medida sanitaria, pidió al superior gobierno traslado al valle de la Ermita (actual lugar de asentamiento de la ciudad de Guatemala) y la revisión y aprobación de los tratamientos dados por el doctor catedrático de prima Ávalos y Porres. El fiscal interino, con prudencia antes de hacer esa receta extensiva a todo el pueblo, convino sujetarla a la aprobación de otros médicos que en la ciudad estaban. Estos doctores con gran cortesía y no menor sagacidad y prudencia médicas, hicieron ver que no dudaban de las luces y sabiduría del doctor Ávalos y Porras, decano de los médicos, mas no encontraban en la receta dada, ninguna alusión a los distintos temperamentos tales como la plétora y la cacoquilia; que no se tomaban en cuenta la calidad económica de los enfermos, ricos, pobres e indios, y que la receta adolecía del defecto de ser muy general, no dándose tampoco instrucciones para el conocimiento y diferenciación de la epidemia y en caso de no hacerlo, se exponían los enfermos a sufrir un tratamiento idéntico y bien podía ser que tuviesen otra enfermedad.

El fiscal atendiendo a las sugerencias de los médicos, pidió al noble Ayuntamiento que agregara a la receta el diagnóstico positivo y diferencial del tabardillo realizando así eficacia en su tratamiento y extinción. El Ayuntamiento, preocupado por la urgencia de las medidas sanitarias y conocedor de los largos expedientes quiso simplificarlo todo y no retardar las disposiciones y discutir teóricamente, mientras los enfermos se morían sin Auxilio. Sin embargo, -dice Martínez Durán, rapidez no quiere decir irreflexión y medidas inconsultas pueden ser fatales El Capitán General mandó al ayuntamiento más cautela. Aquí surge el papel del capitán en la epidemia.

Don Martín de Mayorga cometió muchos errores y fue precipitado al decidir una traslación de la ciudad de Santiago que debería haberse retardado y estudiado. Más en sus ideas sanitarias para combatir el tifus, debemos hacer noticia y reconocer su tino y prudencia. El mismo redactó el informe y no se dejó guiar por el fiscal. En primer lugar, se opuso a la impresión de la receta y a su circulación y dijo que la gravedad de una epidemia, requiere más reflexión y por lo tanto debe formarse una junta de todos los profesores de medicina, añadiendo a estos todas aquellas personas que puedan dar luces y ordenó se hiciese a la mayor brevedad y sin excusa ni pretexto alguno. La orden señalaba que los médicos se juntaran con el alcalde y cada uno diera un informe amplio e individual. De tal manera que se había formado algo así como una dirección de sanidad pública, formada por distintos poderes: el médico y el científico, junto con el alcalde depositario de la vida del pueblo; el sacerdote párroco qué tanto influencia su grey y el gobierno superior. Todos representados así, permitiría que de la junta de salud pública emanara lo mejor y más prudente.

Dentro de esa junta había un personaje controversial en nuestra historia patria: el obispo Pedro Cortez y Larraz. Este se dirigió al muy ilustre Capitán General, explicándole las causas de la epidemia y la forma en que él creía poder combatirla. Este informe es un modelo de Consejos preventivos y parecen dictados por un médico higienista. He aquí lo esencial de esta savia comunicación descrita por el Dr. Martínez Durán.

Abre su exposición el arzobispo reconociendo que la muy noble y leal ciudad viene padeciendo desde mayo de 1773 toda clase de calamidades y a los temblores ha sucedido la epidemia de tabardillo grave y contagiosa que mata casi una centena de gente por día.

Es inútil discutir con los físicos las causas del mal, que bien pueden ser insectos imperceptibles o impurezas atmosféricas, lo esencial y urgente es investigar de dónde vino y como curarla y prevenirla.

 

Respecto de lo primero es cierto e innegable que el mal vino de los altos, trayéndolo los hombres que abandonaron la ciudad y luego regresaron desnudos hambrientos y fatigados, presa del terrible mal. Ese fue el foco de origen.

La propagación se hizo por las malas condiciones de los mal llamados hospitales improvisados. En jacales descubiertos y sucios, se amontonó a los enfermos y todos comían en el mismo plato y dormían juntos en el suelo, no se les daban alimentos suficientes ni medicinas reconfortante. Y a más de esto, había ranchos de indios no vigilados, llenos de enfermos contagiosos.

Establecido el origen y la propagación, recomendaba las siguientes medidas 1º Evitar la salida hacia los altos 2º Construir inmediatamente galeras de aislamiento y pasar ahí a los enfermos que están en los jacales, acondicionándolos separadamente y alimentándolos bien, para lo cual añade la necesidad de dictar nuevas leyes de abastos, pues la ciudad ha quedado sin autoridades y todos explotan y abusan. 3º Sacar a los indios enfermos de sus ranchos y pasarlos a las galeras de aislamiento, quemando los ranchos y enseres que estén contaminados.

Más claridad y sabiduría no puede pedirse a un profano. Todos los médicos se ocuparon en discutir escolásticamente las causas y tratamientos de los más curiosos y extravagantes y olvidaron la principal qué tan maravillosamente planteó el arzobispo.

Pero en esta historia hay algo digno de que los políticos y la sociedad debería tomara también tomar en cuenta. Afirma Martínez Duran que en uno de los casos únicos en nuestra historia, Don Martín de Mayorga El Capitán General y el arzobispo Cortez y Larraz, tan opuestos a lo que se debería de hacer con la ciudad de Santiago. Don Martín defendiendo su traslado al valle de la Ermita, incluso viviendo en ella, mientras que el arzobispo abogaba por la reconstrucción. Enemigos y contrarios en muchas cosas, y defendiendo intereses personales y a veces sociales, ante la demanda que merece en aquellos momentos la sanidad Nacional, deponen sus armas y combaten unidos para salvar al pueblo de Guatemala del terrible y mortífero mal que los aniquilaba. De esa manera, Don Martín crea una junta de salud pública dónde están representados los sectores de la vida nacional y reflexivamente dicta sus medidas desde el valle de la Ermita, mientras que el arzobispo Cortez y Larraz, sin abandonar su Grey de la Antigua y desde los propios lugares infectados, investiga causas y aplica remedios eficaces y plantea el problema como debe de ser pues la afligida gente espera que “con caridad, eficacia y prontitud” se corrige el mal y se acabe la necesidad pública.

De tal manera nos dice Martínez Durán, Ni Cortez ni Mayorga deben ser olvidados cuando se recuerde esta epidemia y sobre sus medidas para su extinción y prevención. De tal manera que, para nuestro historiador de la medicina, se hace necesario investigar los archivos y dar a conocer estas páginas olvidadas o más bien desconocidas de nuestra historia y de nuestros historiadores, a un pueblo que con facilidad se olvida de éxitos y fracasos y una academia que jamás saca provecho de la misma, tropezando una y otra vez con la misma piedra.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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