Hay una forma de ver la Medicina mal llamada salud pública, que en rigor, no cura, pero que hace más que curar, porque busca preservar la salud. Esta Medicina, anteriormente se conocía como higiene; medicina preventiva posterior; luego como social; y en la actualidad lo preventivo y social se engloba como salud pública.

Es un tipo de medicina salvadora, cuya popularización es un deber, cuya trascendencia es inmensa, y cuyos progresos son la medida del bienestar del individuo, y de la prosperidad y cultura de los pueblos y sus poblaciones. No soy yo quien hace este elogio de la mal llamada salud pública: antes lo hicieron Sócrates y Platón, Plutarco y Tácito, Bacon y Leibnitz, Montesquieu y Guizot y grandes clínicos y científicos como Osler, Cajal, Marañón, Dubos, Fleming, Macfarlane, Elizabeth H. Blackburn; es decir, grandes filósofos, historiadores ilustres, muchos científicos y médicos galardonados, cuyos nombres se consignan en los anales de la historia de la medicina del mundo antiguo y de la época contemporánea. ¡La medicina social y preventiva no tanto es una ciencia como una virtud! exclamaba un filósofo. La salud pública que reúne todo un esfuerzo social y preventivo, debería ser la guía de los legisladores y de los que gobierna las naciones, ha escrito Marc Lalonde que fue Ministro de salud de Canadá y de profesión abogado y político.

La Salud Pública, no es la Física, ni la Química, ni la Historia natural, ni la Fisiología, ni la Patología, ni la Moral, ni la Economía política, ni la Administración; pero es todo esto, y algo más que esto, porque es la resultante de todas esas ciencias aplicadas a la conservación y al mejoramiento de los individuos y de los pueblos y al incremento de su bienestar. Su trabajo es el examen de las aguas, del aire, de los lugares de trabajo, de las industrias; de los alimentos, de los vestidos que le cubren, de cosméticos y medicamentos; del conocimiento y la apreciación de los hábitos y costumbres de los pueblos, de las leyes que los rigen, y de las creencias que profesan y del impacto que las terapias tienen en su curación y prevención de enfermedades. Por remate, todo eso se junta en un pensamiento filosófico y científico que domina, generaliza y sistematiza, todos esos elementos, haciéndolos convergentes hacia el fin supremo de conservar y mejorar al hombre, facilitar sus potenciales y todo ello puede resumirse en una frase:  ¡SALUS POPULI SUPREMA LEX ESTO!

La salud pública, por consiguiente, es tributaria de todas las ciencias médicas y naturales, así como de las sociales, morales, económicas y políticas, pero trabaja y estudia bajo un punto de vista particular suyo, los datos que de ellas recoge. La Fisiología, por ejemplo, considera las acciones orgánicas su organización y funcionamiento en sí mismas y en su encadenamiento o conexión; pero la salud pública examina el cómo se modifican aquellas mismas acciones por los agentes exteriores y por el recíproco influjo de los órganos y por el comportamiento humano. La Química descompone los cuerpos y determina las leyes de sus combinaciones; pero la salud pública se aprovecha de las inducciones del análisis sobre los efectos de aquellas mismas substancias, para sacar reglas concernientes a su uso. La Estadística recoge el volumen y comportamiento de los hechos sociales, y los expresa por números; pero la salud pública se apodera de estos números, los agrupa, los combina, los fecunda, y deduce de ellos las leyes de un comportamiento salud-enfermedad y las reglas de preservación de la salud conveniente.

Añadamos, empero, que si la salud pública recibe y toma prestado de las demás ciencias, también ella da y presta. Así, v. gr., a través de su herramienta llamada epidemiología apoya el conocimiento y comprensión sobre la Etiología, o sea el conocimiento de las causas de las enfermedades, y la Profiláctica, o sea la preservación, cosas que descansan casi por entero sobre la salud pública; y de igual forma lo hace con y para calificar lo certero del trabajo terapéutico proporcionando por lo común, usos más eficaces y certeros del arsenal de la Farmacia. E idéntica vulnerabilidades y riesgos en personas y comunidades.

Los éxitos del trabajo preventivo son conocidos desde la antigüedad, ahí tenemos el trabajo de lo que ya llamaban la dieta; reparemos en como la expectación hipocrática, se fundaba realmente en la eficacia de los modificadores de comportamiento y prácticas llamadas desde entonces higiénicas, cosa que ha seguido y ha sido imitada por prácticas sensatas de todos los tiempos, imponíendose desde entonces por primera ley no dañar (Primum non nocere). El prurito de innovar o el deseo de una perfección ideal de la clínica y la terapéutica farmacológica, nunca podrá  substituir a las prácticas de la salud. Sin estas, no  hay Terapéutica posible; la Terapéutica es tanto más eficaz, cuanto más sencilla es sobre lo que actúa y mejores prácticas higiénicas la acompañen. Bien decían al trabajar sobre las epidemias del cólera los médicos (Medicina eo utilior quo simplicior);  y ya se señalaba desde el siglo XIX por muchos médicos que, para gloria del arte que profesaban, para colmo del progreso médico, y en beneficio de la Humanidad doliente, la Medicina debería poner atención a trabajar lo etiológico de la enfermedad  y la terapéutica farmacéutica se debía unificar a ella y no en menos, con buenas costumbres y prevención (la higiénica), dejándose ya de depender  por razones ajenas a la medicina de ensayos aventurados, y relegando a perpetuo olvido aquellas medicaciones polifármacas, cuya intención y resultado,  ni el mismo esculapio – dios de la medicina- fuera capaz de adivinar,  pero que son encomiados por el charlatanismo farmacéutico y aceptados por la ignorancia y la credulidad públicas y muchas veces profesional.

Es pues necesario, reconducir saber y experiencia de la formación de profesionales de la salud, enfocados en que: dignísimo de compasión es atender al enfermo, y obra eminentemente meritoria el curarle; pero no menos meritorio es aconsejar y dirigir al sano, para que no enferme. Con todo, los triunfos que con tratar enfermos se alcanzan con la práctica,  comparados a la vuelta de pocos años con los beneficios que el salubrista puede dispensar a poblaciones, no creo engañarme si digo, que la sociedad estará más beneficiada y satisfecha de preservaciones de salud que de curaciones.  Y de antemano se puede deducir, que con un trabajo bien organizado en salud pública, no se tienen tantas decepciones como en Terapéutica de enfermedades. No se llevan tantos chascos, ni experimentan contrariedades,  ni comprometen costos más altos con menores resultados.

Un elemento fundamental es entender con claridad ambos fenómenos: salud y enfermedad. Hace poco escribía la filósofa Marina Garcés al respecto  Hay enfermos muy vivos. De hecho, nadie está vivo sin estar o haber estado enfermo. La salud no es la ausencia de enfermedad, sino la manera como nos relacionamos con nuestras posibles enfermedades. Por eso todos somos, de algún modo, enfermos en vida. Del mismo modo, son nuestros diversos modos de estar y de padecer la vida lo que conduce a la enfermedad, incluso de morirla. La enfermedad, pues, son sus enfermos y sus vidas. Eso significa entender en buena parte que la salud pública deja de ser un acto protagónico entre dos, implica un solo proceso: control social.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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