La locura de la juventud y la fuerza masculina y sus órganos sexuales provocó un alud de charlatanes. Finalmente, reaccionando al entusiasmo generado por el trasplante testicular y la organoterapia, la industria farmacéutica (no tan comercial en aquel entonces, pero si ambiciosa ) y la investigación académica (no tan politizada en aquel entonces también ambiciosa) cooperaron para rehabilitar la medicina y la ciencia y reemplazar la organoterapia por una adecuada sustitución hormonal; de tal suerte que el famoso neurocirujano Harvey Cushing W fue tan lejos como para hablar de «endocrinología» en el contexto de un nuevo orden y acá empieza otra historia.
Pero retornemos un poquito aun al pasado la historia La historia de los capones, castración de animales, se remonta a miles de años. Ya Aristóteles habló de ellos. Se dice que el atributo a la invención de los capones fue por parte de los romanos. Cuenta una leyenda que el capón surgió debido a una prohibición de la cría de gallos y gallinas, pues sus cantos al amanecer no dejaban descansar al cónsul. Los romanos no podían dejar de criar, así que decidieron castrar a los gallos para apagar su canto. Además, conocemos los placeres de la mesa y así, en 1906 cuando se casaron el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia de Battenberg, el plato principal del banquete fue el capón. En el 2004, los príncipes de Asturias repitieron ese plato principal en su enlace. Delo culinario, el salto fue a la ciencia.
En 1929, a partir del juego con los gallos y la observación del crecimiento de la cresta de un gallo bajo la influencia de testículos trasplantados, Moore et al establecieron la prueba estandarizada del peine del capón que mide la actividad androgénica en centímetros cuadrados de superficie del peine. Este primer bioensayo, facilitó la determinación de la actividad androgénica en productos corporales así como en soluciones químicas y la cosa científica se aceleró. Todo principió con una acalorada discusión sobre si había tres o cuatro anillos en la estructura de esteroides y, si había cuatro anillos, si el cuarto tenía cinco o seis átomos de Carbono. Bajo el patrocinio de la Organización de la Salud de la Liga de Naciones (el predecesor de la OMS) químicos altamente reconocidos como Edmund A Doisy, Adolf Butenandt y Guy Marrian se reunieron en el University College de Londres y llegaron a un consenso de que los esteroides tenían cuatro anillos y el cuarto anillo tenía cinco átomos de C.
En 1930, Loewe y Voss utilizaron los efectos biológicos de los andrógenos en los órganos sexuales accesorios y desarrollaron la «prueba de regeneración citológica» que se basaba en el recrecimiento del epitelio de la vesícula seminal bajo la influencia de sustancias androgénicas (Prueba de Loewe-Voss). La entonces todavía hipotética hormona masculina se llamaba «Androquinina». Esta prueba biológica ayudó a resolver la cuestión de si sólo existían uno o varios esteroides androgénicos y, si había más de uno, cuál podría ser el más potente.
Poco antes, estos eminentes investigadores, incluido Ernest Laqueur, habían aislado dos productos esteroides: el pregnandiol y la estrona de la orina de yegua preñada trabajo realizado con varias compañías farmacéuticas que cooperaban con los científicos. En 1934, tres equipos agregaron progesterona a la gama de esteroides sexuales. De esta manera se reemplazaba la organoterapia mal acreditada y ponía a disposición de los pacientes la sustitución adecuada de esteroides. ¿Cómo se logró todo esto?
Las farmacéuticas no andaban solos tras la ciencia. Corrían desesperadamente en búsqueda de una substancia bioquímica y comercializable, los grupos se diseminaban así que se unieron ciencia y negocio que después de una larga negociación llegaron a acuerdos. Primero entraron en acción los científicos 1920-1934 y en 1935, Ciba (Suiza) y Schering-Kahlbaum (Alemania), compañías farmacéuticas activas en el campo, iniciaron un esfuerzo cooperativo para informarse mutuamente sobre el progreso de la bioquímica de la tan ansiada substancia y obligó así a sus dos principales protagonistas académicos Leopold Ruzicka de Zürich y Adolf Butenandt en Gdansk, a intercambiar sus respectivos avances. Aquellos antiguos rivales accedieron a regañadientes. Pero los intereses comerciales crecieron. En 1937, la cooperación Ciba-Schering se amplió para incluir a Boehringer (Alemania), Chimio Roussel (Francia) y Organon (Países Bajos) para formar prácticamente lo que se podría llamar un «cártel farmacéutico» para compartir conocimientos, reclamar derechos de mercado en todo el mundo y acordar los precios de los productos. Aunque económicamente rentable, este cartel es también un ejemplo temprano de llamémosle limpiamente cooperación académica-industrial exitosa.
Pero sigamos la historia como debe ser. En 1931 Adolf Butenandt, entonces en la Universidad de Göttingen, aisló el esteroide androgénico androsterona (androstan-3α-ol-17-one) y para ello uso la no despreciable cantidad de 15,000 litros de orina que tuvieron a bien suministrarlos los gendarmes de Berlín y que fueron procesados por Schering para obtener 15 mg de esta sustancia. Butenandt consideró a la androsterona como el principal andrógeno. Otros científicos encabezados por Ernst Laqueur de la Universidad de Amsterdam y en Organon, se especializaron en la extracción de hormonas de glándulas animales y de esa cuenta de testículos de toro extrajeron y aislaron otro andrógeno, el 17β-hidroxi-4-androsteno-3ona, que encontraron que era más activo que la androsterona en pruebas biológicas y en 1935 la bautizaron como la hormona ‘testosterona’. La competencia era espantosa entre los académicos y en ese entonces varios publicaron la síntesis química de testosterona, marcando así el comienzo de la farmacología clínica moderna de la testosterona y la fisiología reproductiva masculina. Para la síntesis de testosterona, el grupo de Butenandt había comenzado a partir de la deshidroandrosterona, mientras que el grupo de Ruzicka utilizó un enfoque degradativo que también utilizó para la 17alfa-metiltestosterona, la primera preparación de testosterona eficaz por vía oral.
En 1939, Butenandt y Ruzicka recibieron conjuntamente el Premio Nobel de Química, Butenandt «por su trabajo sobre las hormonas sexuales» (estrógeno, progesterona y androsterona, ¡pero no por la testosterona!) Y Ruzicka por su trabajo sobre polimetilenos y terpenos superiores y tampoco explícitamente para la testosterona. Pero los triunfos y la gloria a veces se opaca, ninguno de los galardonados pudo asistir a la ceremonia de entrega de premios. A Butenandt el régimen nazi le impidió aceptar el premio ya que Hitler había prohibido a los alemanes aceptar el Premio Nobel después de que, en 1937, el Premio Nobel de la Paz fuera otorgado a Carl von Ossietzky, un periodista y fuerte opositor del régimen. En 1949, en el Consulado de Suecia en Frankfurt, Butenandt recibió el diploma del Premio Nobel y la medalla, pero no el dinero, ya que según los estatutos, el dinero del premio debe recogerse en el plazo de un año. Cabe señalar que después de la guerra, su investigación se concentró en las hormonas de los insectos.
¿Qué pasó con Ruzicka? tampoco pudo viajar a Estocolmo y recibió el premio hasta 1940. Después de que terminó la guerra, pronunció su conferencia del Premio Nobel en 1945. Este hombre se inició en la industria de las fragancias 20 años antes, en la industria del perfume en Ginebra (Suiza) y Holzminden (Alemania) para dilucidar las fórmulas químicas y síntesis de fragancias. Acá también tuvo sus logros en la síntesis de ingredientes importantes en los perfumes que antes de la síntesis química tenían que ser extraídos de sus fuentes naturales.
Ninguno de aquellos científicos quedó sumido en la pobreza. Como Ruzicka comentó en notas autobiográficas, su trabajo de investigación también fue económicamente gratificante: «Las patentes para la síntesis degradante de testosterona y metiltestosterona me hicieron ganar durante los años siguientes una enorme (en comparación con mi estándar académico) de dinero como regalías de Ciba de Basilea y Estados Unidos». Parte del dinero que obtuvo, lo invirtió en una colección de pinturas flamencas y holandesas del siglo XVII que donó en Zürich a un museo.
Pero siempre nos topamos con injusticias. Hubo un científico que trabajo con ahínco en la identificación de la testosterona: Laqueur la identificó en lugar de la androsterona, como la hormona sexual masculina más importante, cosa que no fue reconocida por el Comité Nobel. Este hombre en 1923 cofundó Organon ubicado junto a los mataderos de Oss (Holanda) para extraer insulina del páncreas de cerdo. Organon se convirtió en el primer productor europeo de insulina para el tratamiento de la diabetes. Cuando los alemanes invadieron los Países Bajos en 1940, Laqueur perdió su puesto debido a su origen judío y tuvo que renunciar a sus acciones en Organon, cosa que no lo destierra de la gloria en esta historia.
continuará