Alfonso Mata

James Miranda Stuart Barry, tras haberse graduado a sus 20 o menos años como médico de la Escuela de Medicina de la Universidad de Edimburgo en 1812, y haber alcanzado durante su vida el alto rango de Inspector General de Hospitales Militares del ejército británico; un 25 de julio de 1865 fallece como consecuencia de una disentería y Sophia Bishop, su empleada doméstica, queda encargada de los arreglos fúnebres. Ese día Sophia, con horror descubre en su amo la anatomía perfecta de una mujer bajo la vestimenta de James Stuart Barry, ya reconocido por ser el médico británico que practicó la primera cesárea que se haya documentado en la que sobrevivieron madre e hijo.

En la trama de toda esta peculiar historia de ficción, en la que se sospecha incluso un embarazo a los 14 años, producto de una violación por un tío disoluto, Margaret Ann Bulkley, su verdadero nombre, queda embarazada y se separa de su criatura, pues otro tío hermano de su madre, famoso pintor, gracias a sus conexiones en la alta sociedad, la acerca a ese mundo y a tres influyentes hombres: David Stuart Erskine, conde de Buchan, activo defensor del derecho de la mujer a acceder a la educación, Edward Fryer, médico y el general Francisco de Miranda, venezolano, precursor de la emancipación latinoamericana. Ellos se vuelven cómplices de la chica que sueña con ser médico, en una época que la sociedad lo impedía a la mujer. El plan fue que Margaret fingiera ser un hombre, se haría llamar James Miranda Stuart Barry, para poder de esa manera ingresar a la Escuela de Medicina de la Universidad de Edimburgo. Posteriormente, con el grado de médico en sus manos, la joven marcharía a ese país que el militar Miranda tanto comentaba en las tertulias y que llamaba Colombeia, que quedaba al otro lado del océano atlántico, y que él mismo se encargaría de formar tras liberar los territorios del dominio del imperio español. Una vez allí, la joven Margaret no tendría que fingir más, Miranda le había prometido que podía ejercer la profesión libremente como mujer.

La primera parte del plan se cumplió a cabalidad, pero la segunda se truncó. Por desgracia, el prócer americano fue puesto bajo arresto en 1812 en la recién proclamada República de Venezuela, así que Margaret debió tomar una amarga decisión: ser ella misma y correr el riesgo de perder su título de médico cirujano e incluso ir a la cárcel, o desarrollar su pasión, debiendo para ello pasar la mayor parte de su tiempo como el médico James Stuart Barry.

La joven oriunda de Cork, Irlanda, cuya fecha de nacimiento es incierta (1789 o 1795), tomó la segunda opción, y bajo la fachada de un hombre, logró hacerse médico miembro del Colegio Real de Cirujanos calificar como cirujana de los hospitales St Thomas mientras también se capacitaba con un boticario en farmacia y botánica médica e incluso, formar parte del personal médico del ejército, lo que le llevó a viajar por diferentes territorios pertenecientes al Imperio Británico: la actual India, Malta, Sudáfrica –donde realizó las exitosas cesáreas-, Canadá, el Caribe, Crimea, entre otros, hasta llegar a estar presente en la famosa batalla de Waterloo, en 1815. Ya para entonces era un pionero en la reforma hospitalaria y penitenciaria y también había mejorado las condiciones en el ejército británico.

En el tiempo que estuvo al servicio de la armada británica, se caracterizó por el afán en hacer entender a sus superiores, la importancia del establecimiento de unas normas de higiene para prevenir enfermedades, además de velar porque los prisioneros, los infectados y los mismos soldados heridos en los campos de batalla, tuvieran mejores condiciones de salubridad. James Stuart Barry sirvió al ejército en su rol de médico hasta 1859 cubriendo de gloria su carrera médica.

James había dado claras instrucciones de lo que debía hacer Sophia al momento de su muerte, que era sencillamente dejarle con las numerosas prendas de vestir que portaba, y enterrarle tal cual, sin ponerle nuevas y formales vestimentas, pues, para qué tanto arreglo, si al fin y al cabo todo acaba quedando sellado en una caja que posteriormente es sepultada por varias paladas de tierra –le había dicho. Pero como los vivos pocas veces respetan la última voluntad de quien se adelanta en la carrera por atravesar el horizonte de la incertidumbre, Sophia Bishop procedió a asear y cambiar la ropa de su patrón, sin sospechar que terminaría encontrando bajo el rudo y áspero traje del médico Barry, a una mujer de frágil semblante.

Richardson Hurwitz recoge en su ensayo de 1989, Inspector General James Barry MD: putting the woman in her place, unas declaraciones dadas por el mayor médico David Mc Kinnon a la prensa de la época, que intentaba aclarar la confusa e impactante historia, que la señora Bishop se había encargado de esparcir. Kinnon al ser consultado por el género del paciente a quien le redactó el certificado de defunción, dijo que nunca “[…] lo había examinado físicamente […]”, pero que podría bien tratarse de “[…] un hombre imperfectamente desarrollado, un hermafrodita o una mujer, y que eso no era de su incumbencia […]”. Algunos argumentan que las declaraciones dadas por Kinnon obedecían a la presión que ejercía sobre él el Ejército Británico, que intentaba a toda costa ocultar el polémico caso, negándose a enseñar los datos personales que se tenían del Inspector General James Stuart Barry.

En el 2016, un cirujano y un novelista rastrearon el baúl privado de James que había sido vendido tras su muerte, en el mismo fue hallado un conjunto de recortes de periódico donde se mostraban vestidos, sombreros, zapatillas, y demás prendas de uso femenino, por lo que los autores concluyeron que era una interesante muestra de los gustos y deseos que debió reprimir Margaret Ann Bulkley durante la mayor parte de su vida.

Es así mismo curioso lo comentado por algunos de los compañeros de labores del médico, quienes llegaron a expresar que James era en varias ocasiones un sujeto rudo e impulsivo, que le gustaba llevar siempre mucha ropa puesta sin importar el clima. Lo cierto de todo este oleaje de incógnitas e intrigas, es que, durante la mayor parte de su vida, James fue una ficción, un personaje bajo el cual Margaret Ann Bulkley pudo hacer realidad su meta, su pasión: ser médico cirujano, aunque ello le hubiese costado renunciar a ser ella misma.

¿Quién era esta mujer de todos modos? Era el deslumbrante Dr. James Barry, el inspector general de hospitales del ejército británico, cuya obsesión por la higiene, el agua limpia y la ventilación adecuada de las áreas de enfermería ya había transformado los hospitales de todo el Imperio Británico. También fue el primer cirujano registrado en el Imperio Británico en realizar una cesárea en la que sobrevivieron tanto la madre como el bebé. Ella era la heroína que Florence Nightingale admiraba por sus reformas en la enfermería pero odiaba por su conducta (se conocieron en Crimea). De hecho, muchas de las reformas de enfermería de Nightingale, ya habían sido iniciadas silenciosamente por el Dr. Barry de antemano. Mientras Miss Nightingale se elevó casi a la santidad, la Dra. Bulkley permaneció olvidada. La señorita Bulkley rompió las reglas de la sociedad georgiana, para convertirse en una cirujana de las más respetadas del siglo XIX. Ella fue una pionera y reformadora de la medicina; una dualista y un excéntrico que indignó al estamento militar.

 

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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