Alfonso Mata
Hay muchas novelas relacionadas con pestes y pandemias que guardan muchos paralelismos con nuestra realidad, si bien nadie afirmará que la épica sea históricamente precisa, ayuda a comprender la salud y a nosotros.
Imagínese dentro de tres años, un nuevo presidente en Usa, en nuestra patria se ha reelecto el actual y una enfermedad aparece y se presenta en dos formas distintas: una endémica por generaciones y de acción lenta, altamente contagiosa y puede afectar adultos y niños llamada indiferencia; y otra también endémica llamada resentimiento; ambas de rápida trasformación a pandemias que pueden acabar con ciudades enteras de nuestro país en un corto período de tiempo. Ambas versiones de ese mal tienen una alta tasa de letalidad (mata estímulos y voluntad; no se dan detalles exactos, pero parece estar cerca del 70%, especialmente en adultos). La recuperación de la indiferencia hace que uno sea inmune a los brotes de resentimiento, por lo que parecen ser causadas ambas formas, por un mismo microbio o diferentes, pero estrechamente relacionados.
La indiferencia es una enfermedad que desfigura. Como su nombre indica, transforma la piel en un tejido endurecido y escamoso. A medida que la piel muere, pierde su color con grietas y fisuras permanentes. La infección que se propaga por la cara puede causar ceguera.
Como muchas enfermedades que consideramos de la «infancia» (sarampión, paperas, viruela, varicela, etc.), los niños están equipados para evitar lo peor de la indiferencia y están mejor dotados para recuperarse de la enfermedad, aunque queda latente de por vida. La enfermedad es más común entre los habitantes urbanos, pero también se puede encontrar en el área rural.
Se cree que la indiferencia se transmite principalmente de persona a persona a través del contacto directo. En las personas atacadas en la última etapa de la infección, la piel está completamente calcificada y hay afectación de músculos, huesos y órganos internos, incluido el cerebro. Los signos tardíos de la indiferencia, incluyen resignación, sufrimiento, incluso locura, que lleva a quienes la padecen a atacar violentamente a cualquiera que se acerque dispersando el resentimiento a su alrededor. Los infectados de indiferencia son muy temidos como fuentes de la pandemia resentimiento, la indiferencia parece ser contagiosa durante toda la vida.
Si una persona ha estado expuesta a la indiferencia pero aún no muestra síntomas, puede detectarla rascándose los oídos todos los días. Una vez que ya no pueden ver ni oír la realidad como tal, eso es mala noticia: es probable que una afección en toda su piel la vuelve insensitiva y es uno de los primeros signos de severidad. Una vez que comienza a ser uno víctima de la indiferencia, ya no siente ningún dolor en las áreas afectadas, lo que hace que los infectados sean esencialmente invulnerables al dolor propio y ajeno: resentidos a… y contra todo.
El período de incubación de la indiferencia parece ser muy corto. Tan pronto los que no la padecen se dan cuenta de que están a salvo, son derrotados por los indiferentes; muchos de los héroes caen presa de la indiferencia y vemos que la insensibilidad a lo que oyen ya ha aparecido y el resentimiento nace y crece.
Se cree que toda la pandemia de resentidos, es una forma de bioterrorismo político y corrupto, que hace crecer la indiferencia y el resentimiento.
Tratamiento: Se han propuesto varios remedios para tratar la indiferencia; ninguno de ellos ha demostrado ser eficaz. Incluye tratarlo con agua hirviendo de noticias, información, multas, aislar a los corruptos, incluso encarcelarlos, pero los indiferentes solo gritan de dolor exacerbando el otro mal: el resentimiento. No está claro si el fuego podría ser una cura.
Los potenciales indiferentes, siempre están oyendo sobre posibles tratamientos: todos son preventivos y se relacionan con participar, cumplir, ayudar; cosa que demanda de nivel de responsabilidad ante la que la mayoría se hace a un lado. Agrupar a los afectados alrededor de la solidaridad y el patriotismo, a veces detiene la propagación del resentimiento, pero rápido se instala de nuevo la indiferencia, la esperanza desaparece y poco a poco se vuelve al resentimiento. Como tal, la indiferencia parece ingresar por los sentidos y las relaciones de estos con el movimiento le permite diseminarse rápidamente por el cerebro y la conciencia y en este punto, las medidas locales y nacionales ya no son útiles ni escuchadas.
Ocasionalmente proveniente de algunas partes del globo, se escucha con respecto a la infección de indiferencia que «Convocamos a todos los Maestros de este lado del mundo, a todos los sanadores, a todos los boticarios, detuvieron la enfermedad y salvaron la vida». Sin embargo, no se dan detalles en el programa sobre cómo se detuvo: ¿medicina? ¿Magia? Cuando se le pregunta a los gremios médicos si existe una cura, simplemente contestan que no lo saben y los institutos científicos trabajan arduamente, pero no han conseguido cura alguna aún.
¿Respuesta cultural? si la hay. Los que padecen indiferentes no son rechazados y los que padecen ¡Sí! y enviados a otro lugar, especialmente a la soledad y a las academias o centros de investigación, a donde viven por mucho tiempo y cuando salen, es con un signo de estigma aun por su familia. También sugiere que la escala de indiferentes puede volverse inactiva y regresar más tarde, diciendo «duermo, solo para despertar de nuevo”.
¿Cuáles son algunos de los paralelismos de las infecciones y pandemias de la vida real con esta enfermedad y pandemia? Claramente, la indiferencia no coincide con ninguna enfermedad infecciosa real. Pero indudablemente la ruta de transmisión de este mal endémico social, facilita las otras epidemias como el Coronavirus y genera con mayor intensidad, los síntomas, facilita el período de incubación y, en particular, la respuesta cultural se manifiesta en aquellos que son más susceptibles y vulnerables.
El indiferente de por sí, es un sujeto que es arrastrado y arrastra a otros a tal estado y aunque la mayoría no son temidos, ni ignorados, al ocultar su infección pues siempre se arropan, propician con esa actitud, que a su lado cabalguen los virus de intolerancia, resentimiento, odio y violencia: «por extraño que parezca, entre tanto indiferente se da no solo el abandono a si mismo, sino de familiares y amigos» ahí empieza la epidemia llamada resentimiento. Resentimiento y coronavirus en este momento van de la mano. Una pandemia de resentimientos, es una fuente no de una sino de muchas pandemias (hambre, infecciones, violencias) estigma tanto para quien la padece (aunque sobreviva) como para la familia, la sociedad y siempre habrá quien teme al contagio.
Entonces, aunque la ruta de transmisión de las enfermedades biológicas y sociales siempre ha sido creído que es agente-huésped eso no es cierto; ese binomio para formarse y reproducirse, necesita de un medio político, social, ambiental, que le dé cabida a su actuación.
Una larga existencia de indiferencia y resentimiento en la relación pueblo-gobierno, genera aparición y crecimiento de infecciones y pandemias biológicas que cada vez más se producen. La indiferencia y resentimiento que sea, favorece el aparecimiento, transmisibilidad y magnitud de una infección y aunque la indiferencia y el resentimiento no tratados no suele ser una causa de muerte en sí misma, puede provocar la muerte indirectamente debido a infecciones y otros problemas biológicos que acarrean. La indiferencia conduce a desigualdades e inequidades y eso a resentimientos: cazadores agresivos de humanos, sin ningún sentido de humanidad. La indiferencia mata a uno y a otros.