Sería prudente que las unidades centrales y locales de salud pública establecieran sistemas de vigilancia para monitorear la salud de las personas y poblaciones. Foto la hora: AP

Alfonso Mata

En pleno inicio de la pandemia COVID-19, OMS-UNICEF-The Lancet lanzaban el siguiente comunicado al mundo: “Ningún país está protegiendo adecuadamente la salud de los niños ni su medio ambiente y su futuro”. En el informe, titulado “A Future for the World’s Children?” Las agencias antes mencionadas concluían “la salud y el futuro de todos los niños y adolescentes del mundo se encuentra bajo la amenaza inmediata de la degradación ecológica, el cambio climático y las prácticas de comercialización explotadoras, que empujan a los niños a consumir comida rápida muy procesada, bebidas azucaradas, alcohol y tabaco”. Y concluía: “Los países deben revisar su enfoque de la salud de los niños y los adolescentes para garantizar que no solo cuidemos de nuestros niños hoy, sino que también protejamos el mundo que heredarán en el futuro”.

Cuando lo anterior se afirmaba, la pandemia de coronavirus solo iniciaba. El terrible desastre técnico-económico que afecta todo el sistema de salud sumado a la corrupción dentro del mismo, sin duda ha sido el motor que ha creado una serie de problemas de salud pública, de diferente magnitud, en los diferentes grupos de población, afectando la salud del niño y el joven. Es ya mundialmente reconocido, que ese efecto es de mayor impacto en las poblaciones pobres, con menos disponibilidad y acceso a los servicios sanitarios y de salud. Sin embargo, además de la posibilidad de un aumento de las deficiencias nutricionales en los pobres, la obesidad, el aumento de casos de infecciones y aparecimiento y agravamiento de enfermedad crónica, así como agravamiento de la enfermedad mental y salud de la mujer consecuencias de la inestabilidad y la violencia, afectan a todos los grupos de población y es ya un problema mucho mayor que el propio COVID-19. Lo triste del caso es que la inversión nacional ante ello, brilla por su ausencia y además la ayuda internacional al respecto no cuenta. Es posible que la población pobre afectada tenga algún alivio a través de las remesas; sin embargo, los estudios en otras latitudes del mundo, en países similares al nuestro, están mostrando que existe un crecimiento de incidencia y prevalencia de problemas de salud en países en desarrollo. Susceptibilidad agravada por causas socioeconómicas que no han sido atendidas ni por el gobierno ni por la sociedad. En ese estado de cosas, es suposición segura que, la correcta prestación de servicios en todos los niveles de atención, faltarán durante algún tiempo. Además, muchos de los trabajadores de los servicios de salud se han transferido a la campaña de inmunización y se puede sospechar que han contraído o contraerán una enfermedad debido a las circunstancias en que están trabajando y que el número de personal de salud activo se ha reducido.

Aunque sería prudente que las unidades centrales y locales de salud pública establecieran sistemas de vigilancia para monitorear la salud de las personas y poblaciones, es seguro que eso no es posible y por consiguiente cuando uno observa el planteamiento del presupuesto nacional para el próximo año, es más que evidente que los fondos asignados para ayudar en los esfuerzos de recuperación del sistema de salud, serán mínimos e insuficientes. Esto lleva a varios pensamientos.

Primero, de manera convincente, creo que la crisis en la salud de la población, especialmente del grupo socio económico más necesitado no ha estallado, gracias a las remesas y aunque ello no sea muy convincente para muchos, debería de estudiarse. Por otro lado, la clase media no asegurada, seguramente se ha convertido en un usuario de los sistemas de salud nacionales, desplazando en parte a la población más pobre.

En segundo lugar, la Seguridad Social ha de estar solventando la demanda a base de calidad; no lo puedo aseverar, pero vale la pena analizarlo y eso en detrimento de las condiciones de salud de su población derechohabiente.

En tercer lugar y como sucede en el mundo, las compañías de seguros privadas no son realmente «compañías de seguros», son bancos. Reciben una gran cantidad de dinero en primas con un solo propósito, invertirlo y ganar más dinero. No obstante ese mi divagar, puede que estas en estos momentos sea motor de salvación para el que pude pagarlo, aunque no estoy seguro que le logre resolver todo el problema de salud. La crisis va pues y recae también en lo privado.

Mientras tanto, hay problemas reales epidemiológicos de los que preocuparse como puede ser el incremento de enfermedades crónicas, accidentes y en salud mental, cuya proliferación llevará a enormes déficits económicos y sociales generales a toda la nación. Mientras tanto, solo cabe un consejo al sistema de salud. Por favor «Su plan plantéenlo en términos del futuro, no del presente». Esto parece especialmente pertinente, cuando el presente de la problemática de salud no es solo el COVID-19 y cuando es muy posible que las unidades de vigilancia a la salud no están haciendo un seguimiento adecuado ni de casos ni de riesgos para la salud, incluyendo los ocasionados por la pandemia y menos por el trastorno social y ambiental que se vive.

Finalmente hay un elemento necesario de tocar y es la honestidad pública que ha brillado por su ausencia, no solo para el ataque de la pandemia sino en todo el hacer del sistema. Sin ser expertos en salud pública, mucha gente dentro del sistema de salud sabían que la vacunación eficiente contra el SARSCoV-2 no podía implementarse de manera rápida y lo suficientemente amplia, para detener la rápida propagación del COVID-19 altamente contagiosa en todos e infecciosa en ciertos grupos, y que tampoco se podría brindar una adecuada atención a los desafortunados enfermos y menos aún a los «afortunados» que sobrevivieron con secuelas. Sin embargo y luego de año y medio de vivir la epidemia, el sistema de salud ha sido incapaz de afrontar esa triste realidad Pero el núcleo maligno de la política antipandemia ha sido la Administración Pública, indiferente al hecho obvio del daño de la pandemia y por supuesto del deterioro de todo el sistema.

Es pues más que evidente, que ya no estamos protegidos y que los efectos de la pandemia en el sistema de salud se han extendido como un tsunami de gran tamaño a todo el sistema de salud, sin que este haya podido contenerlo. Paradójico no: los más propensos a enfermar y morir serían los más desprotegidos en este momento como consecuencia del plan de inmunización; es decir, dentro el mundo de los pobres, las enfermedades se han alborotado y una vacuna resulta insuficiente para sus males. Por lo tanto, los pobres se han dejado a merced de la ayuda de las remesas y el prójimo.

Pero las preocupaciones no terminan con lo dicho anteriormente. La Administración pública nos engañó al haber afirmado que habría suficientes vacunas a tiempo, para proteger a la población. A la par de ello, no le han dado importancia a la devastación global que se desencadenó de esa mentira. Ante lo sucedido, no solo con el manejo de la vacunación sino de toda la pandemia, puede que como crimen contra la humanidad no sea fácil de definir; pero provocar una catástrofe de muertes e incapacidades por irresponsabilidad y corrupción, que de no haber existido estas se pudo haber evitado, sin duda califica para la condena. Desafortunadamente, muchos de nosotros no vamos a vivir para ver el juicio, pero difícilmente la historia los absolverá.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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