Alfonso Mata
Muchas personas me comentaron: Tú artículo “repensar la salud” es una sugerencia de una batalla utópica e ideal. Claro que es cuesta arriba todo lo que se piensa y planifica para rehacer los modelos de salud dominantes y para eso primero tenemos que convencernos que los actuales son los que limitan y detienen el desarrollo de la salud y actualmente el control de la pandemia. Para muchos de nosotros ha sido el atajo más fácil, dar sentido al mundo que se nos dio y velar cada uno por su cuenta su propio desarrollo y algunos trabajamos en instituciones privilegiadas y estamos bien y dentro de los grupos privilegiados. Pero de eso a que vivamos bien en el sentido pleno de la palabra, eso es difícil de llevar cuando se vive en medio del dolor de muchos. Y acá tocamos con una palabra fea y difícil de manejar: responsabilidad.
Alguien –no recuerdo su nombre- definió la manera de comportarse del profesional en medios como el nuestro como: “Privilegio a horcajadas de la responsabilidad”. Y eso puede tener muchas interpretaciones.
Reimaginar la salud nacional y global en el mundo posterior al COVID-19, requiere que enfrentemos y abordemos los sistemas no solo de salud, sino los que se cruzan y que limitan la capacidad para lograr la equidad y la justicia en la salud. Las desigualdades no se refieren solo a las necesidades y atención de los desfavorecidos, sino también a los sistemas que crean desventajas en el desarrollo humano, pues este es un tema central para que se dé lo otro. Las desventajas tienen su fuente en los privilegios. Las estructuras sociales que crean desventajas en unos, son las mismas que crean las ventajas en otros muchos. Es por ello que para evitar un ataque parcial a la ética, debemos reflexionar constantemente sobre nuestra propia posicionalidad, comportamiento y prejuicios inconscientes, como un proceso continuo y no único; no sea que en la búsqueda de la equidad y la justicia terminemos perpetuando la negligencia, como en la actualidad sucede y eso es difícil de corregir cuando nuestras perspectivas (aun desde estudiantes) apuntan a un mundo de privilegios.
Todo empieza pues en reconocimiento, entendiendo reconocimiento como indagar conocer de nuevo. Como señala Senait Fisseha, Profesora Clínica de Obstetricia y Ginecología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Michigan al referirse a los sistemas de salud: «Todos somos parte de un sistema roto de salud y bienestar. Hacer un buen trabajo en el campo requiere. . . echar un ojo crítico a la propia identidad y a cómo uno se ha beneficiado de un sistema que oprime a tantos otros«. Necesitamos poder reconocer nuestra culpabilidad dentro de la creación del problema (en alguna proporción y sentido lo somos) y en indagar en cuánto nuestras elecciones y acciones sirven o permiten, en lugar de desafiar el status quo, perpetuarlo y deshumanizar. Solo el reconocimiento abre puertas para el convencimiento y este a la acción del cambio.
Pero el reconocimiento es un proceso en sí. Para echarlo andar, debemos construir una conciencia profunda y colectiva de cómo nuestras historias han moldeado nuestro pensamiento y continúan influyendo en nuestra forma de ver y hacer: misión de todo el sistema social y no solo de salud (por ejemplo: por qué dentro de mi hogar, dentro de mi barrio, comunidad, de la nación, la pandemia se propagó, en qué mi contribución fue exitosa o limitada).
Reconocimiento también es hablar de gratitud y la gratitud es sobre la búsqueda de explicaciones suficientes y necesarias y hacer algo al respecto. Por ejemplo; en el campo de la salud, debemos hacer esfuerzos conscientes en todos los niveles de la sociedad, para desaprender la idea de que lo que viene de afuera (conocimiento e investigación; atención y prevención) es lo bueno y adecuado, en contraposición a la investigación y los sistemas locales y los sistemas de conocimiento y atención tradicionales/indígenas. Tampoco debemos aceptar que la imitación sea la única forma de lograr y avanzar en la atención médica o efectuar cambios. En ese sentido un buen ejemplo nos lo da el trabajo desarrollado por INCAP en la segunda mitad del siglo XX, produciendo no solo para el área centroamericana sino internacional, hallazgos y soluciones ante la problemática alimentaria y nutricional, de reconocimiento y renombre internacional.
Debemos prestar atención constantemente a nuestro modo de vida, que puede estar enfocado en rechazar el impulso de no contribuir a arreglar las vidas o los problemas de las personas oprimidas o en desventaja, y usar nuestra voz e influencia, para redistribuir el poder de manera que permita la legitimación y el reconocimiento de que las personas marginadas, no son del todo culpables y responsables de sus propias vidas. Solo observe la equivocación de juicios en que podemos caer (nacional e internacional) al respecto: Las personas con necesidad quieren migrar a otros lugares en busca de un vivir mejor y avanzar y permitir avanzar a los suyos en transformar su modo y estilo de vida. En ello nacional e internacionalmente, todo les es oposición y sin embargo los que vencen los escollos (menos del 10%) su contribución al sistema económico y social nacional es tan importante o más, al de los más preparados para transformarlo. ¿No señala la experiencia grupal de los migrantes, una alta capacidad de resolución y de expertaje en mejorar su calidad de vida sin privilegios y artimañas como lo hacen otros dañando a la población?. Un análisis real de nuestra situación, requiere que reconozcamos los privilegios, las oportunidades, los recursos y el poder que se nos ha concedido a unos, mientras que a otros se les ha negado abierta o sutilmente.
Pero en todo esto hay un hecho que resulta importante. Además del papel que corresponde al profesional de salud como investigador y practicante generar alianzas y trabajar solidariamente con las personas marginadas en el proceso de lograr los cambios que buscan, le corresponde aprender y practicar (no solo cambiar su comportamiento) cambiar fundamentalmente los sistemas que oprimen a las personas y en el logro de ello resulta cierto que, sin cambio de comportamiento el cambio de sistema es difícil por no decir imposible.
Durante la pandemia de COVID-19, es indudable que debimos (sirva para el futuro) enfocar nuestra atención en la mirada local, en las necesidades, prioridades, comunidades y tomadores de decisiones locales, ser más receptivos a ellas, que a las “Solicitudes de propuestas” externas en nuestra elección de enfoque para manejar la pandemia. Muy diferente pudo haber sido controlar la pandemia en Jutiapa que en Totonicapán.
Desmantelar el poder opresivo y de privilegios, requiere que más de un grupo de personas exija cambios. Deshacer la marginación requiere más que la voz de los marginados. Muchos grupos marginales no solo raciales y étnicos, sino profesionales y artesanales, migrantes y refugiados, mujeres y niñas, personas con discapacidades, son plataformas sistemáticamente negadas en opinión y acción por razones políticas, sociales y culturales. Pero los investigadores, los formuladores de políticas, los implementadores que muestran solidaridad (política, financiera y emocionalmente) deben permitir a todos ser oídos y actuar de manera responsable; responsable significa reconocer en todos expertaje en sus propias vidas y en el futuro de estas.