Diversos sectores han manifestado su descontento ante el proceso lento de vacunación en Guatemala. Foto: La Hora.

Alfonso Mata

El Ministerio de Salud se queja que la gente no llega. La gente de que les están poniendo agua, los están esterilizando, les están alterando su genética, los van a controlar por el chip que lleva la vacuna. En fin, dichos van y dichos vienen, y la vacuna se desperdicia y la COVID-19 no ceja de producir más casos y más muertes.

Desde que apareció la primera vacuna a principios del siglo XVIII para reducir la morbimortalidad contra la viruela, ha existido el movimiento contra las vacunas. Desde finales de la década de 1990, ha crecido la preocupación por el aumento de esa negativa, un grupo de personas vagamente definido, que siembra dudas sobre la eficacia y seguridad de las vacunas. La visión actual de antivacuna, se remonta a la publicación de 1998 de Andrew Wakefield, que vinculaba la vacuna contra el sarampión, las paperas y la rubéola (MMR) con el autismo en 1998.

Aunque en su conjunto, las tasas de vacunación se han mantenido altas en Guatemala, las encuestas nacionales no pueden pasar por alto focos de rechazo de vacunas que existen en muchas comunidades y grupos. Las zonas con bajas tasas de vacunación, han dado lugar a brotes localizados de enfermedades como el sarampión y la tos ferina y a pesar de mal rastreo y vigilancia que suelen tener, se ha estimado que los programas alcanzaron un máximo de baja inmunización en los últimos dos años y los cuadros de infección que aparecieron, provenían de personas que no habían sido vacunadas o cuyo estado de vacunación completo se desconoce, lo que sugiere que los no vacunados son los causantes de los brotes.

Lo que no deja dudas, es que las vacunas por si solas hablan de su propio éxito. Hoy en día, mucho médicos de las nuevas generaciones no han visto un caso de sarampión, difteria u otras enfermedades prevenibles por vacunación; los padres no se diga, son una generación alejada de los flagelos que representaron la polio y la rubéola. Aun así, los activistas anti vacunas continúan describiendo que adquirir estas enfermedades tiene consecuencias inofensivas para la infancia, y las vacunas las presentan de más peligro que la enfermedad. Lo triste del caso es que los médicos y la salud pública, aunque preocupados por el aumento del sentimiento antivacunas, no han implementado programas para cambiar mentes y actitudes y lo poco hecho, ha sido en gran medida ineficaz. En el caso de la COVID-19 esto se vuelve más evidente y el rechazo a la vacuna surge por todas partes.

Los argumentos en contra de la vacunación han cambiado poco con el tiempo. La mayoría de las objeciones a la vacunación contra la COVID-19 al igual que contra todas, se presentan en un lenguaje que las hace muy agradables para el público y difícil de objetar para los médicos, utilizando términos como «consentimiento informado», «libertad del individuo», «porqué enfermar al sano» y «seguridad de las vacunas». De tal forma que el lenguaje usado, ya suma argumentos antivacuna como «sistema inmunológico forzado» «vacunados por la naturaleza» y «enfermedades asociadas a las vacunas» en lugar de «Enfermedades prevenibles por vacunación» y refuerzan que: las vacunas son «tóxicas» y contienen anticongelante, mercurio, éter, aluminio, tejido fetal abortado por humanos, antibióticos y otras sustancias químicas peligrosas, que pueden provocar autismo y una variedad de enfermedades crónicas y terminan rematándolas como negocios oscuros: las vacunas son una herramienta de «Big Pharma»; las personas que las promueven simplemente se benefician del daño a los vacunados especialmente a los niños y se habla de «trampas farmacéuticas, trampas de los servicios de salud y de los médicos».  De un gana gana comercial, a expensas de la salud.

En medio de todos esos discursos, florecen argumentos centrales de tinte científico. Para el caso del niño «El sistema inmunológico de un niño es demasiado inmaduro para manejar las vacunas; se les da «demasiadas y demasiado pronto» y el sistema inmunológico se «abruma», lo que lleva al autismo y una variedad de condiciones de salud crónicas y a alteraciones en su conducta, comportamiento y crecimiento. En el caso de la vacuna en los adultos, los argumentos van por el mismo rumbo, todos apuntando a «La inmunidad natural es mejor»; la mayoría de las enfermedades que se pueden prevenir con vacunas son inofensivas, que la exposición natural proporciona una inmunidad más duradera «Tuve varicela cuando era niño y estuve bien». Otro elemento dominante en el discurso antivacuna es que todas las infecciones «naturales» confieren inmunidad de por vida, mientras que toda la inmunidad derivada de la vacuna es de corta duración. Pero central en la argumentación actual contra COVID-19 es «Las vacunas nunca se han probado en un verdadero estudio de vacunados versus no vacunados; las vacunas del calendario actual nunca se han probado de forma colectiva»; «Las enfermedades disminuyen por sí solas debido a la mejora de la higiene y el saneamiento; las vacunas no nos salvan». Y no sin menos frecuencia: «las vacunas engañan y son placebos. Los vacunados, las personas vacunadas, pueden transmitir la enfermedad a otras personas; por lo tanto, los casos de enfermedades prevenibles por vacunación en la población son impulsados por los vacunados, no por los no vacunados».

Los ataques contra las fórmulas de las vacunas, son también parte de la crítica «son inevitablemente» peligrosas debido a las toxinas nebulosas que se introducen en el cuerpo a través de la vacunación. Algunos de estos productos químicos están presentes en pequeñas cantidades (aluminio como adyuvante, por ejemplo); otros, como el “anticongelante”, no están ni nunca han estado presentes en las vacunas. Otra «toxina» comúnmente temida, el etilmercurio que forma parte del conservante timerosal, se ha eliminado de la mayoría de las vacunas de rutina desde 2001 (y nunca estuvo presente en las formulaciones de vacunas vivas) y a pesar de que no hay evidencia de daño. Contra las actuales vacunas usadas en COVID-19, no es raro oír el argumento de que «nos están cambiando el código genético y con ello vamos a tener nuevas enfermedades y las compañías podrán hacer nuevos productos y a través de las vacunas se beneficiaran las grandes farmacéuticas y los médicos que son los empleados de las compañías farmacéuticas.

Todos los argumentos antivacuna mostrados, derivan de la desinformación sobre el sistema inmunológico, enfermedades y las vacunas, y en el fondo, persiste un pensamiento de que la inmunidad natural es mejor que la inmunidad inducida por las vacunas; argumentos que pierden por completo el sentido de la vacunación e ignoran el hecho de que el cuerpo está colinizado por miles de especies de microbios y está expuesto a innumerables antígenos desde el nacimiento en adelante. Los relativamente pocos antígenos adicionales introducidos mediante la vacunación son, en términos relativos, una gota en una cubeta.

Como resultado de la difusión y una mayor aceptación de estos argumentos, los investigadores han documentado una menor confianza de los padres en los médicos y un aumento de la preocupación por las vacunas y eso incluso en países desarrollados. En una encuesta del año 2000 en Estados Unidos, sólo el 19% de los padres se declararon “preocupados y temerosos sobre las vacunas” en una encuesta diez años después el 50% tenía preocupaciones. La credibilidad se pierde (1-2).

  1. Gellin BG , Maibach EW, Marcuse EK. Do parents understand immunizations? A national telephone survey. Pediatrics 2000; 106:1097–102.
  2. Freed GL , Clark SJ, Butchart ATet al. Parental vaccine safety concerns in 2009. Pediatrics 2010; 125:654–9.
Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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