Cáncer, enfermedad en la que células anómalas se dividen sin control y destruyen los tejidos corporales. Foto la hora: Ap

Alfonso Mata

Mientras se está ajeno del dolor y sufrimiento físico y uno se entretiene en algo, ¡cuán lejos está de hacerse cargo de los sudores y angustias que ha pasado y pasa el enfermo! Ni siquiera llega a imaginar las largas horas de lucha para triunfar de ellos; las difíciles esperas en consultorios y hospitales; las pacientes pesquisas en medios de comunicación y amigos; sus conversaciones con padecientes de algo similar e incluso con oscuros charlatanes. En una palabra: todo el inmenso andamiaje que el enfermo levanta o deshace tal como nos lo ejemplifica esta historia de un amigo.

Tuve la suerte de conocer a aquel hombre de Dios –no católico, no evangélico- por un amigo que me preparó una entrevista con él, luego que fui operado del abdomen. Mi semblante era adusto y en la de él no había desaparecido la sonrisa y, apenas empecé a hablar, él de inmediato se aferró al tema: mi lucha contra la enfermedad. Recuerdo muy bien que no era tanto la operación y el tratamiento lo que me suponía una dificultad, sino el «conocimiento» de la difícil noticia: Cáncer con metástasis.

Rápidamente aquel hombre cambió mi humor, me mostró su actitud hacia la enfermedad (muy diferente a la del médico) y me tranquilizó. Sus respuestas a las preguntas que le lancé, así como las conversaciones que siguieron, me enseñaron a mirarme a mí mismo y ver la enfermedad de otra manera, a seguir adelante y a no sentirme lástima sin cesar.

Mi primer comentario sobre mí mismo fue tajante: «Mi enfermedad es grave, no implica ni remisión ni recuperación, por lo tanto, por extraño que parezca, es más fácil para mí de alguna manera darme por muerto, matarme» esas palabras me avergonzaron al mostrar mi propia debilidad y miedo. La variedad y localización de mi cáncer es conocida, los médicos de todo el mundo están lidiando con él, después de su extirpación, la enfermedad no entra en total remisión y si lo hace, no es prolongada y la tasa de supervivencia no es alta y se requieren procedimientos de rehabilitación” fue con lo que terminé exponiéndole mi caso.

Él calló por un instante y me dijo:
– ¡Es importante entender que no hay un final, sino un comienzo! Esta es una nueva etapa en la vida, en la que tendrás que luchar contra la enfermedad y tú, creándote un nuevo mundo.

Le dije que cuando recibí una llamada con los resultados de una biopsia, mi cabeza comenzó a dar vueltas: “¿Por qué yo? ¿Por qué ahora, cuando tengo niños pequeños? Y hay gente que me necesita. ¡¿Para qué?! ¡¿Qué hice?!».

El estado de ánimo y la actitud me cambiaban constantemente: desde el deseo de vencer de una vez por todas al «enemigo», es decir, una enfermedad, al impulso de rendirme y no hacer nada. Incluso le pregunté al médico tratante qué pasaría si no se hacía nada, cuánto tiempo viviría entonces. El médico primero respondió que el tipo de mi enfermedad se desarrolla con bastante rapidez, incluso pueden ser unas semanas o meses, pero no por muchos años, y luego se asustó por lo que dije y me dijo: -“Como médico, no tengo derecho a decir esas cosas, mi tarea es curar la enfermedad. Usted mismo sabe que sería cruel y extraño, que los médicos llevaran a cabo experimentos sobre cuánto tiempo podría sobrevivir el paciente sin tratamiento».

El siervo de Dios con calma y amabilidad, sin el tono didáctico de un mentor, cuando le conté eso, me indicó que mi actitud se trataba de un miedo normal y natural. Además, se alegró por mí de que, con la sospecha de un mal diagnóstico, encontré valor y logré un diagnóstico preciso y fue concluyente.

– Ante una sospecha de cáncer, ante tal noticia, lo primero que debe hacer una persona es pasar por todos los trámites necesarios para que el diagnóstico se haga con precisión. No te atormentes con terribles fantasías. Cualquier incertidumbre es mucho peor que una verdad dura y desagradable. No te vuelvas ni despiertes tu niño, él quiere esconder la cabeza y dejar de ver. Tú reacción es comprensible, pero está mal porque cualquier miedo requiere valentía por parte de la persona; un esfuerzo por hacer lo que debe, a pesar del miedo: en ti, ya confirmado el diagnóstico de «cáncer», es motivo para no darte por vencido y pensar que todo ha terminado. Agradece vivir en el siglo XXI, la humanidad ha avanzado mucho en el tratamiento de la oncología. Hoy, tal enfermedad no significa el final de la vida.

Leí lo que me dio a leer sobre cómo las personas justas algunas percibían cualquier enfermedad y desgracia con gratitud a la vida, a los que le apoyan y otros a Dios, otros cultivan odios y rencores. Entendí esto, admiré este enfoque; pero una cosa es leerlo y otra cosa es escucharlo.

Continué mi tratamiento y un día me llamó amigo: el religioso estaba desahuciado con enfermedad renal y me propuse visitarlo. Esto fue lo que me dijo sobre su enfermedad y lo que sentía y vivía en ella:

– Lo tomé como una visita de Dios, un regalo de Dios, no como si no fuera una enfermedad, sino una curación. Sanación en el sentido espiritual de mi vida. No he sido un terrible pecador o de vida vil. ¡No!, soy un pecador común y corriente y he hecho con mi vida lo mejor que pude. Probablemente tú, todos estemos familiarizados con este sentimiento: vives, entiendes todo, pisas el mismo rastrillo, pero no hay fuerzas para rehacer algo, cambiarlo. Y luego las fuerzas desaparecen y eso lo tomo no como un castigo, sino, por el contrario, como una bendición de Dios.

Yo, después de oírlo, pasé a contarle mi estado: después de tratamientos y repetidas pruebas y análisis, de no sentir dolores extremos, parecía al principio estar feliz, pero por tiempos me embarga la depresión y la tristeza –le confesé. Él tranquilamente me dijo:
– Tal vez ese estado no sea depresión, sino lo que en la tradición se llama desánimo: tristeza y anhelo. La diferencia es que, por regla general, el desaliento va y viene, no dura mucho y no se acompaña de factores como insomnio, pérdida de apetito, etc. Todos producimos a veces desaliento. Pero uno no debería pensar que deberíamos estar tan alegres todo el tiempo. ¡Tenemos derecho a sentirnos tristes y sin alientos! Simplemente no se ahogue en ello, no lo lleve al punto en que la melancolía se convierta en una enfermedad médica: la depresión. Tiene que estar atento a usted mismo, ayudarse. Por supuesto, la ayuda para un creyente es la oración, el rito. La liturgia y la oración fortalecen, limpian, dan la oportunidad de mirar a uno mismo y a su alrededor con los ojos de Dios –me aseveró. Y esta es una imagen completamente diferente a la medicina y sus terapias, apoya el efecto de esta o ésta el efecto de ella. Lo cierto es que cuando se conjugan bien las dosis de ambas, no hay lugar para el abatimiento.

Recuerdo una conversación más con el hombre de Dios ya al principio de esta pandemia de coronavirus, todavía no recobraba yo ánimos, le manifesté lo solo que me sentía y la pasaba. A él ya le costaba responder y me aseveró:
– El Santo Cáliz del dolor y el sufrimiento, debe abordarse con miedo, pero no ante la enfermedad, sino ante Dios. Eso es íntimo, deje sentir ese miedo y él lo aliviará.
Antes de un mes murió aquel hombre religioso y hace unos días el personaje de esta historia: ambos de coronavirus.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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